11 de junio de 1741
Sur de Cayo Hueso, Florida
Los demonios descendieron del barco con alfanjes, alabardas y pistolas, con el hielo en la mirada y la muerte en la boca.
―¡Que no quede uno en pie! ―oyó la orden que desató el infierno.
Borja Guerrero, grumete con apenas año y medio de experiencia, observó escondido bajo la escalera del castillo de popa ―posición asignada por el capitán para defender el cuarto de navegación― el arribo inminente de sus verdugos. Enfundados en ropas sucias y desgastadas, con las manos envolviendo sus armas con la misma rabia que brillaba en sus ojos, se abrieron paso a prisa a través de la descuidada cubierta que era protegida apenas por los siete pobres diablos que viajaban a bordo de Magistra, el barco de la familia Almonte y Ruiz.
Con el primer cañonazo desde el barco atacante perdieron el palo mayor. Quedaba sobre la cubierta los rastros del estay destrozado que había colapsado a babor, rompiendo la gruesa baranda para después caer al mar. Aún resonaba en su memoria el crujido del palo al desprenderse en su centro, quebrantando su ya magullado temple.
El choque de las espadas avivó sus temores y con la garganta y músculos entumecidos desenvainó la suya. Lo asaltó un moreno que atacó muy pronto, por lo que logró vencerle con una limpia estocada en el brazo y otra en la barriga. La navaja de su espada ropera se tiñó de rojo al abandonar su cuerpo. Separó las piernas y se preparó para otro ataque.
Su siguiente rival lo obligó a abandonar su escondite mientras resistía las embestidas del alfanje contra su espada ropera. El filo del alfanje le rasgó la barbilla y el segundo tajeo, que pretendía desgarrarle el muslo, logró pararlo casi por accidente con el forte. Vio su oportunidad con el traspié por el tablón flojo a medio castillo que puso en riesgo el balance de su atacante. Se le acercó con torpeza, embrutecido por las palpitaciones inquietantes provocadas por su primera pelea, y evitando mirarle a los ojos le atravesó la barriga.
Apartó la vista del cadáver que caía contra la madera para observar el asedio a la cubierta. En el campo de batalla se alzó un demonio de metro y medio, con la cara tostada y machacada por el sol. Parte de su rostro se hallaba oculto bajo la pañoleta blanca que se manchó con la sangre del frágil marinero que el filo de su alfanje acababa de degollar. El cuerpo inerte de su compañero golpeó la cubierta con un sonido sordo, hueco. El demonio avanzó a su próxima víctima, que aguardaba con sus agallas magulladas su juicio.
Él.
Montó sobre los tablones de la escalera y subió por ella a resguardo hasta el castillo de popa, donde el demonio infeliz le dio alcance más tarde. Le picaba el corte de la barbilla por el sudor que corría desde su frente, pero se armó de arrojo, confiándose al Altísimo, y se aferró a su arma con premura.
La madera crujió ante los pisotones contra los tablones, y mientras subía la escalera, con los ojos almendrados coronados con el arrojo de la muerte, observó el hipnotizante río de sangre que recorría la hoja de su arma.
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El arribo del corsario (Valle de Lagos 1)
Historical Fiction«Valle de Lagos es la cárcel de los aventureros y de las almas que quieren sanar, y dos almas perdidas están a punto de encontrarse.» Primera parte de la bilogía «Valle de Lagos». Lizbeth López, 2021. Portada realizada por @megan_herzart