Capítulo 2.

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Al llegar a casa varios impulsos me recorrieron. Estaba cansado, y según el reloj de pared de mi sala de estar, aún faltaba mucho para que la verdadera noche empezara. Ya en mi habitación me despojé de la mayoría de mis prendas, quedando sólo con mi ropa interior cubriéndome, dejando mi anatomía a la vista, al igual que mi tatuaje, el cual no podía evitar ver, pues por más que lo odiara, era hermoso, cada línea y sobra estaba hecha a la perfección, pero el peso de ese tatuaje en mi vida solía hacer que olvidara la belleza de esa pieza. Era la belleza de la destrucción.

Me recosté en la cama para darme un lujo que en ocasiones debido al trabajo y los recuerdos me era imposible tener; dormir.

Mis párpados ya sintiéndose pesados se cerraron al instante que me recosté, dejándome descansar con tranquilidad.

Otro recuerdo apareció entre mis sueños, sin embargo, este era lejano, no tanto como otros, pero era muy lejano. También es más calmado, no obstante, es igual de doloroso y significativo para mí como lo son la mayoría de mis recuerdos.

Me encontraba sentado en una silla de color azul chillón, el frío aire entra por las apreturas de mi camisa blanca, haciendo que los escalofríos me recorran de vez en cuando, haciendo que me arrepienta de no tener un suéter o una chaqueta. Miré hacia abajo esperando algún cambio en mi cuerpo, pero no, todo seguía igual, seguía estando maldito gracias a aquel tatuaje en mi pecho. «Justo ahora saldrá.» pensé, acertando. Sabía que iba a pasar, pues ya había vivido esto, aunque no estaba muy emocionado de tener que vivir esto de nuevo.

―Josué Cavalli― Dice la enfermera que acaba de salir del laboratorio, mirando en dirección a los varios hombres que estábamos sentados esperando nuestro turno.

Yo me levnaté, alzando mi mano como un niño pequeño cuando pasan la asistencia en la escuela.

―Venga por acá, señor.― Hizo un gesto con la mano para que la siguiera, dejando la puerta del laboratorio abierta para que entrara yo. Entré y cerré la puerta, dirigiéndome a sentarme sin decir nada. Miré el techo, perdiéndome en las luces, estirando mi brazo, esperando que todo terminara rápido, como si así pudiera cambiar algo.

Era un simple examen de sangre que iban a hacer para lleva run control de mi salud.

― … ¿verdad, señor Cavalli?

―¿Ah? ―Cuestioné yo, bastante perdido a decir verdad.

―Esos son los exámenes que evaluaremos en su sangre, ¿No? ―Explicó.

―Ah…Sí. ―Asentí con mi cabeza para reafirmar lo que dije.

Ella colocó aquel torniquete alrededor de mi brazo y prosiguió con sacarme la sangre.

Pude despertar y miré hacia la ventana. Ya había anochecido, ahora empezaba mi otra vida.

Muchos pensarían que los doctores o psicólogos éramos personas completamente aburridas. Bueno, tal vez lo fueran, pero erse no era mi caso. Adoraba ir a clubes o bares, bailar, divertirme y dejar salir todo el estrés que se me acumulaba en las mañanas con el trabajo.

Una vez vestido me dirigí hacia mi auto, conduciendo a un club de Copacabana. Esta noche no había tenido que esperar demasiado en la fila, y no fue exactamente porque el club estuviera vacío. Caminé entre la multitud, alejando a más de uno con el brazo para abrirme paso. «¿Tragos o ligar?» pensé, palmeando el bolsillo trasero de mi pantalón. Perfecto, tenía todo para hacer de esta noche espléndida. Al final decidí ir por un trago antes de cualquier cosa. Estaba demasiado distraído y fuera de mente. Y pensar que todo era por aquella joven; Vivienne Bolton.

Rosas y Espinas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora