Capítulo 32.

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…Luego, el silencio se hizo más insoportable, la niebla mucho más densa, no me dejaba ver nada. Era asfixiante. Quizá la angustia y el dolor me impedían respirar, hasta me preguntaba ¿Para qué seguir respirando?... En eso, me encontraba mirando hacia el comedor, pude darme cuenta, aunque todo estaba oscuro que me hallaba en casa. El alivio fue efímero. Salía de una pesadilla para entrar en otra, cruel paradoja; ésta era real. Pero por lo menos, no todo estaba perdido. Decidí no dormir. A lo mejor, debía estudiar ése sueño, tal vez habría allí un mensaje. No debía cometer errores, si se me presentaba una situación parecida. A veces, los impulsos nos juegan una mala pasada. 

Ya estaba bien entrada la mañana y decidí despertar a Julieta. Ella tampoco había dormido bien. Intenté crear una tregua. Aunque ella al verme no ocultó que seguía enfadada, aparte de la tormentosa angustia que nos unía. 

—¿Y todavía no sabes nada, no hiciste nada? 

—Ésta noche, estoy seguro que tendremos a nuestra hija. 

—¿Lo decís para que me quede tranquila? 

—¡Lo digo porque va a ser así! Ella va a volver. No me preguntes cómo será. Eso no lo sé. 

Ella me miró, su enfado había disminuido un tanto. Me fui a dar una vuelta por el jardín. Más tarde estaba otra vez en la oficina de Antonio. 

—...¿Así que en el cementerio antiguo? ¿Qué carajo querrá ese tipo ahí? 

—No sé. Me dijo que yo no había cumplido. Sabe que estuve en contacto con usted, que le fallé. Me dió a entender que la vida de mi hija corre más peligroso que antes. 

—Es un absurdo. De todas formas, había pensado acompañarlo y luego esconderme. Pero si lo descubre, podría ser fatal. 

—Hace bien, Antonio. Estaré solo, pero hallaré la forma de rescatar a mi hija. Quizá no vuelva, pero ella estará con su madre. 

—Créame César, que no estará sólo. 

—No me joda Antonio. Usted me dijo que no se iba a meter… 

—¿Usted no cree en Dios? Siempre patea para nosotros… 

Las horas se hacían interminables. De vez en cuando miraba el viejo revólver. Villarreal a regañadientes, me consiguió dos cajas de balas para ese calibre. Por fin llegaba la hora junto con la noche. Dejé el auto unas cuadras antes del cementerio abandonado. Otra vez como en mis pesadillas estaba frente al portón. Busqué la forma de ingresar. En un sector faltaba una barra de hierro a la derecha de esa entrada que había sido reemplazada por un pedazo de alambre. Fue sencillo introducirme por ahí. Comencé a caminar por el pasillo rumbo al sector de las bóvedas. Ésta vez no recibí ninguna llamada. Como en el sueño veía aproximarse a un hombre, vestido de negro. Se detuvo a unos quince metros, luego se adelantó un tanto más y otra vez escuché esa odiosa voz. 

—Buenas noches señor Guzmán. Por fin estamos frente a frente. Venga por favor. 

—Antes, dígame dónde está mi hija—Le exigí—, o no daré un paso más. 

—Si no me acompaña, no podrá verla o al menos sentirla… 

Tuve que hacerle caso y pasamos al campo santo. En medio de la oscuridad, se veían algunas cruces y un terreno amplio. Más allá, observaba una especie de humo oscuro que tomaba una forma cuadricular. Avance unos metros más. Desde ése humo de forma tan extraña, llegó una voz muy querida por mí:

—¡Papá por favor! ¡Por fin llegaste! 

En eso el hombre interrumpió las súplicas de Isabella. 

Los casos de César Guzmán.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora