Capítulo nueve.

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Aferrándose al fuste, Sofía encajó el tacón en el estribo de cruz y se impulsó hacia arriba para sentarse sobre la montura

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Aferrándose al fuste, Sofía encajó el tacón en el estribo de cruz y se impulsó hacia arriba para sentarse sobre la montura.

―Faltan dos cuartos de hora para llegar ―le recordó Samuel―. ¿Segura que quieres ir a caballo?

Asintió al tiempo que se acomodaba el pantalón. Eligió un atuendo inapropiado, pero cómodo para el viaje; la falda imposibilitaba ciertos movimientos que un pantalón y una camisa les concedía.

―Me vuelve loca el encierro del coche. ―Le acarició la crin al caballo negro antes de tomar las riendas―. Andando, que dos cuartos de hora durante un viaje no se van en un parpadeo.

Con un suspiro de resignación, Samuel dio la orden y, una vez montando sobre su caballo, avanzaron.

El camino polvoroso se ensanchaba en dos entradas, pero su destino se encontraba hacia la derecha siguiendo la vereda del río que desembocaba en el lago por un humedal. El sonido del agua calmó sus inquietudes, que no podía catalogar de pocas. Inspiró el aire del campo, tan ajeno a ella desde hacía años. Encontraba extraña esa quietud, ese andar recto contrario a los trompicones en cubierta. Se sentía más mareada en tierra firme que en el barco.

El cochero soltó un resoplido mientras intentaba calmar a las mulas. Las pobres debían estar cansadas después de las largas horas de viaje, sin contar los interminables días de trote que dejaron atrás desde su partida de Boca del Río. Con ella vinieron seis hombres, siete si contaba al cochero. Detrás, un octavo hombre llevaba las riendas de las mulas con la carreta de sus pertenencias. Un vuelco al corazón le recordó que lo más valioso para ella no la acompañaba.

―Quita esa cara de funeral, por Dios. ―Samuel le extendió el odre sin soltar las riendas―. Es lo último de vino que me queda. Bébelo y cambia de humor.

Sofía se lo arrebató de un tirón.

―No puedo quitarme las preocupaciones de encima con vino ―ignorando sus propias palabras, dio un par de tragos al odre.

―Ya te dije que tu problema tiene solución. Llevas todo el camino con el mismo tema.

―Perdóname por existir ―masculló.

Le tendió de vuelta el odre al vaciarlo. Samuel lo colgó del fuste de la silla.

―Tu padre te ayudará a tramitar otra carta ―le recordó él―. Es un hombre de influencias y tratándose de ti de seguro se encargará en persona. Mientras tanto, disfruta de tu nuevo nombre de familia, Sofía de López.

A ella se le escapó una carcajada.

―Que fácil nos resultó casarnos ―musitó divertida

―Sin documentos, no pueden probar que no somos marido y mujer. Era más seguro decir que eras mi esposa que mi patrona. No tienen por qué dudar de mi palabra. ―Apuntó el camino con la barbilla―. Lo importante es que no te confundirán con una esclava fugitiva. Ya después, cuando recuperes tu carta de libertad, volverás a la tranquilidad de tu apellido de soltera.

El arribo del corsario (Valle de Lagos 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora