Capítulo cuatro.

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1999.

La lluvia torrencial, terminó por atorar a Virginia en un tráfico increíble. La mujer soltaba improperios, porque otra vez llegaría tarde a su encuentro con Martín. Corría la segunda semana de enero, y luego de las festividades decembrinas, todos debían regresar a su monótona vida laboral. Le lanzó un golpe al volante, oprimiendo sin querer la corneta, largó un bufido y echó el asiento para atrás.

―Maldito tráfico, coño ―escupía sin cohibirse, rodó los ojos claramente molesta y no tuvo más remedio que cruzarse de brazos y esperar que la fila avanzara. Lo bueno de la situación, era que solo quedaban dos cuadras para llegar al canal.

Destapó la guantera y cayeron varios documentos, se carcajeó con maldad. Algunos eran cartas escritas a puño y letra por Francisco, las recogió y las puso en el puesto de copiloto. Apenas encontrara un basurero, las tiraría. Entre esos, halló un folleto de esos que repartieron en la premier de su última película. Lo volvió a leer, amando en el proceso las buenas críticas que recibieron. Fue todo un éxito a nivel nacional e internacional. Muchas personas la felicitaron, porque agigantó su carrera con ese protagónico y no pensaba detenerse.

Ahora se dirigía a la oficina de su amigo Martín Alonso, iba a reencontrarse con él, a fin de platicar sobre un nuevo proyecto. Su hermana Gisela, era una excelente escritora, entonces en esa película, ella tenía que ver con el guion. Virginia lo leyó completo, le gustó el papel principal, el villano. Se pintaba como un desalmado, sucio y varonil sujeto que maltrataba sin siquiera pesarle la conciencia a su esposa, la protagonista que, si llegaba a aceptar sería ella.

Por suerte, la cola avanzó y celebró con un gritillo. Terminó de conducir hasta su destino, aparcó y subió por las escaleras de emergencia. El ascensor dejó de funcionar ese día.

Una Virginia cansada y jadeante, tocaba sin aliento la puerta de madera del despacho del productor. Como pudo de peinó el cabello con las manos, y secó el sudor que le perlaba la frente. Las mejillas las tenía calientes y rojas, además que su color de piel no ayudaba mucho, se marcaba por todo y por nada también.

Escuchó una respuesta afirmativa y entró, vociferando unos buenos días.

― ¡Feliz año, mi amiga! ―exclamó Martín, levantándose de su silla y yéndola a abrazar.

―Igual para ti, colega. Deseo lo mejor, para este año ―contestó, dándole un beso en la mejilla.

Tomaron asiento frente a frente.

―Bueno, Carlos llegó, pero fue a buscar café ―avisó, ya que la observó ojeando por el espacio―. Viene ahora.

―Me atoré en un tráfico, disculpa la tardanza ―se excusó, haciendo una mueca.

―Me lo imaginé, esta lluvia atrasa muchas cosas.

La pelinegra asintió, encogiendo los hombros.

―Los pedí sin azúcar... ―Carlos entraba sin tocar, cuando un aroma que no distinguió cuando llegó en la mañana, lo hizo callar―. Buenos días ―dijo. Frunció el ceño y Martín supo que debía hacer las debidas presentaciones. Le quitó los vasos llenos de café, de las manos y los colocó en el escritorio.

―Virginia, él es Carlos Herrera ―expresó, inexplicablemente nervioso. La vista que tenía Carlos, era de una espalda erguida y una cabellera negra cayendo hasta las caderas―. Carlos, ella es Virginia Moreno. 

Escuchó su nombre completo, y se incorporó. El corazón se le aceleró sin razón alguna, se dio media vuelta y lo vio.

La boca se le secó, el pulso corría deprisa, empezó a sudar frío y las piernas le temblaban.

H I D D E N ©✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora