Epílogo

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«¿Quién dijo que no puedes cambiar? ¿Quién dijo que debes hacer lo mismo que hizo tu padre? ¿Quién dijo que debes vivir siempre en el mismo lugar? Somos seres humanos, podemos cambiar de ideas, podemos movernos de los lugares, ya que no somos árboles. Solo tu mente te limita».

Frases como esas eran las que daban vuelta infinidad de veces en su mente desde que Lyudmila había partido.

La manera de ver la vida de ella era muy diferente a la de Eloy, pero algo había despertado esa luz de cambio en él. Por qué seguir con el mismo estilo de vida si se estaba quedando solo, y ni él soportaba su propia presencia. Ya había llegado a un punto crítico y la visita de la joven rusa le había dado una nueva perspectiva. Ella fue el puntapié inicial para despertar esa luz de esperanza en él.

El periplo de Eloy comenzó al mes siguiente de la partida de Lyudmila, él cerró el taller y con sus ahorros comenzó a viajar. El destino lo llevó a la India, allí tuvo contacto con el mundo de la meditación y una forma de vida totalmente diferente, la austeridad y el desprendimiento de lo material para él fue un cambio muy positivo. El enfado y la ira ya no formaban parte de su esencia, ya se sentía bien con él mismo, él consideraba que ahora sí era un hombre completo.

En la actualidad hay muchas ramas de terapias, las aceptadas por la medicina, las alternativas y otras relacionadas con las religiones. En el caso de Eloy se había interesado mucho más por el budismo. Los niveles de paz y tranquilidad que había logrado cambiaron hasta sus rasgos. Ya no eran los rasgos duros y soberbios del antiguo mecánico. Él era el vivo ejemplo de que una persona sí podía cambiar, pero en esta ocasión, Eloy lo hizo porque ya no podía vivir con su propia persona. La necesidad estaba creada desde su interior y no por querer complacer a alguien más.


Era un día frío en la ciudad de Arkhangelsk. Para Lyudmila ese clima no era nada extraño. Pero no se podía decir lo mismo para el hombre que la miraba por la vidriera de su panadería.

—¡Eloy! —gritó ella con regocijo y salió corriendo, dejando caer una bandeja de vatrushkas.

Con gran entusiasmo, se colgó del cuello del barbudo muchacho y le dio un inmenso abrazo que simbolizaría el comienzo de una bella aventura.

Sueños de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora