Capítulo 8.

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Había llegado el día y finalmente me libraría de Brasil por unos días. No tenía noticia alguna de Vivienne y a mi gusto eso era bueno, así no necesitaba cargar con ninguna culpa o remordimiento. Mis días para relajarme y darme vacaciones habían comenzado, no había nada más fantástico que eso. En el aeropuerto recibí un par de mensajes de mis padres preguntando si estaba bien y eso, cosas típicas de padres las cuales hace mucho tiempo no experimentaba. Yacía tiempo desde la última vez que había querido compartir tiempo con mis padres, me distancié de ellos porque estaba avergonzado de lo que era, en lo que me había convertido y las mentiras que había llevado a cabo los últimos años. Los padres son quienes más nos aman a lo largo de nuestras vidas, pero yo no me sentía digno de los míos, no después de tantas cosas que habían pasado en mi vida. No necesariamente el VIH, las mentiras, el egoísmo que había tenido, esas cosas de las que estaba buscando librarme. Decidí empacar el sobre con el nombre de las chicas y la prueba ELISA, porque si alguien podía ayudarme a superar mis dolores con esas chicas eran mis padres, ellos podrían ayudarme a lidiar con el dolor de todo aquello y así poder superarlo. Una vez abordé cerré mis ojos, abrochando mi cinturón y dejando la mochila que llevaba de equipaje de mano entre mis piernas. No estaba interesado en escuchar a las azafatas dar la demostración de seguridad, ni de ver el avión despegar, mucho menos de recordar que no debía fumar el avión. Una vez cerré mis ojos caí en mi mundo de sueños. Pude sentir como las imágenes y el color aparecían como si de polvo se tratara, dándole forma poco a poco a cada objeto que ambientaría mi sueño. A medida que todo se iba volviendo más nítido y claro me preguntaba que recuerdo sería el protagonista esta noche. La cantidad de objetos que volaban por el lugar en el que me encontraba me dieron una idea de que recuerdo estaba a punto de revivir de aquí a que despertara o me despertaran.

―¡Maldito mentiroso! ¡Te odio!―Grito una voz femenina conocida para mí, arrojándome algunas cosas de vidrio que pude distinguir por como explotaban en mil pedazos cada vez que golpeaban el piso, algunos rozando la piel de mis piernas. ―. “Usemos condón siempre mi amor, aún no quiero tener bebés.”, ¡Pura mierda! ¡Mentiroso!―La voz se iba quebrando y yo sólo me cubría el rostro por si algún trozo de vidrio se acercaba a mi rostro y me cortaba. Di pasos hacia la voz, siguiendo sus gritos y sollozos. Las cosas que iba lanzando fueron con cada vez menos frecuencia. Cuando destapé mis ojos se encontraba de rodillas, cubriéndose el rostro con ambas manos y respirando de forma entrecortada, sollozando. Intenté rodearla con ambos brazos y ella se deshizo de mí, por más que ella estuviera destrozada según me mostraba, su repulsión por mí en este momento parecía superar todo.

―Oriana, mi amor…―Murmuré, siguiendo con las caricias, al igual que ella seguía apartándome.

―Aléjate de mí, aléjate.―Suplicaba ella entre lloriqueos, no podía destrozarme más verla así, más aún por la culpa que yo tenía en su estado anímico.

Finalmente me arrodillé frente a ella, esperando que mejorara. Ella siguió llorando por varios minutos hasta que tomó un profundo suspiro, limpiándose la cara y levantándose. Me miró con una expresión totalmente opuesta a las que me había dedicado los años que estuvimos juntos. Me provocaba llorar viéndola así, odiándome tanto. Había cambiado sus sentimientos totalmente, lo notaba, ella ya no quería estar conmigo, ella ya no me quería. Su cara estaba tensa, cargada de rudeza, sus dedos enroscados en puños, ella parecía estar intentando redimirse con rabia y odio, siendo totalmente opuesta a lo que fue durante años.

―Puedo explicártelo, en serio.―Murmuré nuevamente, entrelazando mis manos.

―¿En serio?  Inténtalo, bastardo.―Replicó ella.

―Yo tuve miedo, de que me juzgaras, de que no quisieras estar conmigo sólo por eso. Digo, la gente juzga a los que padecemos del virus. Y desde el primer día en el que te conocí y estuvimos juntos no quise que te alejaras de mí, ni en un millón de años hubiera deseado estar en esta situación contigo. Te amo, Oriana, en verdad te amo como nunca he amado a nadie y también dudo que vaya a amar de esta forma a alguien. Supongo que por eso te oculté esto tanto tiempo, hice lo posible para protegerte de mí. Y espero que puedas comprender eso.―Finalicé con calma y miedo en mi voz. Acariciaba mis dedos yo mismo, rozándolos entre sí. Sentía mi diafragma funcionar más rápido de lo habitual, haciendo que mi pecho subiera y bajara.

Rosas y Espinas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora