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___ entró a su casa, cansada por el largo del día. Los estudios la agotaban, y haber vuelto a trabajar desde luego no ayudaba. Aún así ella estaba feliz, de nuevo animada como si tuviese cinco años y cero responsabilidades.

Dos semanas habían pasado desde la vuelta del campamento de entrenamiento. Debía remarcar que de repente Akaashi estaba mucho más... cariñoso, digamos, aunque no sea esa la palabra adecuada. Claro que no exhibían muchas muestras de cariño en público, ese no era el estilo de ninguno de los dos, pero el darse la mano y el ver una película juntos no faltaba. Y sí era cierto que de vez en cuando el chico la sorprendía con un abrazo por detrás que le enviaba un escalofrío por todo el cuerpo, y que no podía negar que le encantaban. En verdad no mantenían en secreto su reciente relación, si alguien les preguntaba, ellos respondían. Solo no la iban manifestando por ahí, su intención no era presumir como esas parejas azucaradas y exhibicionistas. Y realmente nadie de su círculo social se sorprendió del todo ante la noticia.

Aunque si lo pensaba bien, la mitad de la preparatoria pensaba que ya estaba juntos, así que... tampoco es como si fuese una noticia muy nueva.

Aún recordaba la emoción de su madre al enterarse de que su hija tenía novio, su espíritu de niña chismosa de quince años salía a la luz en esa clase de situaciones.

___ sonrió.

–¡Ya estoy de vuelta!– gritó mientras colgaba su chaqueta en la entrada.

¿Había dicho ya que los abrazos por la espalda de Akaashi eran maravillosos? Creo que sí.

Caminó hasta la cocina, dispuesta a hacerse un buen bocadillo de lo que fuese. Como si era de atún en lata, la verdad solo quería saciar su hambre con lo poco que tuviesen a estas alturas del mes.

Agarrando el pan, frunció el ceño extrañada de no recibir respuesta de su madre. Los últimos días la había tenido siempre pegada, interrogándola sobre el día.

Pero hoy no.

–¿Mamá?

La chica fue hasta la habitación de su madre, con la bolsa de pan de molde en la mano. Seguramente estuviese durmiendo. O eso pensaba al asomarse por el marco de la puerta, la habitación a oscuras.

Nada la preparó para aquel escenario tan aterrador.

Se quedó quieta, recta completamente sin poder mover un músculo, aunque su puño se cerraba con fuerza al rededor de la bolsa que aún portaba. Ni siquiera sus pulmones le hacían caso, se negaban a respirar ante el peligro, casi parecían pensar que un simple movimiento suyo podrían hacer peor la situación. ¿Era su madre aquella persona en el suelo?

Sus oídos solo podían alcanzar el sonido de su corazón, que de repente latía tan fuerte.

Pum, pum, pum.

Como una tortura que solo la hacía pensar con menos claridad.

Pum, pum, pum.

Muévete.

De un momento a otro todo su cuerpo reaccionó, impulsado por un lado que aún razonaba de su cerebro. No se permitió pensar más, no quería dejarse llevar por el pánico y no ser capaz de ayudar a su madre en un momento tan crítico.

Soltó la comida que aún sujetaba, el pan esparcido por el suelo, la falta repentina de presión en su mano dejando una sensación extraña en ella. Corrió hasta su chaqueta, colgada en la entrada, y agarró su teléfono. En dos movimientos ya estaba llamando a urgencias.

–Mi madre está tirada en el suelo. Está enferma, así que es probable que su vida corra riesgo. Por favor, vengan rápido–no era capaz de decir nada más, de dar más detalles, pero su tono determinado y frío podría parecer el de alguien con años de experiencia en encontrarse de frente con la muerte. Por dentro una voz que con todas sus fuerzas intentaba callar, no dejaba de aterrorizarla. Dio su dirección y colgó la llamada.

Difícil || Akaashi KeijiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora