Capítulo 6

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La cabaña era fría y silenciosa. Estaba sumida en la oscuridad, no se percibía ni un alma, y esto me inquietó. De repente, oí un tintineo, como de cadenas. No estaba sola. En ese momento encontré un interruptor por fuera de la cabaña. Lo presioné y la luz interior se encendió, mostrando unas 30 literas distribuidas en 5 filas, dejando un pequeño pasillo que supuse que se destinaba a los FAZ. Hubo sobresaltos, oí gemidos de dolor, y entonces fue cuando les vi.

En cada litera había un niño encadenado y esposado de manos y pies. 

- Buenas... ¿Podéis levantaros y poneros en fila, por favor?- pedí, con voz dulce. 

Los llameantes se extrañaron, pero ni me miraron. Bajaron la cabeza e hicieron una fila frente a mí.

No se esperaban lo que iba a hacer, y, la verdad, yo tampoco.

Haciendo caso omiso a las palabras que me dedicó el FAZ antes, usé las llaves para quitarles las cadenas y las esposas una a una, dejándoles libres pero con la puerta ya cerrada.

- ¿Os vale esto para que confiéis en mí? ¿Podéis hablarme, por favor?- pregunté, tirando las cadenas en una esquina de la habitación.

-¿Es una trampa?- murmuró un niño pequeño, aunque mayor que yo, desde el final de la fila.

- ¿Por qué iba a serlo?- pregunté, sorprendida.

- Normalmente nos hacen trampas para castigarnos- dijo el niño. 

Me fijé en que todos tenían heridas, cortes... Cosas que nadie debería tener. El niño en cuestión tenía un corte en la mejilla muy limpio, lo cual llamó mi atención.

-¡Ya basta Harry!- dijo el que supuse que era el mayor de la sala. 

- Os juro que yo no os haré eso- prometí, dispuesta a cumplirlo.

- ¿No nos vas a castigar?- preguntó Harry.

Aún no me miraban, pero al menos uno hablaba, Pero en ese momento, todas sus miradas se volvieron hacia mí.

- ¡Si eres más pequeña que yo!- dijo el mayor- ¿Es una jugada telepática? ¿Estás infiltrada?

- ¿Qué? ¡No! Soy una FAZ.

- ¿De qué campo eres?- preguntó otro niño, un poco más alto que Harry.

- Yo no pertenezco a ningún campo, no tengo síntomas.

- ¡Es ella!- exclamaron, lo cual me sobresaltó.

- Me llamo Ronald, pero me llaman Ron- dijo el mayor.

- Vale, escucharme, no sé quién os creéis que soy, pero no arméis mucho jaleo.  ¿Sabéis usar vuestros síntomas?- pregunté.

-¿Qué síntomas?- preguntó Ron- ¿Los poderes?

- Sí eso, ¿sabéis?

Algunos de los mayores afirmaron, pero los demás no sabían.

- Callaos, ¡ya!- ordené, copiando a Muñoz la noche en la cual me hizo FAZ.

Apreté un botón rojo en la pared. Sonó un pitido.

- ¿Algún problema, Roxy?- dijo una voz desde el otro lado.

- Ninguno, están encadenados y dormidos. Como voy a pasarme aquí medio año, necesitaba una mesa y una silla para poder cuidarles desde dentro y vigilarles mejor, y si es posible, un boli y una libreta. ¿Podré obtenerlo? - puse la voz más buena y dulce que pude, quería obtener esas cosas.

- Por supuesto. Ahora mismo.- respondió la voz.

En el momento en el cual dejé el botón, los llameantes, asombrados, no dejaban de mirarme. Harry y Ron comenzaron a hacerme preguntas.

- Te deben de valorar mucho si van a darte nada... ¿Eres telepática y te metiste en su cabeza?- decía Ron, empeñado en que me había infiltrado.

- No lo soy, confían en mí porque no tengo síntomas.

- ¿Y eso cómo lo sabes?- preguntó Harry

- Me han hecho pruebas.

- ¿Eres una de las niñas zombie?- preguntó Ron, sorprendido.

- ¿Tú que crees? ¿Te parezco un zombie?- le pregunté.

- No, la verdad - respondió, bajando la cabeza. 

Por la mañana les esposaba y les llevaba al comedor, a la cantina, al jardín... Era un sitio horrendo, y les obligaban a hacer trabajos forzosos. Era un infierno. Ni a mis peores enemigos les desearía ir allí. Si ya era un infierno siendo FAZ, no quería ni imaginarme cómo sería siendo un interno... 

En mi segundo día, por la mañana, me llevaron un escritorio de madera tallada muy bonito, una silla negra acolchada y una pluma de colores arcoíris, cuya forma me recordaba a una pluma de lechuza. También me trajeron un bote de tinta de cristal y una libretita revestida en cuero por fuera. Lo pusieron todo en una esquina de la cabaña, la cual no tenía literas cerca. y añadieron el pequeño detalle de traer una lamparita de noche. No tenía nunca ni un rato libre, al menos, no de día. Mi día empezaba cuando caía la noche. La primera noche, lo primero que hice fue ducharme. Aún no habían quitado el molesto temporizador de encima de las duchas que sonaba cada segundo. Cuando dejaba de sonar, el agua se volvía heladora. Solo tenía dos conjuntos, el uniforme de FAZ y el que me había dado Muñoz. Era irrealista. Me puse el de Muñoz, ya que el otro estaba embarradísimo. A duras penas, me lo puse, y, por suerte, observé que la chaqueta del uniforme de FAZ no estaba muy manchada. Me la puse y coloqué mi cinturón de herramientas de manera que no me tapara esos flecos que me encantaban, y me coloqué la escopeta igual que el día del accidente. Me tapé el tatuaje de nuevo con la crema y salí. Al pasar por delante de la cabaña telepática número 10, algo pasó. Recibí una sensación extraña, como una ola de sensaciones extrañas, y miré hacia ella. Eran... Ideas de prodigio. Vi a través de ella a unas niñas esposadas y con bozal, pero, al fijarme más, vi a la niña a la que yo había bajado del autobús. Estaba en una esquina de la cabaña, en la litera de abajo, hecha una bola. Desprendía un aura diferente, un aura llena de ideas inimaginables y muy inteligentes... Un aura de prodigio. Esa niña no era telepática, e iba a descubrir qué hacía allí.

Más tarde, regresé a la cabaña llameante número 3. Todos estaban dormidos. Empecé a sentir angustia, además de como si unas manos invisibles lucharan por salir de mí. Conocía esa sensación. Era el aviso de que mis síntomas iban a liberarse. Me senté en el escritorio, cogí la pluma y empecé a escribir. Cuando esta sensación afloraba en mí, lo único que me calmaba era escribir. Siempre me ha gustado la música, y me ha encantado cantar, así que escribía canciones. Esa noche, la canción que escribí contaba lo que sentía, contaba cómo sentía que el veneno corría por mis venas, que al mínimo roce podría desatar al monstruo que Perozo sabía que era. Al acabar de escribirla, la sensación había desaparecido. 

Era hora de despertarles.

Un Secreto PeligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora