Tres

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— Siéntate.

Kat hizo caso. Había algo en Rafael que le inspiraba un poco de confianza. Quizás era porque se parecía inmensamente a su hijo, o quizás era el hecho de que emanaba la misma confiabilidad que poder.

— Mi hija me contó que venían escapando de tu familia, que no puedes cambiar y lo que te hicieron mis cachorros. — Mencionó Rafael desde su asiento nuevamente — Desde ya te pido disculpas, y sabrás que tendrán un castigo acorde a la situación.

— Usted sabe, Alpha, que en todas las guerras y enemistades la gente puede morir. Pero incluso, las guerras tienen un limite, y la violación es uno de esos limites.

Rafael asintió, estando de acuerdo con la mujer.

— Quiero saber porque huyes, porque no cambias y que te trae hasta Sidney.

Kat comenzó a contarle la historia sin omitir ni un solo detalle. Era estúpido ser deshonesta con una persona que le estaba brindando protección dentro de su hogar. Estaba claro que la manada de Rafael no sería un problema o intentaron matarla, ya lo hubiesen hecho si ese era su cometido.

Los caninos se diferenciaban de los felinos por muchas cosas, pero la premeditación era un rasgo que los lobos no tenían. Ellos actúan impulsivamente muchas veces, en cambio la gente de su manada se caracterizaban por hacer los movimientos medidos cuando se trataba de su enemigo.

Cuando finalizó su relato, Kat se sintió mucho más ligera. No había compartido esto con nadie, no se dio cuenta de la piedra que llevaba en el pecho, hasta que habló con Rafael de sus penas. El sacó un pañuelo de tela de un cajón de su escritorio y se lo tendió, no había notado tampoco que estaba llorando, que las lágrimas gruesas caen de manera silenciosa y que le ardía la garganta.

— Conocí a tu padre, Maurus, era un gran hombre. Ese idiota de Artur también es un viejo conocido. Nunca me dio buena sensación, siempre pensé que era un idiota en busca de poder. — Dijo negando con la cabeza — Ahora también creo que es un gran hijo de puta.

— Entiendo porque debo escapar entonces. No quiero ocasionar problemas, solo deseo irme a tierras humanas para mezclarme con la gente.

— ¿Tienes algún plan aparte de mezclarse con humanos? — Dijo frunciendo la nariz

— Realmente no, señor.

— No me digas señor, Kat. Solo Rafael...

— Bueno, Rafael...— Dijo Kt suavemente — Admito que tengo mucho miedo a su manada, a los cazadores y a lo que me puede esperar con los humanos si se enteran lo que soy. Pero me niego a dejarme abusar por los pedidos de Artur. No me importa si nunca más vuelvo a cambiar, será un dolor en mi alma, pero sé que al menos seré libre.

Rafael se levantó de su asiento y fue directo a la gran ventana cubierta por una cortina blanca. Corrió un poco la tela y se puso a observar el paisaje en silencio. Esos minutos de absoluto mutismo fueron larguísimos para Kat. Se removía inquieta en su asiento y le sudaban las manos, estaba intranquila porque su destino inmediato estaba en las garras del hombre que estaba de espaldas a ella.

— Te ofrezco un trato.

Volvió a sentarse donde estaba originalmente frente a ella, la determinación saludable se veía en sus ojos y eso le dio un aire de esperanza a Kat.

— Quédate en mis dominios, bajo mi protección y no tendrás que huir a un futuro incierto bajo las manos de nuestros enemigos.

— ¿Qué quiere a cambio de esta generosa oferta?

— Quiero que le consigas una compartiera a mi hijo Rex.

Habían pasado tres semanas desde que Kat había llegado a las tierras de los lobos.

Rex (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora