«27 de enero de 1945 – Prusia Oriental»Los misiles de los Katyusha separaban los labios de los amantes, cambiando sus muecas tristes a sonrisas esperanzadoras. El contraataque de sus camaradas les estaba salvando la vida. Ambos tomaron los fusiles y comenzaron a disparar con una nueva expectativa. Habían llegado los refuerzos y estaban bombardeando a los nazis. Los soldados alemanes corrían desesperados entre el resplandor de las llamas y de los disparos. Yuri continuaba lanzando las pocas granadas que le quedaban y las que recolectaba de los muertos.
El fuego de la retaguardia era impresionante: cada bomba lanzada por los Katyushas hacía destrozos en el lado enemigo. Uno de los impactos dio en el blindado haciendo que pedazos de metal volaran por los aires, al dispersarse el humo de la explosión se vio al tanque abierto como una lata de sardinas. Sin más opción, los alemanes empezaron a retroceder. No había manera de contrarrestar el ataque de los misiles. Estaban siendo devastados como la cosecha cuando es asediada por una plaga de langostas.
El bombardeo duró alrededor de media hora y luego, un silencio abrumador inundó las calcinadas praderas. Nada había sobrevivido a la masacre. El sol se ocultaba a través de un inmensurable manto de humo.
Yuri salió de la trinchera. Incrédulo de cómo había sobrevivido, su adrenalina había disminuido. Se quitó el casco y dedicó unos segundos en honor a su compañero que dio la vida por ellos. En un estado de catarsis su mirada se perdía en el horizonte. Vivir al borde de la muerte solo lo hacía agradecer cada hecho que lo rodeaba, como en este caso: poder ver en el atardecer la tenue luz del sol envuelta en una nube de humo. Su atención permanecía enfocada en algo que no estaba ahí, sino en alguna parte lejana y desconocida.
—Gracias, Lucio —dijo Roza—. Tomaré tu consejo y volveré con mi pelotón. Siempre me dije que moriría por mi Patria, pero la verdad es que cuando estuvimos acorralados, vi la parca delante y lista para llevarme. En ese instante me di cuenta de que todavía me quedaba mucho por ver.
—¡Eso quería escuchar! —El rostro de Lucio irradiaba felicidad por la sabia decisión de la francotiradora.
Un gemido se escuchó a la distancia. Un alemán moribundo balbuceaba frases incomprensibles. Unos ojos chispeantes de malicia auguraban una catástrofe. Levantó uno de sus brazos y dejó rodar una granada por el suelo. El espacio que los separaba era suficiente para llegar a hacerles daño. Lucio, sin titubear, empujó a Roza y la cubrió con su propio cuerpo.
Un sonido agudo fue lo único que Lucio pudo oír. Miraba a Roza que movía los labios, pero el sonido de las palabras no llegaba a sus tímpanos. Sentía un zumbido insoportable dentro de la cabeza que, poco a poco, iba menguando. Ese ruido se fue acoplando con las palabras de ella, y su cara de pánico daba evidencias de lo trágico de la situación. En pocos segundos todo cambió: él comenzó a distinguir todo lo que lo rodeaba y la voz de Roza se fue intensificando como cuando un avión acelera las turbinas para poder despegar.
—¡Lucio! ¿Qué has hecho? —preguntó Roza.
El dolor era insoportable, pero la alegría de ver a Roza sin un rasguño hizo que su cuerpo actuara como una inyección de morfina apaciguando el dolor. Lucio, tendido sobre ella, la miró con una cálida y serena sonrisa.
—No te dejaré morir —dijo con una voz apagada.
Roza lo corrió y salió de abajo de él. Al ver su espalda abrió los ojos tan grandes como dos platos, y por su mejilla comenzó a correr una lágrima. Lucio tenía la espalda rasgada por varias esquirlas producto de la explosión. Levantó la cabeza de él y la acunó con cariño, mientras la sangre desde su espalda fluía entre el barro y se mezclaba con el agua estancada tiñéndola de rojo.
—¿Se ve tan mal como se siente? —preguntó Lucio con pocas fuerzas.
—¡Yuri! ¡Yuri, ayúdame! —llamó ella con insistente desesperación.
—Te curaremos, te lo prometo. —Roza desesperada lo remecía para que no cerrara los ojos.
Lucio balbuceó figuras que se dispersaron a través de las ondas sonoras en el aire. Roza, sin entender las palabras que salieron de su boca, se acercó para tratar de escucharlo colocando su oreja a centímetros de los labios de él.
—Puedo oler la pólvora. También puedo sentir el perfume a flores en tu piel —le susurró al oído. Había podido sentir nuevamente los olores—. T-toma —balbuceó Lucio. Y con gran esfuerzo se quitó el anillo mezclado con tierra y sangre. Lo colocó en la mano de Roza y la cerró resguardándolo en su puño—. Finalmente pude salvarte, Isabella. —Usó el último suspiro en esas palabras de delirio y fueron, también, las últimas que se escucharon de la boca de Lucio.
La masacre vivida lo había hecho delirar y revivir el momento en que su esposa había sufrido el atentado. Los dos amores se le habían unido en un mismo lugar y en sucesos similares. Pero, solo con una estuvo presente para poder salvarla.
—No, Lucio... Por favor no te duermas. —Su respiración mermaba al ritmo del vaivén de su pecho. Los ojos se le cerraron y todo oscureció.
Se vio en un lugar negro donde no alcanzaba a distinguir nada, solamente oscuridad. Miró hacia atrás y vio su sombra tenebrosa, alargada y blanca. El resto se cubría de un fondo ennegrecido. ¿Qué era eso? ¿Estaba muerto? Comenzó a caminar. Mirando hacia los costados distinguió unos árboles tétricos y sin hojas que se movían como si hubiese ráfagas de viento azotándolos, pero él no sentía nada. Siguió caminando sin sentido fijo, evitando ir hacia los árboles. De repente el suelo se convirtió en una senda, una senda alargada que lo conducía a un solo camino: hacia la nada, directo hacia la oscuridad. Caminó por varios minutos sin sentir un ruido ni un alma, nadie que lo pudiera ver. Hasta que una fragancia llegó a su nariz. Olfateó como un perro para sentir desde dónde venía el olor.
El aroma le indicaba el camino. Era una fragancia conocida. Aceleró el paso hasta que empezó a correr. Al ver que no llegaba a ningún lado paró y miró a los alrededores. Todo comenzó a desvanecerse: su sombra blanca se convertía poco a poco en negra y llegaba a camuflarse con el fondo. Los árboles disminuían de tamaño hasta incrustarse en el suelo oscuro. Ya no podía ver nada, solo podía oler un aroma conocido, un aroma especial...
La huella que dejaba esa esencia fue suficiente para guiarlo en el camino. Continuó por varios minutos sin poder ver nada hasta que su cuerpo se quedó quieto involuntariamente. No podía moverse. Solo pudo oler esa fragancia... «¿Jazmín?». Efectivamente, era olor a jazmín.
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Sueños de Guerra
Ficțiune istorică🏆NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2021🏆 Un solitario profesor de Física se verá involucrado en un viaje para salvar a una mujer del pasado. ¿Qué hará por amor? ¿Elegirá 1945 o continuará en el 2019? El tiempo guarda un secreto. Su aventura de gue...