Fue difícil adaptarse. Al principio todo me molestó, especialmente la muerte de Sofía. Fue difícil vivir con eso.
En el interior, me topaba con todos y cada uno de los objetos, caía y ocasionalmente lloraba.
El médico dijo que no podía hacer un diagnóstico correcto de mi caso, por lo que supuse que algo me había aplastado el ojo cuando me derribaron y posiblemente nunca volvería a verlo.
Al tercer día, mientras aún estaba en el hospital, me quitaron la venda que me cubría los ojos y mi padre dijo que solo había dos pequeñas cicatrices en mi cara y ambas estaban cerca de los ojos. También dijo que el color de mis ojos no había cambiado, seguían siendo verdes, pero no enfocaban nada.
La ceguera fue solo parte de las lesiones que tuve. Me había roto un brazo, una costilla y le había perforado el pulmón. Pase aproximadamente un mes en el hospital, lo que no me dio la oportunidad de ir al funeral de Sofía, pero mis padres fueron y dijeron que los Rodríguez, los padres de Sofía, parecían infelices y desesperados.
Nuestro accidente apareció en periódicos y noticias, y poco después, los Rodríguez reclamaron una indemnización de la compañía a cargo del camión que nos sacó del camino. Mi madre dijo que era suficiente que estuviera viva y con ella.
Dos meses después de dejar el hospital, comencé a ir a un instituto para ciegos y allí aprendí a vivir en esta penumbra. Algunos tutores dijeron que tuve la suerte de poder distinguir figuras y también distinguir un lugar oscuro de un lugar brillante, ya que había personas que perdieron totalmente la vista. No podía decir si eso me consoló.
Dejé la escuela y comencé a tomar clases privadas en casa con maestros que enseñaban lectura en Braille. No recibí amigos o visitantes y con eso, me estaba aislando del mundo exterior.
Aprendí a caminar en mi propia casa, contando cuántos pasos debo dar antes de llegar a cualquier mueble, puerta, escalera, pero mi madre aún no se conformaba y, de vez en cuando, no podía disimular el llanto.
-¿Por que me llamaste?- Pregunté, cambiando la dirección de la conversación.
Con un suspiro, tomo tomo mi mano y me llevó a la cocina. Un buen olor dulce impregnaba el aire. La televisión estaba encendida, en algún canal de música, y el ventilador del techo giraba rápidamente sobre nuestras cabezas.
-Hice un pastel -anunció mi madre emocionada.
-¿Ocasión especial? -pregunté sentada en el borde de la mesa.
-Bueno... en realidad no. Tu papá quería que horneara un pastel para dárselo a los nuevos vecinos.
-¿Nuevos vecinos? No sabía que la casa de al lado estaba en venta. -fruncí el ceño.
-Si. La casa fue vendida en menos de una semana a una familia pequeña. Solo los padres y la hija debe ser de tu edad.
-Hm... ¿Se mudaron hoy?
-No, tonta. Han pasado tres días.
-Pero no escuché ningún ruido de cambio ni nada. -comenté
Mi madre siguió jugando con su pastel.
-Estabas en el instituto y los D'amelio compraron la casa ya amueblad. Mucho más práctico, ¿no? -Sentí que mi madre se acercaba -Abre la boca.
-¿Para que? -Pregunté, levantando mis manos para tomar sus brazos extendidos. -¿pastel?
-Si -respondió ella, poniendo un pedazo en mi boca.
-Genial -dije, sonriendo.
-Es bueno que realmente lo sea.
Me reí y me senté allí escuchando a mi madre pasear, terminando su pastel.
Sentada en una de las muchas sillas en el jardín trasero, estaba tratando de leer un libro en braille, pero algunos ruidos provenientes de la casa vecina me distrajeron y me irritaron.
-Vamos Simba.
Cerré el libro y busqué a mi perro que se acercaba. Su pelaje era suave y ligeramente ondulado. Era un perro grande y bien entrenado. Cuando salíamos a la calle, la gente venía a decir que era guapo y preguntaban si podían tocarlo. Solo sonreí y me puse las gafas de sol en la cara.
Me levanté de mi silla y dejé el libro sobre la mesa del jardín. La hierba bajó mis pies estaba helada, contrastando con el calor que producía. Fue agradable sentir el escalofrío que recorría mi cuerpo cada vez que daba un paso, acompañada por Simba.
-Chica -escuché una voz que me llamaba. Me volví hacia ella.
Por la dirección en que venía la voz, podía adivinar que la persona estaba al otro lado del seto, que separaba las dos casas. Simba ladró para decirme que tenía a alguien.
-Tranquilo -El perro se calmo y se sentó. -¿Quien eres tu?
-Me llamo Dixie. La nueva vecina. -respondió la chica con simpatía. No me moví.
-¿Que quieres Dixie? -Sabia que estaba siendo grosera.
-Mi martillo cayó en tu jardín. ¿Me lo puedes conseguir?
Yo fruncí el ceño. ¿No se había dado cuenta...? Me puse las gafas en la cara. No tenía idea de dónde estaba el martillo.
-Puedes saltar la cerca -le dije secamente.
-¿Cuanto te cuesta conseguirlo para mi?
Solté un suspiro, molesta.
-Necesitó saber dónde está -¿Como no se dio cuenta?
-¿No puedes verlo? Está justo en frente de ti.
Dixie parecía impaciente.
Bajé la cabeza, mirando a la nada. Respiré hondo y di unos pasos hacia adelante. Sabia que la cerca, pero el martillo podría estar en cualquier parte de esa longitud.Por alguna razón, no quería que ella supiera que yo era...
Tropecé con algo duro y caí al suelo, sintiendo la hierba fría contra mi cara. Mis gafas cayeron en algún lugar legos de mi. Me sentí prácticamente desnuda sin ellas.
Escuché unos pasos corriendo hacia mi. Odiaba caer frente a extraños. Sentí mi expresión cerrarse.
-Estoy bien -dije, tratando de levantarme, pero para mi sorpresa, sentí dos manos sobre mis hombros, ayudándome a levantar. Miré hacia arriba, mi boca ligeramente abierta, y escuché una profunda y apagada exclamación.
-Tú eres... -Ella no pudo terminar la frase y se quejó.
Simba volvió a ladrar.
-Silenció Simba -ordené, tratando de deshacerme de las manos de Dixie.
-Lo siento, yo no...
-¿No sabias que estaba ciega? -pregunté buscando las gafas.
-No me di cuenta.

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Be My Eyes
RomanceHace un año tuve un grave accidente automovilístico mi amiga que conducía,había muerto camino al hospital de detención cardiopulmonar.Fue difícil adaptarse. Al principio todo fue molesto especialmente la muerte de Sofía.Fue difícil vivir con eso. En...