Capítulo ocho.

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―Menudo palacio tiene el de andares preciosos

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―Menudo palacio tiene el de andares preciosos. ―Cristiano se llevó las manos tras la espalda e hizo una rápida reverencia a los funcionarios que caminaron frente a ellos.

Tomer suspiró, mirándolo de reojo. Le pesaban todavía los días de largos viajes que culminaron cerca de tres horas atrás. Se instalaron en una posada y mientras esperaba por el baño, redactó una carta dirigida al virrey solicitando una audiencia. Obtuvo su respuesta una hora más tarde donde le pedía que fuera a verlo de inmediato. Tuvo poco tiempo para comer algo ligero antes de salir y comprarse ropa decente. Estaba tan acostumbrado a usar la misma camisa por días que se sintió risible y torpe.

―No quiero que digas ni una sola palabra. ―Tomer se ajustó el pañuelo de tira plisada en el cuello―. Recuerda que estamos ante el virrey. Una palabra mal dicha y nos cortan la cabeza.

―Yo no soy el diplomático, capitán. El de las palabras eres tú. He venido como... ―Torció la boca―. ¿Qué puesto voy a tener en tierra? ¿Segundo de andada?

Tomer se aclaró la garganta para advertirle de la presencia del hombre que se les acercaba. Debía andar en la media de los treinta, pero la ropa lo hacía verse mayor. Los pantalones ajustados eran blancos, pero la casaca y la chupa eran de color marrón. Los zapatos enmarcaban unos pies pequeños.

―Buenas tardes, caballeros. ―Inclinó la cabeza levemente―. Diego de Alceda, secretario de Su Excelencia el virrey Luis Gaspar de Villena, marqués de Munera.

―Nicolás Santamaría. ―Imitó el saludo del secretario―. Este es mi secretario, Cristiano León. El virrey está esperándonos.

―Por aquí, por favor.

Los condujo al patio principal, el ojo del Palacio Virreinal que servía de antesala a las habitaciones más apartadas. Diego los instó a continuar el trayecto hasta el segundo piso donde, escoltado por la guardia, encontraron la puerta del Salón Azul. Golpeó dos veces hasta escuchar que una voz en el interior le permitió pasar.

Diego abandonó el salón después de anunciarlos, indicándoles que entraran.

―Ah, capitán. ―El virrey, sentado en el escritorio, le indicó a Diego que podía retirarse. En un rápido gesto aristocrático, inclinó la cabeza lo necesario para fingir una reverencia―. Si viera que, al momento de recibir su anuencia para una reunión, estaba pensando en usted.

Nicolás hizo una reverencia. Miró a su compañero de reojo para asegurarse de que hiciera lo mismo.

―Excelencia, he venido a dar el informe ―le dijo, irguiéndose―. Siempre que no importune su día, por supuesto.

―Mi día siempre se ve importunado por cualquier evento, sea este de mi agrado o no. ―Estiró los brazos y después aplaudió. Desde luego que tengo otros asuntos más importantes que la visita de un corsario, pero en vista de que está usted a cargo de una investigación a favor de la corona, me veo obligado a posponer mis reuniones. ―Señaló los asientos frente al mueble―. Acompáñeme.

El arribo del corsario (Valle de Lagos 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora