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Un largo suspiro salió de su boca.

La cabeza apoyada en el extremo de la cama, sobre las limpias y blancas sábanas que cubrían a su madre. Agarraba su mano con fuerza, apenas la había soltado en los últimos días.

Volvió a suspirar, esta vez más profundo. Y bostezó, un bostezo tan largo que se le salieron las lágrimas.

Ya había luz fuera, al menos sabía que era de día.

–A veces cuando bostezo me salen eructos.

La chica rio por el comentario. Esa gente que está callada y de repente suelta tonterías era maravillosa.

Como su madre.

Espera.

___ se irguió de repente, un impulso la llevó a hacerlo antes de poder siquiera procesar la información.

–¿Hace cuánto que no duermes?–la voz débil de su madre era apenas un susurro, pero se oía claramente en aquella habitación en silencio.

Las lágrimas se amontonaron en los ojos de la chica, de nuevo esa sensación de estar paralizada le recorría el cuerpo. Pero esta vez de pura emoción y alegría. ¿Qué clase de primeras palabras eran esas?

–Joder, mamá. Me asustaste–logró pronunciar antes de echarse encima suya, con cuidado de no hacerle daño. Nada más sentir que le respondía el abrazo, un gran alivio hizo que sonriera de la manera más sincera que jamás podría.

–Si estuviese en mejor condición, te pegaría una buena por decir esas palabras– la chica soltó una pequeña risa, solo dos frases y parecía que ya todo estaba bien.

–Te he echado de menos.

Sin decir nada, la mujer olfateó al aire, encima del hombro de la que seguía sin soltarla.

–Mhm, sudor, mi olor favorito. Hueles súper bien, hija.

–Pues claro que sí, cada día paso una hora en el baño solo para arreglarme como a ti te gusta.

–Una hora cagando, dirás–la mayor terminó la conversación alejándola de ella hasta poder mirarla a la cara. Sonrió– Ve a ducharte, ¿vale? En la habitación hay un baño, por si no lo habías visto.

–Antes déjame hacer otra cosa.

De nuevo con alegría en el cuerpo, se levantó animada hacia la mesa donde había dejado el móvil nada más llegar. Tenía poca batería pero le servía para hacer una llamada.

No tuve que sonar ni dos veces para que Akaashi contestase.

–¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Necesitas que vaya a por ti?– ni siquiera dejó tiempo para que ella dijese nada. Dios mío, la culpabilidad por no haberle dicho nada aparecía ahora toda de golpe.

–Sí, estoy bien, Keiji– respondió con una sonrisilla.

–Mierda, ___, me tenías muy preocupado. ¿Por qué no contestabas? Te he estado buscando, he pasado horas delante de tu casa.

–Yo... l-lo siento mucho. No tengo mucha batería, ¿vale? Estoy en el hospital, habitación 207, ¿puedes venir con Bokuto y hablamos?

–¿En el hospital? Dime que estás bien, por favor, dime-

–Estoy bien, yo estoy bien. Es... mi madre. Ella no está bien–escuchar de nuevo la voz de Akaashi hacía que le entrasen de nuevo unas ganas enormes de llorar, y más cuando hablaba con ese tono preocupado–. Solo... ven, ¿vale? Por favor, por favor. Te necesito ahora.

–Ahora mismo voy–ahora su voz sonaba mucho más delicada, cada palabra que sonaba a través del teléfono hacía que la chica se tranquilizase y, de la misma forma, que sus ojos aguantaran menos para soltar lágrimas–. ¿Necesitas que te lleve algo? Ropa o lo que sea.

Difícil || Akaashi KeijiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora