Epílogo: Un merecido descanso.

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Van un par de años ya desde que Vivienne dejó este mundo, al menos desde que lo dejó físicamente, porque ella siempre estaría en mí, marcada en aquella obra de arte alojada en mi antebrazo. Muchas cosas habían pasado desde que Vivienne murió. Mis lazos con su familia se cortaron, por lo tanto, también fui destituido de mi empleo, fue una gran sorpresa. “El conocido psicólogo Venezolano Josué Cavalli tiene el Virus de Inmunodeficiencia humana.”, pero bien sabía yo que aún quedaban personas que me comprendían, pues la que más lo hacía: Vivienne, ya no estaba, ella sabía que yo no era mala persona. Pese a todas las acusaciones, las negaciones a mí, la falta de sentimientos en mi vida, ahora me sentía otra persona, una persona mejor que el Josué que por más de ocho años mintió acerca de su salud y se llevó con sus mentiras a muchas personas.

Ahora trabajaba en varias organizaciones para el VIH, por todo el mundo, viajaba a dar charlas, apoyo, también hacía aportes monetarios a las empresas que colaboraban con la causa, además de poseer varias acciones con algunas empresas, lo que me convertía en un socio más. Para mí era mucho más fácil trabajar con esto cuando yo era un mártir que en cualquier momento podría explotar y quitarme la vida. Había dejado claro lo que iba a hacer mientras estuviera vivo: Honrar a Vivienne día a día, viviendo mi vida al máximo, ayudar a todo aquel que lo necesitara y lo más importante de todo; No dejar pasar las oportunidades de salvar vidas, como había hecho con aquellas chicas antes de Vivienne, no dejaría morir a nadie más si en mis manos estaba evitarlo.

Hoy me tocaba dirigir una charla en mi país natal, en la ciudad de Caracas. Las posibilidades de encontrar a Oriana se me habían hecho en un principio, pero ella seguía en África, según me dijeron Marcos y Sofía, que continuaban entablando contacto con ella de vez en cuando, yo tampoco le había intentado notificar que iría a la ciudad.

Tenía más tatuajes que antes, la fecha “28/02/14”, el día de la muerte de Vivienne, además de la espalda con símbolos parecidos a los que ella tenía en su espalda, también había decidido retocar el águila en mi pecho, ahora la adoraba, era una seña de fuerza para mí, como lo había sido en un inicio, no tenía motivos para distorsionar la imagen de esa obra de arte. Después de todo, era un medio de expresión.

Preparé mi portafolio, donde llevaba documentos, ningún discurso establecido, prefería ponerme a improvisar respecto a mis experiencias con esta enfermedad, hacía de mis palabras más dinámicas, de ese modo la gente podía ver las enfermedades incurables de otro punto de vista.

Por primera vez tendría que hablar en un auditorio. Se me hizo raro, Venezuela no tenía un porcentaje tan alto de VIH, sin embargo, la ignorancia y el prejuicio si era algo que abundaba en este país, hoy intentaría cambiar eso, al menos en una cantidad limitada de personas.

Me encontré con un par de colegas en el auditorio y conversamos respecto a lo que haríamos hoy. Nuestra organización se llamaba “A más VIH, más comprensión.”, hoy hablaríamos de eso, por mi parte, tenía una idea de lo que podría decir, cosas que se adaptaran a lo que la gente quería escuchar, pero con un toque de la cruda realidad. Tenía claro que muchas personas con el virus asistirían, para sentirse apoyadas, o para conocer a Josué Cavalli, al parecer era una celebridad en el mundo del VIH, quizás por pasar tantos años siendo VIH positivo sin padecer ningún tipo de síntoma aún, era como el paciente de Berlín.

Finalmente me llegó la hora de subir al gran escenario, con una silla para mí en el caso de que deseara sentarme y un micrófono para hablar y que mi voz se transmitiera a todos nuestros espectadores. Con el tiempo se fue llenando. Una vez llegó la hora y la gente llenó cada asiento del lugar me sentí preparado para empezar a hablar.

―¡Buenas tardes!, muchos de ustedes me conocerán. Yo soy Josué Cavalli, psicólogo, soltero, ah, y tengo VIH―Inicié con algo de dinamismo, las risas fueron una buena reacción para mí―. Había escrito un discurso, pero pensé y me dije “¿Estas personas pagaron una cantidad de dinero considerable para venirme a escuchar decir algo de memoria?” Yo me molestaría si eso me pasara, así que improvisaré, será más divertido para ustedes y para mí. Hablaré de como contraje esto. Fue por bobo, es la verdad. Me hice un tatuaje y fui el único estúpido que no preguntó si la aguja estaba esterilizada o no―Dije y desabotoné los primeros botones de mi camisa, mostrando mi torso en su mayoría, junto con el tatuaje. Silbidos retumbaron en las paredes en señal de coqueteo, al parecer estaba haciéndolo bien. La gente se divertía, y esa era mi única intención en este instante, entretenerlos―. Pero esa no es la etapa más importante de mi vida, la etapa más importante para mí, la que más me enseñó, tiene nombre y apellido; Vivienne Bolton―Mantuve silencio por unos instantes, con mis ojos cerrados y luego dejando escapar un suspiro―. Si piensan que era mi esposa o algo así, están muy equivocados, no soy tan predecible―Bromeé―. Fue una chica con la que tuve una aventura, una tan loca y alocada que parece de película. La conocí en mi anterior consultorio, y pensé que era una paciente más, ya saben, de esas millonarias de Ipanema que venían a hablarme de sus gatos perdidos y el estrés que les causaba perder sus vestidos Gucci o los hombres que me hablaban de lo molesto que era tener que comprar un par de zapatos Louis Vuitton porque su perro se los comía cada vez que los dejaba en la sala al llegar de trabajar. Esta chica era diferente en todos los sentidos de la palabra, era intrigante, juguetona, incluso coqueta conmigo, lo curioso es que ella tenía algo en común conmigo; ocultaba toda su tristeza detrás de una sonrisa fingida y convincente. Era una mujer única, profesora, joven, pero lo más sorprendente es que no parecía tenerle rencor ni a las peores personas del mundo―Una sonrisa cruzó por mis labios mientras hablaba de Vivienne, aquello era inevitable, me hizo feliz y me ayudó a lidiar con esta enfermedad, para mí la mejor forma de pagarle era con sonrisas―. Un día pasó lo que ustedes conocen, pero no lo mencionaré porque parecen ser bastante morbosos, no me protegí, por lo que tampoco la protegí a ella. Fui de viaje una semana y cuando volví, ella ya estaba condenada por completo. Pero antes de dejarme me enseñó a algo. Yo odiaba cada cosa en mi cuerpo que me recordara a este mal, más aún el tatuaje de mi pecho, porque me recordaba lo tonto que fui. Vivienne me hizo entender, que sin importar cuando suframos, sin importar cuando nos odiemos, sin importar lo mal que creamos estar, eso no lleva a nada bueno.  ¿Creen que odiar a este tatuaje me quitará la enfermedad o devolverá a Vivienne Bolton a mi lado? No lo hará, por lo tanto, debo honrarla. Extenderme sería un lujo, pero ustedes tal vez terminen aburriéndose si continúo hablando, así que trataré de resumir mis palabras lo más que pueda, ¿Les parece?―Pregunté obviamente recibiendo risas como respuestas―. El punto que si alguien tiene VIH, no es menos humano que quienes no lo padecen, esto tampoco es incurable, el paciente de Berlín logró curarse, y al igual que él lo hizo, estoy seguro que un día de estos todos nosotros podremos decir que nos curamos de esta enfermedad. La mejor cura para todos es la unión, tener las fuerzas y mantenerlas. Quiero que se den cuenta de eso ahora, no que les pase como a mí, que tuve que perder a una persona importante en mi vida para al fin darme cuenta de que no mi vida daba mucho más de lo que yo proponía. Siempre van a existir personas que nos den apoyo, que nos hagan sentir que en verdad podemos seguir. Pienso en todos ustedes y veo a grandes personas, quizás futuros ingenieros, o doctores. El VIH no es una limitación, es una prueba para todos los que la padecemos, a ver si realmente somos fuertes o  no. ¿Pasar la prueba de quién depende? ¿De nosotros o de los prejuicios de la sociedad y la discriminación?―Extendí el micrófono hacia el público y se pudo oír en un gran unísono: ¡De nosotros!, aquello me hizo sonreír. Volví a acercar el micrófono a mis labios y sonreí―. Exactamente eso quería escuchar. Por eso no quiero que nadie de los que están acá vuelva a decirse “No puedo”, porque al ponernos límites, estamos reprobando esta prueba, no depende de nadie más que de nosotros mismos establecer lo que queremos en nuestras vidas. Muchas gracias.

Los aplausos se escucharon a más no poder, era maravilloso pensar que luego de esto muchos saldrían con mentalidad diferente, incluso con nuevas metas. Ya salía del auditorio cuando una voz me detuvo.

―¿Puede darme un autógrafo Doctor Cavalli?―Pidió.

Al darme la vuelta aguanté la risa y mi sorpresa. No era como si estuviera impactado y nervioso, simplemente un poco sorprendido porque no era algo que yo me esperaba.

―Supongo que se lo daré con gusto, señorita Farías. ¿Dónde lo desea?

―En cualquier parte, siempre y cuando el marcador esté esterilizado.―Bromeó.

Tomé la libreta que tenía en sus manos y firmé como si fuera un famoso dándole el mayor regalo de su vida a una admiradora algo loca y obsesiva.

Ambos nos dimos un fuerte abrazo y entablamos una conversión.

―¿Qué haces por aquí, Oriana?―Inquirí.

―Pues, tú y yo tenemos algo en común, y quería compartirlo contigo.―Confesó con intriga en su tono de voz.

―¿Y qué se supone que es eso, señorita Farías?

―Que ambos somos positivos en la ELISA, Doctor Cavalli.

Rosas y Espinas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora