ocho

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Estaba encadenado. 

No reconocía ese lugar, pero era enorme, extenso a su al rededor, con cuatro pilares de piedra a cada lado. Sentía una enorme opresión en el pecho, y las cadenas se hacían cada vez más pesadas y apretadas. Su cuello igual tenía una, y empezaba a asfixiarle. 

—Solo ríndete, princesa—¿Princesa?, negó. Pero su boca se abrió y soltó palabras que no eran suyas. No era su voz. 

—Es dificil siendo la hechicera más poderosa de todas, ¿No te parece?, debiste saber que no sería fácil someterme—sonrió. Sentía las comisuras de sus labios elevarse, y una grata satisfacción, que no era suya.

—¡Tenemos un trato, bruja!—escupió el hombre. Era extraño, no podía ver su rostro. Tenía una capucha, color rojo como la sangre, y sus manos se destacaban por unas enormes garras—. Ni tu caballero podrá venir a salvarte.

Sintió entonces un tirón en el pecho, tragando duro y dejando de sonreír. Suspiró y negó. 

—Termina de una vez, ya quiero que te largues de aquí. 

—Que débil eres...—la risa burda de aquel se esparció en el lugar, se le subió la bilis a la garganta. 

Aquel sacó una daga, negra con detalles dorados. 

—La daga de Aurum—pensó, pero de nuevo, aquella voz lo dijo al tiempo en el que pasaba por su mente. 

—Con esta daga, yo, Quirion el Carente, mataré a la princesa de Aurum, la benevolente Solar , como parte del tratado de paz, de aquí hasta la eternidad... ¡Púdrete en la oscuridad!

id moritur quod hic iterum novo excitat apud-

—¡Cállate!

id moritur quod hic iterum novo excitat apud-

—¡Muere!

id moritur—aquel corrió hacia su inerte cuerpo— quod hic iterum—, clavando la daga directo en su corazón— novo excitat...—, retorciéndola con saña, sintiendo su vida desvanecerse. Estaba muriendo—, apud...




Despertó a gritos, muchos gritos, sintiéndo una enorme ola de sensaciones abrumadoras que le impedían respirar con normalidad. Abrió los ojos justo a tiempo observando como a su alrededor había una enorme estela de aire, como un remolino, que se desnaveció enseguida, viendo tras el desastre, a Raymond, Michael y

—Gerard—alzó una de sus manos señalándole, suplicando que se acercase a él, su cuerpo temblaba, y sentía lágrimas bajar por su rostro.

El caballero de brillante armadura caminó hacia adelante, mirándole aturdido, sediendo a la insistencia de su mirada, tomando su mano. Después de eso, no sabe como sus brazos llegaron a envolver su cuerpo, y como el suyo había recibido el contrario con desesperación. Era extraño. 

—¿Qué fue lo que pasó?—preguntó el rubio. 

—Michael. 

—¿Qué?

—Su majestad está exhausto. 

—Oh, vamos. Despertó a medio castillo. Lo menos es que nos diga lo que ocurrió. 

—Yo creo que ni el mismo lo sabe...—la voz del moreno le hizo abrir los ojos, incosciente de cuando fue que los había cerrado. Su respiración había vuelto a la normalidad, había dejado de llorar, y la fuerte sensación que antes le llenaba de necesidad, se desvanecía. 

Se soltó del abrazo, mirando desconcertado al pelinegro. Este le observó fijamente a los ojos, como si buscase algo. Negó.

—Lo siento, no sé que me ocurrió—sonrió debilmente, alejándose un poco más de él, poniéndose lentamente de pie. Todos observaban sus movimientos—. ¿Qué ocurrió?

—Formaste una rafaga, usualmente son hechizos de protección, pero dudo mucho que lo hayas invocado por tu cuenta. ¿Estabas soñando?—miró al chamán con cierta duda, asintiendo lentamente—. ¿con qué?—. ¿Sería extraño decirlo? le miraban expectantes, esperando mucho de él. Tanto que empezaba a incomodarle. 

—Sabes qué, no lo recuerdo—soltó una fina risa, restándole importancia, negó—. Estoy muy cansado, y mañana hay muchas cosas que hacer, ¿no es así?—. Los tres asintieron, no muy convencidos de ello. Aún así se retiraron uno a uno—. Gerard—. Le llamó, el caballero volteó el rostro enseguida, de nuevo con la mirada en busca de algo, con esperanza e incertidumbre—. Solar...—. Se relamió los labios sin saber buscar las palabras correctas. Negó. 

—Mi señor—Frank asintió esperando a que terminase de hablar—, Solar ha reencarnado en usted, eso es todo. 

—¿A qué-

—Sigues siendo tú—respondió enseguida, aclarando la duda que empezaba a formularse en su cabeza. 

Resopló volviendo a sonreír, asintiendo. 

—Nos vemos al alba—se despidió. Gerard asintió. 

—Nos vemos al alba. 





—Inténtalo.

Lumine ignis—sus manos se concentraron en un solo punto, aquella estela de luz brillante que inestablemente empezaba a transformarse en bellos colores naranjas, apagándose de nuevo—. Maldición—. La risa del chamán hizo eco, negando. 

—Tranquilo, Frank. Lux es un gran paso, Lumine ignis es el siguiente nivel y lo has logrado bien para llevar aprendiendo hechicería por un par de días. 

—Siento que es muy lento, viejo. La maldita llama me está matando. Me da hambre y parezco un maldito verraco cuando lo alimentan después de todo un día sin comer—gruño. El moreno alzó una ceja poco convencido con su interprestación, mirando entonces más allá de él, donde alguien se hizo presente. 

—Ya es hora de mi clase—Michael. 

—¿En serio?, lo siento viejo. Se me fue el tiempo, pero ya casi lo tengo—infló el pecho orgulloso, asintiendo para sí. Michael rodó los ojos, negando. 

—No importa de todas formas te toca clases de lengua. 

—Lengua—asintió dubitativo—. ¿Qué lengua?—Raymond miró a ver a Michael y engtre ambos volvieron a mirarle de nuevo. 

—Latín. La lengua madre—quedó estupefacto un momento, negando. 

—Es una lengua muerta, ya nadie habla latín, viejo—el rubio tomó algo tras suyo, caminando hasta él, pegándole la nuca con algo duro. Un libro.

—Idiota, aquí todos hablamos latín. Solo en tu presencia la gente se limita, pero en lo que resta, todos lo hablan. Incluso los hechizos que aprendes están en latín, ¿Qué acaso no te lo ha dicho Ray?—volteó a ver al moreno que se encogía de hombros con una sonrisa burda en el rostro—. Ya, empezemos. Pronto será la bienvenida y no quiero quedar como el mal maestro que no le enseñó lenguas a su alteza real—su voz, sarcástica, se desparramó al final, haciéndole sonreír. 

Abrió el libro frente a él mientras le explicaba detalles de la historia de Aurum en latín,  las palabras no eran exactamente iguales al formar oraciones así que eso lo dejaba aún más confuso. Después del nacimiento del reino, vino un pequeño apartado de objetos sagrados, y cuando el rubio dejó de explicarle acerca del caliz sagrado, un dibujo de una daga negra con detalles dorados, apareció. 

—Este que aquí vez es llamado-

—La daga de Aurum—pronunció enseguida, perdiendose en el recuerdo de su sueño. Miró a ver al rubio que le observaba ya de forma dubitativa—. Con esto asesinaron a Solar, ¿no es así? 




Reino de antaño. Frerard.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora