XIV. La despedida

723 99 19
                                    

«27 de enero de 1945 – Prusia Oriental»

Ya era media noche y los leños estaban sin brillo. Lucio arrojó un par más y atizó el fuego de la chimenea. Se sentó al lado de Roza y, con una mirada nostálgica, le dijo:

—Sabes que quedan horas nomás... Los próximos alemanes que nos encontremos podrían ser los últimos que veamos.

—¿Qué veamos? —le preguntó ella.

—Sí, claro. No dejaré que te maten. Si de eso depende mi vida.

Lucio había pasado de ser un lobo solitario a un caballero de la edad media. Gallardo y valeroso, dejaría todo por rescatar a su dama en peligro, sin importarle perder su propia vida.

—No te preocupes. No nos matarán —le aseguró Roza—. De todas maneras..., ¿tú cómo volverás al futuro?

—Estoy volviendo casi todo el tiempo. Cada vez que me duermo aparezco en el presente, o sea, mi presente. Ahora, con tu pregunta me corroboras que, para ti, cada vez que viajo, no hay cambio alguno.

Aparentemente Lucio regresaba a su mundo cuando perdía la conciencia en el pasado. Y, al volver con Roza, encontraba todo igual a como lo había dejado.

—Y..., ¿puedes llevarme? —preguntó ella con tono de una niña entusiasmada.

—Mmm... No sé... Realmente no sé cómo funciona. —Pensativo, se sacó el gorro de lana y rascó su cabeza.

Sabía que si estaba allí era para algo o por algo. Debía agotar todas las posibilidades para salvarla, ya fuera evitando la terrible explosión o llevándola a su presente. Obviamente esta última opción era la más difícil de concretar. Luego de unos minutos de charla sobre viajes en el tiempo, posibilidades y otros ensueños, Lucio insistió:

—Roza. —Le tomó las manos y la miró con dulzura—. Sabes que me gustas y quiero que sobrevivas.

—Te entiendo. Aunque si debo morir por mi Patria...

Lucio la interrumpió:

—Sí, lo sé: "Sin llantos y sin lágrimas".

—¿Cómo...? —Lo miró intrigada—. Esa frase es mía.

—Eso le dijiste a la enfermera que te atendió, pero... ¿Sabes qué más dijiste cuando estabas en tu lecho de muerte?

—¿Qué? —preguntó Roza intrigada.

"No quiero morir. He visto tan poco y he hecho tan poco...".

—¡Diablos, Lucio! —exclamó incrédula por todo lo que escuchaba.

Sabía que todo lo que le decían era cierto. Era como si le estuvieran leyendo la mente.

—Tenemos que hacer algo. ¡Y ahora mismo! No queda mucho tiempo.

—Ven —le dijo ella. Lo tomó del brazo y lo llevó a otra habitación.

Sin darle tiempo a cerrar la puerta, ella se colocó en puntas de pie y le dio un suave, delicado y corto beso.

Roza de pie no era tan alta, su cabeza le llegaba a la altura de la barbilla. Se soltó el cabello rubio rizado que descendía como una cortina de estrellas. Era delgada, pálida y perfecta. Jamás había visto un rostro tan dulce, una boca tan hecha para morder. Ya no fruncía el ceño. Tampoco sonreía. Tenía los labios relajados y entreabiertos. Estaban tan cerca que al tocarse sus cuerpos el calor emanado hacía temblar el aire de la habitación. El deseo se alzó alrededor de ellos como una tormenta en el mar. Roza levantó una mano, le tocó el pecho y lo hizo estremecerse.

Sueños de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora