18. Eres Solo para Mí

230 34 13
                                    

Lemon

Eres Solo para Mí

¿Eso podía contar como el mayor desastre en su vida?

Sin villanos, sin monstruos, sin princesas desamparadas. Elisa ya no podía armar ninguna artimaña que pudiera dejarla mal parada, Neil tampoco podía intentar obligarla a nada y Susana ya no era la pobre chica que merecía el sacrificio de todo el mundo en aras de su felicidad y como recompensa por sus sacrificios.

No. Eran solo ellos. Ella era quien caía en su propia trampa, quien se obligaba a seguir sus propios planes y después, sin entender cómo, ella misma se había convertido en la pobre chica desamparada que lo daba todo por los demás.

¿Eso era?

Sí. No había duda de ello. Eso era.

Y de nada le servía llorar, aunque en ese instante no podía evitarlo.

¿Qué debía hacer?

No estaba segura de que pensaba hacer Terry, pero tampoco planeaba quedarse ahí, preocupada y llorando por él.

Pero; ¿Eso confirmaba lo que él había sugerido?

¡No! Tenía que demostrarle y demostrarse que nada de lo que decía era cierto. Aunque dejar las cosas así sonaba mucho más atractivo. Tal vez, incluso si decía algo, él podría tomarlo a mal o precisamente, como si fuera una clase de demostración.

¿Qué podía hacer?

¿Qué debía hacer?

¿Qué necesitaba hacer?

Pero más importante; ¿Qué quería hacer?

Con calma salió de la cocina y encendió la luz. No era tan tarde como había imaginado; solo eran las nueve de la noche.

Llamar a Albert era una opción, él tenía un don mágico o quizá era toda la experiencia que había adquirido a través de la vida y de sus viajes por el mundo, que le permitía ser y dar los consejos más sensatos. Aunque estaba segura de que, estar frente a frente sería mucho mejor.

Entonces tomo el teléfono y marco el número.

—¿Hola?

—Bert; ¿Eres tú?

—¡Candy!, ¡Claro que soy yo!, ¡Qué gusto escucharte! Desde Acción de gracias no sabíamos nada de ti. Espera. Por favor, dime qué no has llamado para cancelar tu asistencia en la cena de Navidad —escucharle surtió un efecto casi mágico en ella, como si la solución a sus problemas estuviera cerca.

—Mañana estaré ahí, con todos, pero... ¿Podemos hablar?

—Pensé que ya estábamos hablando.

—¡No! Bueno, sí —rio—. Es decir, ¿Tienes tiempo? Tal vez podemos salir y caminar un poco...

—¿Estás en Nueva York?

—Sí...

—Claro. Dime dónde estás y voy por ti.

—No. Eso no. No creo que sea tan conveniente. Pero... es que...

—¿Te estas quedando en el hotel de los Brighton?

—No...

—¿Entonces?

—Estoy en la zona del Triborough.

—¿Estás con él?...

—Sí —exhalo.

—Creo que ya voy entendiendo. Entonces; ¿Dónde nos vemos?...

Después de acordar encontrarse con Albert, con calma se limpio la cara, fue a la recamara, se cambió de ropa, tomo su bolso y salió.

El Alma Vista Desde AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora