Capítulo 31.

18 5 68
                                    

Otra vez volví a mi casa con la sensación de las manos vacías. Era yo el que no se animaba a mirar a Julieta en esos momentos. Ella se me acercó y me dijo. 

—No podemos seguir así. Debemos avisar a la policía. Ir a los medios, mover cielo y tierra… 

—Julieta, si se tratara de un tipo normal, ya lo hubiese hecho. No podemos poner en riesgo a Isabella. Igualmente, creo que no falta mucho para que tengamos noticias. 

Ella me miró con una sensación como que ya estaba empezando a odiarme. 

—Hablas como si se tratara del vecino. Sabía que el haber sido policía te cambió el carácter. Pero tanta frialdad, me descoloca ¡Es tu hija! 

Y sin más, se fue a la habitación. No sabía si a romper en llanto o a putearme. 

Pasé la noche en el sofá, pensando qué utilidad me daría saber que el sujeto controlaba mente y que yo ya lo había podido burlar. Pero, no encontraba el camino para llegar a Isabella. Sin embargo, estaba prácticamente convencido que el nudo de ésta delicada situación estaba en la casa del fondo. 

A la mañana siguiente, estaba otra vez en la comisaría. Allí Antonio me presentó una teoría no menos llamativa. 

—César, por lo que me acaba de contar, coincido con usted en que el tipo omitió adrede el caso de la casa del fondo, pero creyó que al estar usted desesperado, ni cuenta se iba a dar. 

—¿Y de ahí?... 

—No creo que tenga tanto poder. Más bien, el tipo debe ser un ilusionista que conoce bien su oficio. 

—Puede ser, pero no encuentro los motivos. El tipo puede ir preso. 

—Hay tipos que por ser famosos hacen cualquier cosa. De todas formas yo haré algo por mi cuenta. 

—Por favor Antonio. Se lo agradezco en el alma. Pero usted no debe meterse. Ése loco, capaz que le hace daño a mi hija, casi siempre me lo recuerda. 

—Quédese tranquilo. Tengo años en ésto. No suelo cometer disparates. 

—Pero ¿Qué es lo que va a hacer? 

—Tranquilícese. No iré con ningún colega, ni nada parecido. Usted siga con lo que le indica ese trastornado. Tengamos fé. Estoy seguro que pronto encontrará a Isabella. 

Las palabras de Antonio, para mí, eran sólo eso palabras. Me sentía un desagradecido, pero no era tiempo para cavilaciones filosóficas. 

Por la tarde, llegué a la entrada del famoso silo. Éste seguía abandonado. Luego descendí por el camino que me llevaba a la cueva. Sabía que tenía que tener cuidado con lo que me iba a encontrar. La entrada, era ahora más grande, por el impacto de la partida de la nave. Penetré en la cueva y fingí sorprenderme por lo que ví: Allí estaba la nave, donde habían llegado esos seres gelatinosos. Daba la impresión de que la nave no se había movido de ahí. La toqué y sentí el frío del metal. De repente, el frío se transformó en calor y me hice unos metros atrás, el aparato cobraba luminosidad y desaparecía en el aire. 

Media hora más tarde recibía la llamada de ése sujeto, del cual ni siquiera sabía el nombre. 

—Buenas tardes señor Guzmán. ¡Qué misterio los seres extraterrestres! ¿A usted qué le parece? ¿Existen o lo están manipulando cómo hacía Zingoni? Tal vez, Zingoni todavía está entre nosotros y ya vé aparece y desaparece según se le ocurra. 

—No sé qué pretende o qué quiere que entienda. 

—Admita que Zingoni, mejor dicho lo que está dentro de él es un ser superior. Y así, deberá entender que usted está frente a otro poder muy superior. 

Los casos de César Guzmán.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora