XVIII. El mecánico

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Sábado 20 de abril de 2019 – Port Erillos

Llegó al pueblo al mediodía. Paró a cargar gasolina y aprovechó para tomar un café. Miraba los panes que vendían allí. La melancolía comenzó a correr por su cuerpo: extrañaba su panadería. Nunca había estado tan lejos de su negocio y de su gata. La única vez que se alejó tanto fue cuando decidió hacer un viaje fugaz a la casa de una amiga en Finlandia. Y ahora había viajado tan lejos por una historia contada por su bisabuela, historia que siempre le resultó un tanto ficticia.

—Disculpe. ¿Conoce al profesor de Física que trabaja en el colegio del pueblo? Su nombre es Lucio Hansson —le preguntó a la mujer que atendía.

—No, disculpa —respondió la cajera.

Una de las empleadas que se encontraba a poca distancia acomodando las bebidas en una de las heladeras del local, escuchó las palabras de la joven y dejó lo que estaba haciendo para participar en la conversación.

—¿A quién buscas? —le preguntó.

—Al profesor Lucio Hansson.

—Mmm... —Se llevó la mano a la barbilla y pensó un instante—. ¿No es el muchacho que hemos visto en el bar? —preguntó a su compañera—. El que suele estar con el mecánico.

—Oh... Sí. El joven apuesto de barba. Creo que es profesor, pero no conozco su nombre —dijo la cajera.

—Mira, te aconsejo preguntar en el colegio. Hoy, sábado, no creo que haya nadie, aunque podrías ir al taller de su amigo —dijo la repositora. Con la calidez que caracteriza a las personas de pueblo, tomó la mano de Lyudmila y la llevó a la ventana que daba al exterior—. Mira, continúa por esa calle hasta llegar al colegio. A continuación, dobla a la derecha y sigue recto unos trescientos metros. Te encontrarás con un taller. No puedes perderte.



Luego de seguir las indicaciones recibidas por la atenta muchacha, Lyudmila encontró un cartel que decía "Mecánica automotriz", confirmando que había llegado al lugar correcto.

Se bajó del auto y entró con cautela.

—¡Hola! —llamó con cierta timidez desde la entrada del local. No se veía movimiento.

Desde la parte trasera se escuchó una voz con eco. Un hombre robusto se deslizó de abajo de un auto y salió a su encuentro mientras se limpiaba las manos con un trapo engrasado. La atención de él fue subiendo con el ascender de su cabeza al ver una hermosa extranjera en la entrada de su negocio.

—¡Buenas tardes! Soy Eloy. ¿Qué se te ofrece? —El mecánico no respondió de forma libidinosa, por el contrario, ella despertó una tranquila ternura al mirarlo.

—Buenas tardes. Soy Lyudmila. Estoy buscando a Lucio Hansson. Me dijeron que tú sabrías dónde encontrarlo.

—Sé dónde vive... Sí... —Con una mueca de desaprobación se borró todo tipo de vestigio de ternura.

—Disculpa si te importuné. Por tu gesto creo que no he preguntado algo bueno.

La inocencia de Lyudmila siguió emocionando a Eloy. No había manera de que se disgustara con ella. Ya era hora de manejar sus emociones y dejar de ser un capullo. Por lo visto, la presencia de ella le permitía pensar las cosas antes de hablar.

—En realidad sí, pero no te preocupes. Son solo cosas mías. Pero ¿podría saber por qué lo buscas?

Lyudmila sabía que esa pregunta iba a ser difícil de explicar. No quería sonar loca como todas las mujeres de su familia. Pero ya estaba allí y no tenía nada que perder. Había tomado la decisión de llevar todo hasta el final: estaba muy cerca de su cometido.

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