Capítulo 10

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Varios años antes...

- ¡Ethan, date prisa!

- Voy...voy... ¡no encuentro la bolsa!

- Mira que te dije que era mejor que nos mudáramos después de dar a luz.

Y se lo dije. Se lo dije en repetidas ocasiones. Solo hace dos días que nos mudamos a nuestro hogar. Un piso que habíamos comprado donde viviríamos siendo una familia más. Era una casa sencilla. No demasiado grande, con salón, cocina, dos baños y tres habitaciones. Además, la urbanización donde se encontraba, contaba con piscina y un pequeño parque donde los niños podían jugar.

Ethan y yo tuvimos una discusión a la hora de decidir cuándo nos trasladábamos. Yo quería esperar a que naciera la niña, pero él insistía en que era mejor antes para ir instalándonos. Finalmente, le hice caso y ahora estaba que echaba humo por no haber defendido más mi idea. Toda la casa estaba llena de cajas sin abrir. Lo único que habíamos desempaquetado era lo más necesario de nuestro cuarto y el del bebé. Pero aún quedaban cosas por guardar, entre ellas, la bolsa donde tengo todo preparado para ir al hospital.

- Ethan... me duele mucho... – le digo apoyada en la pared mientras respiro como sé que tengo que hacer.

- ¡Ya está, ya está! – le escucho y alzo los ojos al techo.

«¡Aleluya!», grito por dentro y cuando Ethan corre para reunirse conmigo, me tiende la mano para ayudarme a caminar hacia el ascensor y así, bajar al garaje donde está el coche aparcado. Por el camino y para intentar relajarme, llamo a mis padres y amigos para que sepan que Alice está a punto de llegar y que Ethan será el encargado de mantenerles informados. Yo estaré bastante ocupada procurando mantener mis nervios a raya. Y mi mal humor. Duele tanto que lo único que quiero es gritar y romper cosas.

En cuanto llegamos al hospital, enseguida mis compañeras me atienden y se muestran entusiasmadas con la llegada de la niña. Han seguido de cerca mi embarazo y todas desean verle la carita.

Mientras me llevan a una habitación, Ethan se queda atrás para rellenar los papeles del ingreso. Sé que es el procedimiento normal, pero quiero que venga ya a mi lado. Estoy muerta de miedo y no dejo de mirar la puerta para ver si entra. Por suerte, no tarda en reunirse conmigo.

- Hey, campeona, ¿cómo vas? – me pregunta mientras me coge la mano.

- Mal. No sabía que dolía tanto – cierro los ojos cuando siento una nueva contracción.

Ethan me da un beso en la frente y me susurra palabras de ánimo y amor. Aunque yo lo único que puedo pensar es en que me pongan pronto la epidural. Odio las agujas. Siempre las he odiado, pero este dolor es tan intenso que me da igual que me pinchen. Es más... ¡lo suplico!

Mis padres entran en la habitación para verme y me informan de que mis amigos están en la sala de espera. Mi madre saluda a Ethan con un abrazo y dándole la enhorabuena. Mi padre se muestra más frío con él, pero le da la mano. La situación es algo tensa, por lo que les digo que tanta gente me agobia, cosa que es verdad, y les pido que salgan de la habitación.

Las horas pasan y, aunque ya me han puesto la epidural, estoy agotada. Tengo muchas ganas de llorar, porque lo único que ahora mismo deseo es dormir y sé que no puedo hacerlo hasta que Alice decida nacer.

Me he puesto de parto a las ocho de la mañana y ya son las tres de la madrugada. Ethan se ha quedado algo traspuesto a mi lado. Da cabezazos y ya ha ido varias veces al baño para echarse agua en la cara e intentar despejarse.

- No puedo más... – le digo completamente agotada y noto cómo se me cierran los ojos – No tengo fuerzas para empujar ni para nada – sonrió sin ganas y él me devuelve la sonrisa.

- Ya queda poco, cariño – me retira un mechón de cabello – Aguanta.

Asiento y miro a la puerta cuando esta se abre. Casi grito de felicidad cuando la doctora me dice que ya estoy lista y que me suben a paritorio. Se llevan a Ethan para ponerle el atuendo adecuado y así, que pueda estar a mi lado en este momento.

Me colocan los pies en los estribos y me siento muy expuesta, pero estoy tan cansada, que no siento vergüenza. Lo único que deseo es tener a mi pequeña en brazos.

Por fin, tras varios minutos en los que empujo, rio y lloro, escucho el llanto de mi hija. Sonrió feliz cuando me la colocan en los brazos y la limpio un poco con la toalla en la que la han cubierto.

Ethan se acerca más a mí y coloca un dedo sobre la palma de la mano de Alice. Ella se lo coge debido al reflejo de presión palmar y yo la atraigo a mí para besarle en su pequeña naricita. Es preciosa. Tan pequeña. Tan perfecta. Apenas tiene pelo en su cabecita y no se distingue muy bien su color de ojos, pero espero que sean como los de su padre.

- Dios... es preciosa – dice Ethan emocionado antes de besarme en los labios. – Te quiero, amor.

- Yo también te quiero. – miro a mi pequeña. – Os quiero a los dos.

Se queda dormida en mis brazos, pero las enfermeras deben llevársela para realizarle distintas pruebas.

Cuando la vuelven a traer ya vestida y en una cunita transparente, Ethan la coge por primera vez. La observa completamente embobado y le da un beso en su cabecita pelona. Me encanta la imagen que estoy observando. En estos momentos, me siento la persona más feliz del mundo.

- Hola, mi pequeña – le escucho hablarle a nuestra hija – Te prometo, Alice, que siempre te querré y que jamás nos separaremos. Seremos una familia feliz y unida. Siempre. Nadie hará que pase un minuto alejado de mamá y de ti.

Vuelvo a sonreír y mi marido me la tiende para que le dé la primera toma. Alice debe de estar hambrienta y, aunque estoy agotada, no pienso descansar hasta que me asegure de que mi niña está bien. Ahora mismo, no puedo sentirme más feliz.

Una última vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora