El sol se refleja en las ventanillas de un vagón del tren. Un chico con mirada triste se apoya en ella. En los cascos de este suena alguna vieja canción que dice cosas que ya no son tan ciertas, y un suspiro se escapa de su boca. Como si el supiera que esa canción es un viejo eco de un pasado feliz. Ese chico es Franky, que perdido en sus pensamientos, contempla el paisaje que ante él se presenta. Muchos os estaréis preguntando que fue de él después de cortar con Áfrika. Y la respuesta es muy sencilla, no tenía ya lugar, lo perdió, o simplemente ya no lo consideraba como suyo, así que decidió buscar uno nuevo. Un lugar lejano donde comenzar de nuevo. Para evadirse de todo. Para olvidar. Y es que en los días siguientes a cortar con Áfrika, se veía en cada calle con los recuerdos de aquellos días en los que estaban juntos, en sus labios, de la mano de ella. Y dolía hasta puntos en los qué solo alguien que ama con el corazón hecho pedazos afilados sabe. Dolía inmensamente. Hasta en su propia habitación la veía pasar. Como tantas y tantas tardes. Si aun parecía ver sus bragas por el suelo de la habitación. Le era imposible dormir en aquella cama en la que tantas veces habían hecho el amor. Se rindió a las primeras de cambio. El llanto le secaba las ilusiones. Sus amigos no encontraban consuelo para tal tristeza. Y es que no es fácil admitir que has perdido al amor de tu vida. Que de otro serán ahora sus besos, y cada centímetro cuadrado de piel desnuda. Que todo lo que un día prometiste ya no será. Y no por ti, porque tu hiciste todo lo que estaba en tu mano. Con el orgullo por bandera, y la esperanza de olvidar al amor de su vida, decidió largarse lejos. No tardó en llamar a un tío suyo que vivía en otra ciudad. Aquél tío le había dicho que allí tendría trabajo con él, ya que era dueño de una pequeña tienda de barrio. Raudo, y dejando todo atrás, se despidió de todos los suyos, con el mensaje de que cuando estuviera listo para volver lo haría. Que necesitaba encontrarse a si mismo. Y olvidarse de todo aquello que lo atormentaba. Olvidarse de ella, o dejar de recordarla sin que doliera. La realidad es que nunca acabó por encontrarse en aquel lugar lleno de extraños. Tampoco llegó a olvidarla, ya que no conoció a ningún nuevo clavo que intentará quitar al anterior. O al menos que pretendiera dejar un hueco aun más grande. La verdad es que no pasó un dia sin que en su cabeza se preguntara que estarían haciendo los suyos. Si ella aun le recordaba. Si ya se habría enamorado otra vez. A veces nuestro lugar no pertenece a un sitio en especial, sino a las personas que en ese presente lo comparten contigo. Y eso es algo que él tuvo que aprender a las malas. Como casi siempre. Pero como decía, aquel lugar tampoco lo consideraba como suyo. Así que a los 3 meses decidió abandonarlo. Al menos no se fue de vacío, ya que cobró algo más de lo que le correspondía por ayudar en la tienda de su tío. Con algo de dinero, los recuerdos y un par de sonrisas en el bolsillo, decidió enfrentarse una vez más al pasado, y volver con los suyos.
Ahora se encontraba en ese tren de vuelta a su casa. Tenía muchas ganas de abrazar a sus padres. De saber que había sido de sus amigos. De ella también. Quería volver a montarse en su moto y perderse hasta llegar a la playa, y sentir de nuevo la arena entre sus dedos. Nadie sabía de su vuelta. Sería todo una sorpresa justo antes de comenzar el verano. Las dos horas y pico de trayecto se hicieron eternas. Las ganas de estar de nuevo en su casa aumentaban a cada minuto. Finalmente llegó a la estación, recogió el escaso equipaje que llevaba, y se montó en un taxi dirección a casa. Ahora el paisaje de calles y edificios se le hacía algo más común. Incluso reconocía algunas viejas caras. Y eso es algo que le llenaba de aire el alma. No se hizo demasiado largo el trayecto. El taxista amenizó el viaje contando algún que otro chiste.
Y así llego a su portal. Tal y como lo recordaba. Tampoco es que tres meses sean mucho tiempo, pero para él parecieron años. Sacó las llaves del bolsillo, y abrió la puerta del portal. En el buzón había correo, así que de paso decidió recogerlo. Subió muy nervioso las escaleras, ya que desconocía si sus padres se encontraban en casa. Al llegar a la puerta de su casa, metió con cuidado la llave en la cerradura, y sin hacer ruido abrió la puerta. La sorpresa fue para él, ya que sus padres se encontraban en el sofá viendo como el entraba, con caras de mucha sorpresa lo observaban. Y casi sin parpadear.
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Destino por casualidad.
RomanceContinuación de mi anterior libro titulado "Gritándole al silencio." En esta ocasión Franky se enfrenta a intentar recuperar la rutina que tenía antes de su relación fallida con Áfrika. Celos, nuevos romances, viejos amigos, y un pasado que no consi...