Capítulo tres.

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Sebastián soltó la péndula y dio un puñetazo en la mesa, haciendo que algunas gotas oscuras saltaran fuera del tintero

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Sebastián soltó la péndula y dio un puñetazo en la mesa, haciendo que algunas gotas oscuras saltaran fuera del tintero.

―¿Estás segura?

Sofía se echó una uva a la boca.

―No, pero eso es lo que me dijo Iridia. ―Sofía le extendió la botella de vino que tenía en la mano derecha y le ofreció un trago largo para que se calmara. Sebastián rechazó la oferta con un movimiento de la cabeza.

―Tu amiga la ramera, que vive en el burdel donde estuviste por cinco años. ―Fijó la intensa mirada en ella―. Quiero cuestionar que tienes en la cabeza, pero de momento esto es más importante ¿Te dijo por cuánto tiempo iba a estar Bernardo en Cuba?

―No, pero imagino que poco. Le dijo que resolvería un asunto pendiente y que después partiría al Altísimo sabrá donde.

―¡Lo voy a matar! ―bramó, propinándole otro puñetazo a la mesa―. Mira que usar mi barco para piratear. Lo debí destituir cuando tuvo el atrevimiento de hacerse capitán al morir Raimundo.

Sofía tosió al atragantarse con la uva. Golpeó la mesa al descansar sobre ella la botella de vino.

―¿No lo habrá asesinado él para hacerse del barco? ―tanteó ella.

―Puede ―convino Sebastián. Observó la ruta trazada en las cartas de marear, pero le pudo más la rabia que la responsabilidad―. No quiero imaginar la de atrocidades que habrá hecho con ese barco. ―La comprensión lo desgarró por dentro―. Sofía, la Honda está a nuestro nombre. La Domarina está limpia y eso puede demostrarse fácilmente, pero la Honda no. Solo tenemos los primeros documentos, los que nos presentó Raimundo mientras fue el capitán. Bernardo es un cabrón irresponsable que nunca tuvo los papeles al día. Maldito yo por dejar que tomara posesión de lo que es nuestro.

―Pienso que deberíamos hacérselo saber a las autoridades pertinentes; sino, podríamos suscitar un conflicto con la Casa de Contratación ―hizo una pausa. Después, se apremió con un suspiro―. Rómulo y yo hemos encontrado algunas inconsistencias.

―¿Inconsistencias? ―la observó detenidamente, turbado.

―Desde hace más de un año que no sabemos qué ha estado haciendo, tiempo que concuerda con lo que Iridia me dijo.

Sebastián asintió.

―Haré la denuncia al llegar a Cuba. Espero encontrarme allí a Bernardo. Lo mataré yo mismo si llegara a ser necesario.

Sofía le lanzó una uva, que acabó golpeándolo en la mejilla.

―¿Qué quieres? ―demandó saber él.

―Que no te dejes llevar por la rabia. Si matar fuera la solución a cada mal que se nos presenta, yo habría asesinado al burdelero que me compró y me habría escapado.

El arribo del corsario (Valle de Lagos 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora