Capítulo uno.

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23 de julio de 1742

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23 de julio de 1742

El viaje de diez semanas culminó con el avistamiento del puerto de San Juan Bautista cerca de mediodía.

Desde el interior del camarote, Sofía escuchó la voz del segundo de a bordo de La Domarina, uno de los dos barcos que le pertenecían a su hermano mayor, que anunciaba la cercanía al puente de la dársena.

―¿Crees que todavía vive?

La voz de Rómulo Duque, el escribano, le trajo el recuerdo de su presencia.

―El médico dijo que se repondrá. ―Volteó a su encuentro donde unos cálidos ojos marrones le dieron la bienvenida―. Mi hermano ordenó que lo llevaran a un hospital en cuanto lleguemos al puerto.

Afuera, en la cubierta, se escuchaba el murmullo de los hombres mientras trabajaban. Pasos a prisa y voces roncas, agotadas por las órdenes gritadas, marcaron la marcha de la jornada previa al arribo.

―Sebastián lo echó de la tripulación ―recordó Rómulo―. Todos sabíamos que las apuestas estaban prohibidas.

Sofía asintió, recordando los motivos que los habían situado en la compleja dificultad en la que se encontraban.

Meses atrás, cuando se disponían a partir con la Flota de India hacia América, un general español los contrató para que viajaran a Cuba y allí recogieran unos suministros que necesitaban ser llevados a Cartagena de Indias, ciudad que estaba en reconstrucción tras los ataques del comandante en jefe Edward Vernon. A pocos días de haber atravesado el Golfo de las Yeguas, la cantidad de suministros comenzó a decaer rápidamente, por lo que fue necesario realizar una aguada antes de alcanzar el Mar de las Damas. No había transcurrido el mes entero para el momento en que el agua escaseó, y durante días sobrevivieron con vino y ron. A día y medio de atravesar el canal entre Guadalupe y Dominica, se desató una pelea por la última botella de ron.

Pese a saber que las apuestas estaban prohibidas, Alfonso, el sobrino del contramaestre, y Goyo, el cocinero, jugaban una partida de cartas. Goyo descubrió la maña tramposa de Alfonso, que le estaba ganando con una ventaja avasalladora. Alegando que las palabras de su compañero eran mentiras, incitó una fuerte discusión que acabó calentando la sangre de los marineros. Goyo detuvo la partida y exigió que se retirara de la absurda contienda. De las palabras pasaron a los golpes, y de los golpes a la presentación de armas. Durante el enfrentamiento, Alfonso le quitó la mano a su compañero y Goyo la vida.

El conflicto los obligó a detenerse en San Juan ante la falta de agua limpia y medicamentos.

―Necesitamos establecer una nueva ruta ―le dijo Rómulo, señalando con la barbilla las cartas de marear.

Sofía tomó su puñal de la mesa y con la hoja se golpeó la palma.

―A ver, pues, ¿Qué ruta has pensado?

El arribo del corsario (Valle de Lagos 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora