Capítulo 19.

308 9 2
                                    

Sábado por la mañana. Día de la despedida. Sin prisas ha llegado el día de la despedida de Ana. Aunque es de esas despedidas de las que se dice "adios" cuando en realidad es un "hasta pronto". Que lejos se van los besos en las despedidas. Como se rompen un poco los corazones cuando vemos marchar a la persona que queremos. Pocas cosas en la vida nos dejarán con un sabor tan amargo de boca como una despedida. Dicen que muy pocas personas consiguen sobrevivir enteras después de una. Y es que aunque no queramos, un trozo de nosotros se va siempre en cada despedida. Junto a la persona que queremos. Un trozo de nosotros que jamás regresará. Cuanto nos cambia, y como dejar que la otra persona se marche por otro camino, aún sabiendo que más adelante la volveremos a encontrar. Supongo que el tiempo que no podremos pasar junto a esa persona es el tesoro más valioso, y el menos valorado que poseemos. Muy poco se habla de los besos que pudieron surgir, las miles de historias que ya no serán vividas, y el montón de estrellas que no podrán contar desde los mismos labios.

El día se presenta algo triste, el cielo amenaza con lluvia en cualquier momento. Y es que apenas faltan dos horas para que Ana se marche en el tren. Será que el cielo también llora su marcha, conociendo de ante mano todo lo que el destino les tenía aguardados. Pero es en momentos tristes y grises cuando debemos sacar nuestro pincel de color, y colorear cielos azules, y dibujar sonrisas. Que bien sabía de eso Franky, que sin dudar se presenta en casa de ella antes de que se fuera. Le avisa por mensaje de que baje, que tiene algo que enseñarle, y que posiblemente tarden en llegar. Ella accede, y le pide a su madre que guarde su maleta en el coche, junto a todas sus cosas. Que ella se va a despedirse de Franky, y que ya la esperará en la estación del tren. La madre la deja que vaya, pero antes la avisa de que sea puntual, y no pierda el tren. Así que sin más demora baja, y se encuentra a Franky apoyado contra su moto. Le abraza muy fuerte, mientras le besa una mejilla.

Ana: ¿No vienes a despedirte en la estación?

Franky: Claro, pero no quería que esto fuera así.

Ana: ¿El que?

Franky: Ya sabes, nuestra despedida.

Ana: No te entiendo ..

Franky: Pues que el último día que pasamos juntos fuese pegado a unas vías del tren. Y nada mas.

Ana: Supuse que vendrías ..

Franky: Aun nos quedan algo menos de dos horas para estar juntos, ¿no?

Ana: Claro.

Franky: Pues monta, que te tengo una sorpresa. (Dijo mientras le lanzaba un casco de la moto a sus manos.)

Ana: ¿Que sorpresa? (Preguntó con una media sonrisa.)

Franky: El primer día que te llevé en moto me dijiste que fuéramos a la aventura, pues te digo lo mismo.

Ana: Pues vamos a la aventura. (Exclamó ya montada en la moto, mientras lo abrazaba fuerte por la espalda.)

Ana no sabía a donde iba. Ni para qué. Pero que feliz era en su ignorancia. Y es que hay ocasiones en nuestra vida en las que es mejor no pensar. Simplemente debemos tirarnos al vacío con la esperanza de que el paracaídas se abra. Y cuando os hablo de paracaídas, os hablo de personas. Nuestra salvación a veces se encuentran en los ojos, en los labios, en las manos, y en la vida de otras personas.

En la moto hacía algo de frío, pero la incertidumbre de saber a donde la llevaba le hacia olvidar todo ese frío. Aún así no tardaron en llegar a su destino. Franky la había llevado a lo más alto, a una pequeña montaña que estaba a los pies de su ciudad. Allí se podía observar toda ella. Era un lugar tranquilo, con muy buenas vistas, donde el frío no hacía acto de presencia. Incluso el canto de los pájaros acompaña con armonía al paisaje.

Destino por casualidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora