XIII. El avance

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«26 de enero de 1945 – Prusia Oriental»

Despertó con los miembros entumecidos y con ganas de orinar. El frío durante la noche había llenado su vejiga. A pocos centímetros de su nariz se enredaba ese pelo rubio que había rozado su cara durante toda la noche. Olfateó como un perro el cabello de Roza. Fue en vano, ya que solo percibió cómo se filtraba la sensación de la fría mañana. El ruido que produjo con la nariz despertó a la mujer. Se dio vuelta, lo miró con los ojos entrecerrados por un segundo y le dio un corto beso.

—Buenos días —dijo ella.

—Ehhh... B-b-buenos días —tartamudeó Lucio sin entender por qué había recibido ese beso fugaz.

—No creo que huela bien mi pelo.

—Ohh... Lo siento. Igualmente, no tengo olfato. —Actuó como si nada hubiese pasado y se levantó para ir al baño. No quiso profundizar sobre el beso: todavía estaba desorientado y ella, confundida e influenciada por la caballerosidad de Lucio. Sin pensar lo que hacía, había decidido darle un beso de buenos días en los labios, unos labios que no venían de una guerra, que no estaban afectados ni resecos por el clima frío del crudo invierno.

—Ya vengo. Voy al baño —dijo Lucio.

Tomó su rifle y salió de la habitación. Subió las escaleras. Con precaución revisó cada rincón del lugar. Miró a la izquierda y se sobresaltó al no ver el cuerpo que habían dejado la noche anterior. Se acercó un poco más y allí estaba. La ansiedad le había jugado una mala pasada. Vaciló un instante y orinó en esa habitación cerca del cuerpo. Lo miraba creyendo tontamente que podría levantarse.

Al salir, Roza lo estaba esperando en la puerta del hospital.

—Vamos, sígueme. Tenemos que volver al campamento —dijo ella.

Caminaron hacia el noreste por una media hora. Costeaban trincheras construidas por los residentes, tomando la precaución de no tropezarse con ningún alemán rezagado o herido que pudiera atacarlos.

Después de un rato llegaron a una casa bastante deteriorada por los bombardeos. En los alrededores había varios soldados con los mismos uniformes que Lucio. Antes de entrar, Roza le advirtió que no hablara, ya que su acento era bastante notorio.

Ingresaron por una abertura y bajaron por unos escalones al subsuelo. Pasaron sin golpear por una puerta que accedía al puesto de mando. Lucio no podía ver nada y siempre caminaba un paso más atrás de Roza. Cuando avanzaron sus ojos comenzaron a aclararse y, como si apareciese un claro en un bosque, pudo ver a tres uniformados.

—¡Camarada! —exclamó el más fornido de los tres.

Tenía la cara lisa y, aunque su cara estaba curtida por la intemperie, mostraba menor tosquedad que los otros dos. Por los uniformes parecía que era el de rango más alto. Otro estaba sentado atrás limpiando su arma y el último le servía un vaso con vodka.

No eran más de las diez de la mañana y ya estaban bebiendo. Claramente era la mejor forma de calentarse en el terrible clima en que se encontraban. Le ofrecieron un trago a los recién llegados. Roza se lo tomó de un sorbo, mientras que Lucio tuvo que terminarlo en dos o tres veces.

—Buenos días. Camarada Capitán Sazonov. Está todo libre en el frente: solo un par de fritz rezagados, pero se están retirando —le explicó Roza—. ¿Ya llegó la División de artillería? —le preguntó.

—Perfecto —respondió—. No, aún no tenemos los refuerzos. En cuanto lleguen comenzaremos el avance. Primero, antes de avanzar con los Katyusha, hay que solucionar este problema. —Apoyó el dedo sobre un mapa extendido en una mesa improvisada con un tablón, con más curvas que una pista de fórmula uno, sobre dos caballetes que lo sostenían—. Tenemos informes que hay una granja donde han cavado una zanja antitanque y puede que haya alemanes. Irás detrás de dos shtrafbats y rastrillarás toda esta zona. —Marcó un círculo imaginario con su dedo índice sobre el mapa.

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