Capítulo 29.

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…Momentos antes, Julieta fue a pie al colegio para retirar a Isabella. Como es costumbre se quedó hablando con otras madres, hasta que su hija la apuró. Se dirigieron a la librería. Ambas entraron. El local quedaba frente a la plaza. Estaban terminando de comprar cuando Isabella miró hacia afuera y le dijo a su madre. 

—Mirá mamá allá está Agustina me está llamando. 

—Bueno, que espere. Ya salimos. 

—Sí, pero a vos te falta pagar todavía. Dale me cruzo y te espero ahí. 

—Bueno, cuidado no se alejen. 

—¡Pero mamá! Son unos metros nada más y es la una de la tarde. 

—Bueno, anda. Pero son las trece, no la una. 

Julieta se había olvidado el cambio y terminó pagando con su tarjeta. Fueron segundos que hubiesen sido muy valiosos. Efectuó el pago y salió del local. Buscó con la mirada a su hija y no la vió. Miró hacia ambos costados, al centro de la plaza pero ni Isabella ni su amiga estaban ahí. Había poca gente para preguntar, se sintió enojada pensando una travesura de su hija, aunque no era una niña que le gustara hacer ése tipo de bromas. La angustia se empezó a apoderarse de Julieta. Divisó a un hombre que estaba sentado en uno de los bancos de esa plaza. 

—Disculpe señor. Estoy buscando a mi hija, que estaba con otra nena de su edad. 

—¿Cómo es su hija? Ví una chica salir de la librería. 

—¡Claro esa es mi hija! Es pelirroja, delgadita, con pecas, ojos marrones y llevaba un blazer azul. 

—Sí la ví. Pero créame, después no la ví más. Y no ví otra chica con ella. 

—¿Cómo que no vio? ¡Si yo la ví!... 

—Disculpe señora. Le digo la verdad. La ví salir a su hija, después no la ví más. 

Julieta, desolada miraba por todos lados. Gritaba el nombre de su hija. Arrojó lo que había comprado al suelo, entrando en una crisis nerviosa. Tomó su celular y apenas podía marcar el número de su esposo, en tanto dos mujeres que notaron su desesperación se arrimaron para socorrerla. Ella llegó a balbucear. 

—César… ¡Por favor atendé! ¡Hola César! ¿Me escuchas?... ¡Isabella! ¡Isabella no está, desapareció!... ¡Por favor vení!... 

Así comenzaba la pesadilla para César Guzmán… 

No entendía lo que me decía Julieta. O mi mente se negaba a entenderlo. Isabella había desaparecido. En vano quise tranquilizar a mi mujer. Prontamente salí corriendo hacia el auto, ante la perplejidad de mis amigos. Me dirigía a mi casa y en eso sonó otra vez el celular. La pantalla indicaba un número privado y atendí. 

—Buenas tardes señor Guzmán. Tengo a su hija, fue más fácil de lo que creí. 

—¿Qué está diciendo hijo de puta? ¿Qué carajo quiere? 

—No se preocupe, no se trata de dinero. Debo darle una lección por meterse en cosas que no le importa. 

—¡Usted es un loco de mierda! Voy a llegar a usted como sea. 

Era una voz, seguramente falseada, más bien grave. Igual, eso no importaba, solo que ese tipo tenía a mi hija. 

—Tengo otra buena noticia para usted —Me comentó cínicamente —, tampoco soy un degenerado. Pero usted debe pagar su osadía. Le demostraré que es un idiota. Deberá seguir todo lo que yo le indique, si es que quiere ver otra vez a su hija. 

—Haré lo que usted diga. Pero no le haga nada. 

Estaba conteniendo una cantidad de insultos. Pero en estos casos, la frialdad es importante para no cometer errores. El sujeto continuó. 

Los casos de César Guzmán.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora