Deja vú

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No sabía por qué había llegado ahí, solo se levantó en la mañana, y después de una ducha de agua caliente salió a caminar aparentemente sin rumbo.

No solía hacer eso nunca, su rutina era siempre la misma. Se levantaba en la mañana, se preparaba un café, y luego se pasaba horas frente a la pantalla de su laptop respondiendo primeramente algunos mails y luego su tiempo lo dedicaba exclusivamente a escribir. Se saltaba los horarios de las comidas, pero casi no lo notaba. Mientras escribía, se sentía la reina del mundo. Podía vivir aquellas experiencias que sus inseguridades le negaban en la piel de sus personajes.

Pero aquella mañana todo fue diferente. Se había levantado jadeando, y las sábanas de su cama húmedas de sudor. Las piernas y las manos le temblaban, se sentía desorientada y a su mente solo venían imágenes fugaces de un parque que no había visto jamás en su vida.

Esos episodios no se habían vuelto a repetir desde su adolescencia, pero ya a sus veinticinco años sabía exactamente lo que debía hacer. Esas señales no podían ser ignoradas, si no los sueños continuarían.

No sabía a dónde iba, pero su subconsciente si. Caminó unas cuantas cuadras casi todas desconocidas para ella que a penas salía de su casa, y su vida social se resumía a las presentaciones de sus libros y a los encuentros de los viernes con Winter Soldier, a quién había conocido por casualidad en las redes sociales, y con quién había acordado previamente que su relación sería solo sexual, y que nunca se verían los rostros, y así había sido por los dos años que llevaban viéndose en el mismo motel todos los viernes a las siete en punto.

Eran alrededor de las diez de la mañana cuando llegó a aquel desconocido parque al que reconoció inmediatamente. En una baca estaba sentado un hombre mayor leyendo la prensa del día, algunos adolescente reunidos en una esquina bromeaban entre ellos, una mujer de unos cincuenta y tantos paseaba a su pero que no dejaba de marcar su territorio en cada arbusto que encontraba.

Se sentó en un banco y prendió un cigarrillo esperando no sabía qué. Después de dos caladas  un completo desconocido se le acercó pidiéndole fuego. Era un muchacho trigueño de unos 27 años, alto y ojos marrones. Se mostraba ansioso y unas gotas de sudor le corrían por el rostro.

Sin saber por qué lo invitó a sentarse y también sin saber por qué, él aceptó. Unos minutos de silencio y nubes de humo que ascendían lentamente hacia el cielo le siguieron a aquel fortuito encuentro.

Él decidió romper el silencio, presentándose como el Dr. David. ginecólogo del hospital San Marcos.
Ella también le dijo su nombre y que era escritora. Con tal de superar el nerviosismo que ambos tenían empezaron a conversar sobre banalidades, y a medida que iban perdiendo la timidez la calidad y la intensidad de la plática iba en aumento.

Eran poco más de las doce cuando el estómago les recordó a ambos que solo habían probado el café de la mañana.
Ya sintiéndose en confianza él la invitó a un restaurante que quedaba unas cuadras al sur. Ella se sorprendió a sí misma acepatando la invitación sin reparos.

Mientras almorzaban la plática ya se había tornado más íntima y más que desconocidos parecían amigos de toda una vida. Llegó la hora de pagar la cuenta y cuando él extendió el brazo para llamar al camarero la manga de su camisa se corrió dejando al descubierto un tatuaje que ella conocía a la perfección.

Tras salir del restaurante se despidieron cordialmente, pero ambos sabían ya que no era necesario intercambiar números telefónicos. La semana transcurrió en su acostumbrada rutina. Llegó el viernes en la noche. Ambos acudieron a su acostumbrada cita, esta vez las máscaras no fueron necesarias.

Almas PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora