Capítulo once.

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El viaje desde Cádiz hasta Veracruz no le parecía tan peligroso como surcar las calles del pueblo de Valle de Lagos

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El viaje desde Cádiz hasta Veracruz no le parecía tan peligroso como surcar las calles del pueblo de Valle de Lagos.

Mientras avanzaba, cruzando la plaza para alcanzar en dos calles más el atajo hacia la cantina, le pareció que transitaba por una ciudad infestada de criminales. Debía echarle la culpa de esa sensación a la mala noche que había tenido. Después de todo, no tenía maneras de dormirse tranquila sabiendo que ese hombre andaba por ahí, desfilándose como un hombre de honor y poderío cuando no era más que... ¡más que un impío! ¿Y ella? ¿Dónde quedaba ella? ¡Convertida en una tonta! Cuando la miró y el uno reconoció al otro, un puño de fuego la hizo sentirse enferma. Tenía la sensación de que vomitaría su estómago en cualquier momento.

Con tantos cambios de mareas, no supo en qué momento el cielo se convirtió en el infierno. Porque no había otra manera de explicar que un demonio como aquel, un anticristo, se paseara por ahí como un ángel libertador ¡Tenía que ser el demonio mismo pavoneándose en su reino!

Se llevó la mano a la garganta; sentía que se le acortaba el aire. Movió la cabeza de un lado a otro, a la espera de que ese hombre apareciera de algún lugar oscuro para acorralarla. Debía tener podrida la cabeza para permitir que el pánico se apoderara de ella, pero ¿qué tan demente podía considerarse si una auténtica amenaza se alzaba sobre ella cada tanto? No podía ser llamado chifladura si alguien de verdad estaba detrás de ella...

Se giró con brusquedad como si esperara encontrarse con la tan mentada amenaza. No halló nada salvo por el camino dejado atrás. Al fondo, las mujeres que compraban lazos y peinetas la observaron como si fuera una mendiga tirando de sus faldas. Sonrió a modo de disculpa y avanzó, sacudiendo la cabeza. Tenía que apartar esas tonterías de sus pensamientos.

Encontró la cantina minutos después. Samuel y Jesús ya habían ordenado algo de comer mientras Jorge se limitaba a beber y observar a las mujeres que pasaban por la calle con las sombrillas al hombro.

―Hoy se ve guapa, doña. ―Jorge le tendió la copa de la que bebía―. ¿Quiere? Es charagua.

Samuel lo instó con la mirada a devolver la bebida a la mesa.

Sofía movió la silla para sentarse.

―¿Ya les contaste?

―¿Por qué crees que Jorge está mezclando bebidas? ―Samuel lo señaló con el pulgar―. Ya bebió mezcal y una chicha.

―Tomo precauciones por si hoy deciden colgarnos ―se quejó el aludido.

―No nos van a colgar. ―Jesús le enserió la mirada al verlo tomar otra vez de la copa―. ¿No prefieres comprarte un barril?

―Suficiente ―bramó Sofía―. ¿Les parece que una cantina es el lugar apropiado para tratar un tema como este?

Samuel tomó la cuchara y revolvió el mole en su plato.

El arribo del corsario (Valle de Lagos 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora