Capítulo 9.

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Dentro de mi cabeza existían muchísimas preguntas y tan pocas respuestas, todo debido a la presencia de Oriana en la puerta de mi ex-hogar. ¿Qué hacía aquí? ¿Quién le había dicho que aparecería por aquí?

Quizás sólo fuera una coincidencia, pero lo dudaba bastante, luego de sus mensajes no creía en coincidencias cuando se trataba de ella.

―¿Sorprendido, gran embustero?―musitó.

―Un poco, sí. No esperaba que aparecieras por aquí. Has cambiado bastante.

Su lacio cabello largo ahora estaba teñido de amarillo, haciéndole parecer una hermosa rubia natural. Se vestía de forma mucho más elegante que antes. Portaba un vestido color crema que la hacía parecer mucho más joven. Los ojos de los que me había enamorado antes seguían iguales, un tanto grandes, con el iris enorme y una belleza peculiar.

―Lo he hecho, me gusta como soy ahora.―Admitió.

―¿Quieres salir a caminar? Mi madre anda un poco mal, sería mejor caminar por toda la urbanización, y me dices lo que quieras decirme.

Asintió con la cabeza y cerré la puerta de la casa, dando unos cuantos pasos para dejar el porche y esperando que ella me siguiera, algo temeroso aún. Hubo un silencio durante los primeros cincuenta metros que caminamos, durante los cuales sólo me dediqué a mirarla, y según lo que podía distinguir por el rabillo del ojo, ella también me daba un vistazo cada cierto tiempo.

―¿Y qué te dijeron Marcos y Sofía?―inquirí rompiendo el silencio.

―Que tienes una paciente un tanto loca. Y que me extrañabas o algo así, aunque eso ya lo sabía.―Respondió con un aire de arrogancia.

―No está loca, sólo es…Rara, y es un total enigma, no tengo ni idea de quién es o por qué recurrió a mí. Y sí te extrañaba, eso lo sabes. Te extraño desde el primer día.―Confesé como si estuviese abriendo mi corazón, aunque sabía que ella tal vez seguiría guardando rencor, quizás tomaría mi vulnerabilidad como una ventaja para destrozarme. Debía ser fuerte.

―Yo quizás estuviera contigo ahora, de no ser por la estupidez que hiciste, Josué.―Dijo con rudeza.

Cada palabra emitida por los labios de Oriana pasaba por mí como si fueran navajas, rebanando todos mis sentimientos, destrozándolos uno a uno. Suspiré sin muchas ganas, sabía que lo que decía era cierto, yo tenía la culpa en todo lo que había pasado.

―Yo lo siento…En verdad.

―Claro Josué, sentirlo iba a arreglar el problema de salud que me pudiste haber causado, por suerte estoy sana.

―Me alegra tanto que lo estés…Siempre tuve miedo de eso, pero a la vez tenía miedo de que me dejaras, al final terminé recibiendo mi último miedo. ―Dije con tristeza, mirando mis pies mientras caminaba, ya no podía verla a ella, la pena era mayor en ese momento.  No poder ni mantener contacto visual con quien una vez fue todo para mí era algo realmente horrible, pero Oriana lograba algo en mí que nadie más ― ni siquiera Vivienne ― podía hacer: Volverme vulnerable. Yo era un ser muy cerrado y reservado con las emociones, pero ni siquiera al momento de abrirme con alguien era capaz de volverme vulnerable o indefenso ante rupturas o cosas parecidas, en cambio Oriana realmente lograba debilitarme por completo. Si bien mi estado anímico era deplorable ahora, el hecho de tenerla a ella conmigo ahora lograba que tuviera ganas de algo, de intentar redimirme con ella.

―A mí me alegra que ahora te preocupes por los demás, dejaste de ser egoísta, y no creo que lleves tiempo siendo así, estoy segura que pasó algo.―Habló con seguridad y dureza.

Yo mantuve el silencio.

―Dormiste con ella, ¿No es así? Dormiste con ella y fuiste lo suficientemente idiota como para complacer el capricho de una mocosa de tener sexo sin condón. ¿Verdad?

Rosas y Espinas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora