Capítulo 6.

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Una vez en casa retomé el tema de la licantropía. Ya mi hija Isabella algo me había adelantado. Además ésta enfermedad le produce un trastorno a quien la padece que le hace creer que es un lobo. Se abrían un abanico de posibilidades; Ochoa podría sufrir esa enfermedad, dado lo extraño de su comportamiento, o bien el mismo Ochoa estaría persiguiendo a alguien con las características de la misma. Lo inquietante es que ésta situación los habría obligado a convertirse en asesinos. O bien realmente el monstruo existía. Mi mente había entrado en un laberinto. Al rato Julieta mi mujer me acercó en el living otra taza de café, con algunas galletas dulces que eran su especialidades.

—¿Vas a tener otra noche en vela? —me preguntó.

—No lo sé todavía. Pero tengo que comentarte algo.

—Vos dirás...

—Mirá, cuando llegamos acá creí que mi trabajo sería sólo didáctico, de apoyo al comisario pero veo que las cosas se complican.

—¿Cómo se complican?

—Te explico: Anda suelto un tipo o un animal que está matando gente. No sabemos con precisión de qué se trata, pero creo que es peligroso que ustedes sigan acá conmigo.

—Dijiste que no habría peligros...

—Sí, pero no sabía que todo esto iba a ser peligroso.

—Bueno, haré de cuenta cómo que volviste a tus épocas de policía. A Isabella le gusta el lugar.

—Bueno. Por lo pronto, pondremos un sistema de alarmas, le pediré custodia policial al comisario y reforzaremos las cerraduras.

Después charlamos de bueyes perdidos para distender el clima. Recordé que uno de mis principios al realizar ésta actividad, la preocupación era solo mía...

La noche siguiente, según como se pudo reconstruir más tarde, Jaime Ahumada esperaba en su camioneta a Ochoa. Esa tarde había limpiado meticulosamente su viejo fusil. No había luna llena, por lo tanto la noche era más cerrada aún. Ochoa sugirió adentrarse por el bosque caminando, porque la bestia al oír o ver un vehículo huiría. Ahumada asintió e iniciaron la caminata. Minutos después, Ochoa se detuvo porque había divisado algo, el cazador no le hizo caso y siguieron avanzado. De repente Ochoa se detuvo otra vez aduciendo que estaba asustado, Ahumada le reprochó la actitud y le dijo que si tenía miedo que se quedará ahí, que seguiría solo y que odiaba a los cobardes. Otra vez el silencio, Ahumada solo sentía su respiración, sin embargo percibió que no estaba sólo, que había alguien o algo que estaba cerca de él. Creyó que Ochoa había vuelto pero nadie contestó su llamado. En eso, a unos metros desde su izquierda algo se movía y claramente. Su instinto asesino, hizo levantar su rifle para apuntar pero la linterna sujeta a éste se destrabó y cayó al suelo. No obstante, fue en dirección de aquello, sin darse cuenta que detrás de él alguien más lo observaba y se le iba acercando, en instantes algo con una rapidez asombrosa le saltó por la espalda. Al caer su fusil se perdió en la oscuridad escuchó gruñidos y un zarpazo aturdió su cabeza, pese a ello tomó su cuchillo pero fue inútil. Esa cosa estrelló su cráneo contra el suelo una y otra vez hasta que cesó su resistencia. Luego otra vez ese aullido prolongado anunciaba otra muerte...

Tampoco esa había sido una noche tranquila para mí. Llegué a escuchar el aullido, me costó conciliar el sueño. A la mañana, desayuné y dada la tensión acumulada decidí salir a correr para quemar calorías y distraerme un poco. Recorrí las cuadras del pueblo hasta llegar a la ruta ví de lejos el comienzo del bosque. Mi curiosidad pudo más y me dije ¿Qué pasaría si encontraba algo? Probable y certeramente, me toparía con un hallazgo, nada halagador. Luego de cruzar la primera hilera de árboles, ví una linterna tirada. Por los aros de metal había estado sujeta a un arma. Busqué con la mirada si había algún otro elemento. En eso, ví como un montículo, quise que fuera una bolsa o un montón de trapos pero no, era un cuerpo, estaba tumbado hacia abajo y con la cabeza destrozada no obstante y aunque se recomienda no tocar nada igual comprobé que ya no tenía vida. De inmediato, llamé a la comisaría para dar la noticia de ésta nueva muerte. En minutos llegó el patrullero seguido de una ambulancia. Me subí al móvil ya que debía declarar como testigo. Una vez en la comisaría, esperé a Villarreal. Ya era hora de actuar, de hacer algo. Y eso, le comenté al comisario.

Los casos de César Guzmán.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora