Sábado 20 de abril de 2019 – a 40 km. de Port Erillos
Luego de unas horas solo había visto pasar árboles por la ventanilla. La joven, cansada por el viaje extenuante, estaba a tan solo unos minutos de la ciudad. Hacía solo una semana que había encontrado en el buscador la dirección deseada. ¡Al fin estaba allí!
No bajó inmediatamente, sino que se quedó dentro del auto por un momento revisando la numeración agendada en su móvil. Volvió a mirar la casa, pensativa. Era una casa bastante mal cuidada y casi abandonada, con todas las persianas cerradas, a excepción de una del primer piso, la única que permitía el ingreso de la luz exterior. Respiró profundo y con un titubeante impulso salió del coche. Se dio cuenta lo desabrigada que estaba por una brisa helada que le erizó los vellos del cuello. Volvió por el abrigo que estaba desparramado en el asiento trasero, tiempo que utilizó de excusa para tomar coraje.
Era una temporada de invierno muy cruda. Ella venía de otro hemisferio y el clima era totalmente opuesto.
Subió los escalones, se quedó unos instantes frente a la puerta principal y luego golpeó. No obtuvo respuesta de inmediato. Estuvo a la espera por un momento y cuando decidió golpear por segunda vez, el picaporte se movió levemente.
—¿Sí? —preguntó un hombre con la puerta entreabierta y asomando medio cuerpo. Aparentaba unos cuarenta y tantos años. Su posición parecía como si estuviese evitando recibir los rayos de luz natural que brindaba el día soleado.
El individuo llevaba unos vaqueros de tiro alto, con una camiseta dos tallas más grandes metida por dentro de su pantalón. Su rostro moreno y cadavérico mostraba una vida de penas y tristezas.
—Hola —dijo en un torpe español—. Soy Lyudmila, ¿Tú eres... Lucio? —preguntó algo decepcionada al ver esa cara escuálida.
—No. Debes haberte confundido, jovencita. —De inmediato se dio la vuelta y volvió a entrar ignorando a Lyudmila que continuaba parada intentando armar una frase para buscar respuestas.
—¡Esper...! —No alcanzó a terminar de hablar que la puerta se cerró en su cara. Gruñó algunas frases en ruso y salió hecha una furia hacia el vehículo alquilado.
Sus esperanzas se desplomaron como las hojas de un árbol en un día de otoño. Tendría que revisar nuevamente la dirección que había obtenido de internet. No aceptaba que todo el viaje hubiese sido en vano.
—¡Niña! —llamó el hombre—. ¡Toma! —Le entregó un papel.
—G-g-gracias... —Dudó de la inesperada generosidad del extraño.
—Me lo dejaron los dueños anteriores. Prueba llamando allí. —El extraño señor volvió a cerrar la puerta para adentrarse nuevamente a la oscuridad de su hábitat.
Dentro del papel solo había un número de teléfono. Tendría que llamar para averiguar si el hombre que buscaba realmente existía.
—Buenas tardes. Mi nombre es Lyudmila. Estoy buscando a Lucio.
Definitivamente ese número no pertenecía a Lucio, ya que la voz de una mujer se escuchaba desde el otro lado de la llamada.
—Él no vive aquí. ¿Le puedo ayudar en algo? —preguntó la mujer desde el otro lado.
—Perdón que pregunte. ¿Con quién hablo?
—Soy la suegra de Lucio —dijo sin más, con algo de desconfianza.
—He venido de lejos y me gustaría.... —Se trabó por un momento sin creer que el hombre de las historias, que tanto había escuchado, realmente existiera—. Tengo una alianza que creo que le pertenece. Tiene inscripta el nombre de Isabella y una fecha.
Estas últimas palabras dejaron sin voz a la señora. Lyudmila, recién ahí, se dio cuenta de que estaban recordando a la difunta hija. Al escuchar el silencio incómodo que se había generado en la conversación, continúo hablando:
—Me gustaría devolverle la alianza. ¿Podría decirme dónde puedo encontrarlo? —dijo sin dar muchas explicaciones—. Me dio su número un hombre de la calle San Martín 2284. Pensé que era la dirección de su hija que encontré en internet.
La honestidad en el tono de voz de la joven dio confianza a su interlocutora que no la dejo terminar la explicación:
—¡Claro! Allí era donde vivía mi hija... Entonces te encuentras en la ciudad —confirmó la mujer—. Él vive en un pueblo al oeste llamado Port Erillos. Está a dos horas en autobús desde la ciudad. Allí no puedes perderte.
—¿Port Erillos? —ratificó Lyudmila, y lo anotó en lo primero que encontró al alcance de su mano: el nombre del pueblo quedó inscripto en un vaso desechable de café.
—Sí. Puedes preguntar, en el único colegio del pueblo, por el profesor Lucio Hansson. Seguro lo encontrarás. Todos se conocen. —La intriga y la curiosidad inundaban los pensamientos de la mujer, pero sin dudarlo ayudó a la joven.
Los ojos de Lyudmila brillaron de alegría al saber que ese hombre existía y que ahora tenía todas la de encontrarlo: sabía su apellido y donde trabajaba.
—Muchísimas gracias, señora. Disculpe, pero, me podría decir su nombre.
—Soy Nancy, querida. La madre de la mujer que está inscripta en ese anillo: Isabella.
—Muchas gracias, Nancy. Llevo mucho tiempo con ganas de devolver esta alianza a su dueño, y... siento mucho la pérdida de su hija.
Terminó la llamada y de inmediato se puso en marcha. La ansiedad la carcomía por dentro, como una casa de madera plagada de termitas.
Nancy llamó a su yerno. Ella no sabía qué pudo haber pasado con esa alianza. ¿La habría perdido? ¿Ya se habría olvidado de su fallecida esposa? Esos pensamientos invadían su cabeza. Llamó dos veces a Lucio, pero en ninguno de los intentos obtuvo respuesta.
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Sueños de Guerra
Historical Fiction🏆NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2021🏆 Un solitario profesor de Física se verá involucrado en un viaje para salvar a una mujer del pasado. ¿Qué hará por amor? ¿Elegirá 1945 o continuará en el 2019? El tiempo guarda un secreto. Su aventura de gue...