Capítulo veintiuno.

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Gisela cerró de un portazo, con el rostro rojo de vergüenza, vociferó un montón de disculpas y huyó con pasos rápidos de allí.

― ¡Santo Cristo! ―exclamó, levantando las manos hacia arriba y volvió a la fiesta segurísima de que no borraría la imagen de su hermana mayor, a punto de hacer sexo oral a un hombre en el camerino.

Se acercó a la barra, y pidió un tequila doble.

En cambio, Virginia y Carlos se sobresaltaron y la morena gateó lejos del sofá con la falda subida. El corazón en la garganta, el pulso acelerado y la respiración agitada.

― ¡Mierda! ―chilló, cubriéndose la cara con ambas manos―. ¡Alguien vio!

Carlos se incorporó de un golpe, y entreabrió la puerta para echar un vistazo al pasillo. Bien, no había nada ni nadie. Suspiró, y volvió a encerrarse.

―Pensé que la puerta tenía pestillo ―masculló, arreglándose el disfraz frente al espejo―. Estamos en graves problemas.

Virginia se levantó del suelo, con las lágrimas escociéndole los ojos y se acomodó la falda. Se acercó a Carlos, y lo abrazó tomándolo por sorpresa.

―No sé por qué no pasé el seguro ―lamentó, sujetándose de esa espalda con fuerza―. Discúlpame, volví a cagarla.

―Tranquila, quien quiera que haya sido nos lo dirá ―le aseguró, pero solo para calmarla. Ni siquiera, él estaba sosegado. Imprimió un beso en su coronilla, y luego en la nariz―. Haré lo que sea, pero conseguiré esa persona.

―Gracias, otra vez. ―Lo cogió por la nuca y lo besó. Con lentitud, abarcándole ambos labios y preparando su lengua para introducirla en las paredes bucales. Lo llevó al mueble, y luego de sentarlo con cuidado, ella se acomodó sobre su regazo, su sabor era un deleite, la mezcla entre el whisky y el tequila era una exquisitez que probaría mil veces de esa boca masculina que ahora estaba siendo poseída por ella.

Sin importarle quien había entrado, sin acordarse de la advertencia de Chantal Andrade por la mañana y sin detenerse a pensar que ninguno se pertenecía.

―Ya va ―dijo, agitada. Se despegó del pelinegro y le pasó la yema de los dedos por la comisura, a fin de limpiarle el brillo que regó―. Necesito decirte algo.

―Te escucho. ―La sujetó por las nalgas, y la miró a los ojos. Ella le contó acerca de los comentarios, por parte del elenco, tal cual se lo dijo Chantal.

―Y ya con esto, mi preocupación es doble ―terminó por comentar, relacionando a la identidad desconocida que entró en el camerino.

Carlos se carcajeó, y enarcó una ceja.

―Nena, estás tan preocupada que ni siquiera has salido a la fiesta ―usó el sarcasmo con dureza―. Hasta en mi regazo, te ves muy cómoda.

―Es cómodo, nene ―ronroneó sobre los labios masculinos, y se acomodó mejor―. En un rato salimos, no quiero estar allá afuera.

― ¿Tienes en mente, alguna persona que pudo entrar así? ―inquirió, con la psiquis ocupada en ello.

―Gisela, Chantal, Guillermo, Martín, no lo sé ―suspiró―. Ninguno tiene derecho a entrar así, pudo haber sido cualquiera.

―Sabes que, si esa persona revela esto tendremos graves problemas ―expresó con miedo. La apretó contra su torso.

―Quédate tranquilo, no va a decir nada, porque no tiene argumentos para sus palabras ―le calmó, propinándole un beso en la frente.

―Las palabras tienen poder, dependiendo de la forma en que las digas ―verbalizó, suspirando―. En este medio, todo es creíble de una u otra manera, también terminan dañando a quien sea, no hay piedad, ni mucho menos empatía.

H I D D E N ©✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora