Capítulo veintinueve.

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― ¿Segura que usarás eso? ―inquirió Gisela, admirando a su hermana mayor en un vestido rojo, que le llegaba hasta un poco más arriba de los muslos, calzando unos Louboutin en un tono azabache. Virginia, terminó de perfumarse, dejó la fragancia Chanel Number five encima de la mesilla y enarcó una ceja―. Digo, se te ve precioso, pero es solo una cita con...

―Anda, dilo ―soltó la pelinegra, y procedió a colocarse su reloj de mano y algunas joyas.

―Carlos.

Virginia exhaló y emitió una pequeña queja, chasqueando los dientes.

― ¿Estoy demasiado arreglada? ¿Me veo tan interesada en acudir? ―de pronto, comenzó a alterarse. Volteó a ver el resultado final en el espejo, y se sonrió, un poco insegura―. ¿Crees que deba ir?

―Ya le dijiste que sí ―recordó Gisela, colocándole las manos en los hombros, demostrándole su apoyo―. Hermana, todo va a salir bien. Luces muy bonita, imponente y sobre todo, estás demostrándole que ya no te duele el corazón.

―Aunque sí lo haga ―lamentó Virginia, soltando un suspiro despechado―. Ni siquiera, fue capaz de decírmelo directamente a mí. Ahora usa emisarios, cobarde.

―Me lo dijo a mí, que no soy cualquier persona ―refutó Gisela, en un intento por aliviar la situación―. Vamos, cariño, de seguro se reconcilian.

―No tengo ninguna intención, que zanjar esto con Carlos Herrera ―bramó, sintiendo una puntada en el corazón―. Así se me parte el alma en mil pedazos.

―Está bien, mi hermana. Suerte. ―Compartieron un abrazo en medio de la habitación y Gisela la acompañó hasta el estacionamiento del edificio.

Virginia había vuelto a Florida, hace varios días a mucha insistencia de su abogado, su agente y su familia.

Demandó a Augusto, y ganó la partida luego de haber pagado su cláusula por incumplimiento de contrato. Se sintió libre esa mañana al salir del juzgado. Muchas personas la arremolinaron, ahí fue que se enteraron que había aparecido finalmente.

De camino al restaurante, sentía como los nervios hacían y deshacían con su estómago famélico, apenas y mordisqueó una rebanada de pan con jalea, la ansiedad le quitaba el hambre al instante.

Encendió la radio, mientras conducía a fin de distraerse. Sin embargo, las emisoras solo transmitían canciones depresivas, que la trasladaban al tiempo en el que estuvo en brazos de Carlos, pero eso ya era parte del pasado, un pasado que enterró hace tanto...

A su vez, Carlos entraba al restaurante con el corazón en la garganta y los pelos de punta.

Varias personas lo reconocieron, y él les sonreía por mera cortesía, los guardaespaldas habían quedado afuera del sitio, siempre atentos a cualquier situación.

Con una seña llamó al maître y este enseguida se acercó. Lo llevó a una mesa para dos, que Carlos ya había reservado y tomó asiento.

― ¿Va a ordenar de una vez? ―inquirió el sujeto.

―No. Mejor, tráigame una botella de vino tinto, por favor ―ordenó, ejecutando un ademán.

Pegó la espalda a la silla y cruzó los brazos. Su semblante serio, sus ojos color verde admiraban el bonito lugar con una sonrisa triste.

Por fin tendría una cita con ella, con Virginia, esta vez sin la molesta necesidad de ocultarse. Solo que, había un detalle que hacía que todo cambiara en esa ocasión.

No sería una cita en plan de pareja, ni de amigos. Simplemente dos conocidos, con recuerdos en común. Dos personas que se conocen desde el pelo, hasta la punta de los pies, pero que por cosas del destino, ya no hablan más.

H I D D E N ©✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora