Capítulo 5.

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… Gervasio fuentes era un beodo, muy conocido en el pueblo. Vivía solo, su única y triste amistad era la botella. Esa noche al no poder beber salió a caminar. A él no le importaba la luna llena, ni tampoco el aullido prolongado que empezó a escuchar. Siguió caminando hasta internarse en el bosque. Allí siguió su recorrido a los tumbos porque no veía por la oscuridad, producto de los altos árboles que tapaban la luna. Hizo una centena de metros más y se detuvo. Le pareció ver una sombra que se movía, solo le llamó la atención. No sentía miedo, su vida había sido tan mala que ni lugar para eso tenía. Escuchó unos pasos y un gruñido que se hizo persistente a la vez que se acercaba. Gervasio esbozó una sonrisa como de desafío. Lentamente se iba acercando su fin junto con esa figura oscura que no llegaba a definir que era. De pronto, le saltó y lo derribó sintió como un tremendo golpe debajo del cuello, también sintió fuertes mordeduras que lo desgarraban, dos manos poderosas sacudían su cabeza de un lado a otro. Entonces, intentó una reacción para defenderse. Pero ya era tarde la sangre, le brotaba por el cuello y la cabeza, tiraba puñetazos que no encontraron destino, luego sintió que esa cosa apoyó su cuerpo contra su cara como para quitarle la respiración. De a ratos se tanteaba para tratar de detener la sangre, pero fue inútil. Esa bestia o lo que fuera lo embistió otra vez. Le quedaban pocos latidos a su corazón y se dió cuenta…

Esa misma noche escuché ese aullido. Me desperté sobresaltado, mi esposa seguía durmiendo. Fuí hasta el cuarto de mi hija, abrí la puerta cuidadosamente y noté que también dormía. Me dirigí al comedor me acerqué a la ventana y la luna llena, me terminó de quitar el sueño… 

A la mañana siguiente, un chico en bicicleta pasaba por el lugar. A un costado del camino vió un hombre tirado, sabiendo por sus ropas de quien se trataba, pensó un instante en seguir de largo. Pero, divisó una gran mancha roja de sangre pegada al mismo. Se asustó y fue directo a la comisaría. Más tarde, previo llamado ya estaba reunido con Villarreal. La cara de éste, denotaba gran preocupación.

—¡No lo va a poder creer César! No se si tendrá razón o no ese Ochoa, pero ya tenemos el primer muerto. 

—¿Sabe cómo murió? 

—Tenía la cabeza destrozada y como mordeduras, parecía que lo hubiese atacado un animal. 

—Bueno. Tendríamos que ver el cuerpo. Quizás se haya dado un golpe y al brotar sangre algún animal habrá querido comer parte de su cuerpo. ¿El cuerpo sigue todavía ahí? 

—No. Está en la morgue de Puan. Ya avisé a las fiscalía para que hagan las pericias. Hay otro tema, César. 

—Dígame… 

—Realmente, no sé cómo tomará el pueblo esto. No sabemos quién lo hizo; si hay un loco o un animal. El asunto es proteger a la gente para que no salga, pero si se corre el rumor que anda un lobizon van a entrar en pánico. 

—Mire Antonio, es feo mentir, pero le podemos hacer creer que van a fumigar por la noche el bosque y parte del pueblo. Le puede decir que puede llegar una plaga. 

—Es buena idea. Se lo diré al tipo que hace los anuncios por megáfono en su camioneta. 

A los pocos minutos escuchamos una discusión entre un agente y un personaje que ya nos era familiar. Zenón Ochoa irrumpió en la oficina.

—¿Vieron? ¡Ya empezó a matar! ¡Y usted comisario, dando vueltas! 

—Mire Ochoa —respondió Villarreal —. Si no quiere volar de una patada en el culo de acá, ¡Me trata con respeto!.

Traté de contener la risa ante ésta salida intempestiva de Villarreal, pero alguien le tenía que bajar el copete. 

—De alguna manera —dijo Ochoa más calmado. —. Conseguiré gente que me ayude a liquidar ese monstruo. 

Los casos de César Guzmán.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora