Capítulo veinticinco.

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No es lo mismo llamar al diablo, que verlo llegar. 

Virginia caminaba a su encuentro con una querida amiga. Melanie, a quien tenía mucho tiempo sin ver; la citó en un restaurante que ellas frecuentaban de jovenzuelas. La idea le agradó, aparte que el lugar era bastante cerca de su casa. Así que, decidió por ir a pie. Calzaba unas deportivas blancas, un pantalón acampanado y un suéter gris. Ató su cabello en una coleta y cubrió sus ojos verdes con unas gafas de sol. Hubiera preferido ir sola, pero, claro; los guardaespaldas la acompañaban a dar cualquier paso a donde sea. 

Extrañaba a sus antiguos escoltas, pues aquellos respetaban su privacidad y si ella no requería de su presencia, los dejaba ir por el resto del día. No obstante, estos prácticamente viven encima de ella. Empezaba a sospechar, que se trataba de una persecución, una estrategia por parte de su esposo para vigilarla. Cerró los ojos, y exhaló. Esas eran las consecuencias de pecar como ella lo hacía, que tu mente te hace pensar cualquier cosa que pueda perjudicarte, así no aplique en algunos casos.

Algunas personas, se acercaban a pedirle fotos y autógrafos, la morena sonreía y accedía. Se sentía de un humor radiante esa mañana, al parecer todo en su vida marchaba bien.

Se había curado del malestar estomacal y los mareos. Cuando compró las vitaminas indicadas en el récipe, aprovechó para comprar con el efectivo aspirinas anticonceptivas. Solo que, ella tenía tan claro que debía preguntarle a su ginecóloga por eso. Sin embargo, no podía decir nada. Entonces, luego de tener relaciones con su esposo; se bebió la pastilla sin pensar en nada que no fuera evitarse un embarazo no deseado. Sí, amaba los niños y ansiaba tener los suyos propios, pero no con Augusto.

Entró al restaurante, dejando a los guardaespaldas a la entrada; la reconoció el maître y la guio a la mesa de la reservación. Los presentes la miraban extraño, no porque una celebridad como ella estuviera ahí, sino por su vestimenta tal informal para un lugar tan elegante.

―Amiga mía ―saludó con cariño a Melanie, quien se levantó de la silla y la abrazó―. Estás preciosa, Mel.

―Como siempre un placer verte ―halagó la mujer, sonriéndole. Las dos tomaron asiento, mientras un maître se acercó y les ofreció una botella de vino tinto, cortesía de la casa―. Muchas gracias ―dijo Melanie, agitando su mano en modo de saludo a unas personas que la miraron con fijeza.

―Cuéntame de ti, ¿dónde estabas metida? ―cuestionó Virginia, cogiendo la copa de vino entre sus dedos y meneándola un poco. Dio un sorbo―. Ni los medios pudieron hallarte.

―Estuve en La India ―contestó, bebiendo. Virginia alzó las cejas, incrédula―. Sí, estuve ayudando a la gente de allá. Pasan mucho trabajo, me gusta la filantropía; pero regresé porque me integraré a un concurso de belleza, como jueza.

―Guao, amiga, me alegro mucho por ti ―sinceró, esbozando una sonrisa―. ¿Te reconocieron?

―No todos, pero no me importó. Yo estaba feliz de estar ahí ―dijo. Le hizo señas al maître que las atendía, a fin de que tomara la orden―. Pero, quiero saber de ti ¿cómo vas con Augusto?

―Primero ordenemos ―sugirió, entre tanto ojeaba el menú. Después de varios minutos, las dos pidieron un filet mignon con papas. El hombre apuntó todo y se retiró. Melanie le hizo señas de que hablara, con la copa entre los labios―. Con Augusto todo va bien, él es muy buen sujeto, me cuida y me respeta.

Entonces, Melanie se fijó en el tono desganado con el que hablaba su amiga; la forma tan seca que usaba para expresarse del hombre con el que unió su vida.

― ¿Y se aman? ―cuestionó, intuyendo la respuesta. Virginia, desvió la mirada y carraspeó.

No hizo falta decir nada.

H I D D E N ©✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora