Un sentimiento prohibido

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Salió entonces Nero de la habitación rumbo a los baños de la sede. No era tan noche todavía, pero al parecer el capitán Yami ya había llegado y había a mandado a todos a dormir. Solo se había quedado en la sala con Magna quien le estaba contando los detalles de la misión. Llegó entonces la pelinegra hacia la puerta de los baños, entró y acomodó sus cosas. Retiró las tiras de sus vestidos de ambos lados y mientras lo dejaba caer, lo recogía alzando un poco las piernas, lo dobló y lo colocó sobre una esquina para que no se mojara y procedió a quitarse lo demás (...).

Completamente desnuda, caminó con cuidado hacia la gran bañera que había en el baño de las mujeres. Alzó un pie y lo puso dentro: «¡ah!» se exaltó, el agua estaba un poco más fría de lo que imaginaba lo que hizo que le recorriera un pequeño escalofrío por todo su cuerpo. Volvió a meterlo y el otro junto a él, ya estaba dentro. Se dirigió a la parte de la bañera que daba contra la pared y se sentó lentamente para no caerse, logrando recostar su cabeza sobre parte de aquella pared. Tenía las piernas estiradas hacia adelante y el agua le llegaba hasta la mitad de sus senos. Empezó a alzar los brazos que tenía bajo el agua para masajear ciertas partes de su cuerpo. Comenzó dando pequeños masajes a su cuello con el brazo derecho, mientras que con el izquierdo apretaba un poco el área de sus muslos desde abajo hacia arriba con la intención de relajarlos. Lo estaba logrando, con cada caricia, con cada masaje, con cada fricción su cuerpo se alegraba por la excitación y relajación que estaba recibiendo por sí misma. No pudo evitar soltar algunos sonidos de placer, y seguía (...)

La escena era tan placentera (incluso para el autor). La blanca y tersa piel de Nero era recorrida por sus brazos, lavando y acariciando cada parte (incluso las que no se pueden contar). Nero había conseguido relajar totalmente su cuerpo y trataba de no pensar mucho, pues sabía que no podía relajar su mente sino simplemente evitar atormentarla con problemas y posibles soluciones. Y así pasó casi media hora, era refrescante permanecer allí, pero sabía que «algo» la esperaba arriba. Lentamente se paró apoyándose con ambas manos en el filo de la bañera y con una mano sobre la pared empezó a moverse lentamente para salir. Una vez fuera de la bañera cogió su toalla y empezó a secarse todo el cuerpo a excepción del rostro y el cabello, pues tenía otras dos especialmente para eso. Empezó colocando la toalla sobre su torso y secó, tuvo cuidado cuando llegó a sus senos y con una mano los limpiaba haciendo círculos alrededor de ellos, pasó luego por sus brazos ayudándose del otro. De ahí pasó hacia sus hombros y espalda, para finalmente pasar hacia su parte íntima (...) y acabar con sus piernas, finalmente usó las otras dos toallas para lo demás. Ya estaba totalmente seca así que debía vestirse, se dirigió al lugar donde había guardado sus cosas y cogió sus bragas. Eran azules y algo pequeñas, pero para ella eran normales. Las sostuvo en el aire y alzó un pie para ponerlo dentro, luego hizo lo mismo con el siguiente para después alzarlas y colocarlas en la posición justa y una vez en ella las soltó, escuchándose un pequeño sonido del choque de la tela con el cuerpo de la pelinegra, estaban algo ajustadas remarcando un poco el trasero de aquella chica. Se colocó el brasier que hacia juego con su otra ropa interior, y sobre esta una pijama que le había regalado Noelle ahora que sabía que su amiga había decidido dormir en su propia habitación, era una blusa de tiras color plateado que cubría a la maga del sellado hasta la parte baja de su abdomen, y bajo esta un short de igual color que llegaba hasta la mitad de sus muslos. No era ropa tan ajustada, pero tampoco tan suelta que hacia resaltar ligeramente la hermosa silueta de la chica de cuernos. Lista y con sus cosas en la mano se dispuso a ir nuevamente hacia «su» habitación.

—No hay nadie, parece que ya todos están durmiendo —dijo mientras recorría la base camino a su cuarto.

Una vez fuera de él, entró y vio a Asta acostado de espaldas hacia la puerta, mirando hacia la pared. Estaba sobre la mitad de la cama, por lo que el resto del espacio era para que ella pudiera acostarse. Nero vio esto y sonrió un poco, dejó sus cosas en un lado apartado del cuarto sobre el cual pudiera recogerlos el día siguiente temprano. Lentamente se empezó a acercar hacia donde estaba su compañero, y con algo de nerviosismo y vergüenza se atrevió a subirse a la cama donde se encontraba aquel muchacho con él que ya había dormido el día anterior.

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