veinticinco.

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Gerard le recordaba a Jack Skellington de The Nightmare before Christmas. Lo imaginaba cantando ¿Qué es, qué es? Mientras sus ojos traviesos se paseaban por todas las cosas maravillosas y triviales que le rodeaban. Para él era toda su vida, para Gerard un nuevo mundo.

Lo había llevado al centro de Jersey a que conociera un poco de su pintoresco mundo. Le enseñó como se manejaba en el camino hacia allá, Gerard miraba ofendido el volante como si fuese una vergüenza utilizar aquellos "trozos de chatarra" como él lo llamó, para trasladarse en vez de un buen purasangre. Le enseñó las extravagantes decoraciones de la noche de Halloween que había pasado de forma fugaz sin darse cuenta ni importancia. Los dulces que las tiendas empezaban a sacar de oferta, una que otra tienda con decoración navideña lista para vender. Los puestos de helados y los de hot dog que fue algo de lo que más le llamó la atención, sobre todo después de que su estómago gruñera atemorizante anunciando su hambre.

—¿Quieres uno?—el caballero hizo una mueca sin afirmar. Aún así, el príncipe le sonrió ladino yendo hasta aquel pequeño puesto de salchichas, compró uno para cada uno y emprendieron una caminata corta hasta el auto de vuelta mientras degustaban aquellos con entusiasmo.

Gerard no podía creerlo, eran tantos sabores en su paladar y el rostro divertido de Frank que no paraba de observarle fascinado.

—¿Cómo es que hacen estas cosas alargadas?

—¿Hablas de las salchichas?

—¿Así se llaman?

—Claro, y son buenísimas. A que es injusto que en Aurum no haya nada como esto, eh—Gerard hizo un leve puchero sin notarlo ni admitirlo.

De camino a casa, con algunas compras en la parte trasera, una vieja canción de Aerosmith en la radio en la que Gerard se había pasado interminables segundos tratando de descubrir como emitía esos extraños sonidos, después de varios kilómetros en silencio cómodos, rompió el momento.

—¿Y?—el pelinegro le miró de reojo mientras esté miraba hacia el frente con el volante entre las manos—. ¿Cuándo volveremos?

—No tienes por qué volver.

El sonido de las llantas derrapando contra la acera le hizo estremecer. Gerard metió uno de sus brazos evitando que este se golpee contra el volante.

—¿Cómo de que no?

—¿Por qué hiciste eso?

—Tengo que volver.

—¡No vuelvas a hacer eso!

—¿Qué pasará con los juegos?

—¡Su majestad!

—¡Gerard!—se miraron largo rato antes de tranquilizarse entre sí, con sus gestos poco conciliadores que poco a poco fueron apaciguándose.

—No es tu guerra.

—¿Es una broma, no es cierto?—soltó una risita burda sin poder creerlo, alzando una ceja mientras apretaba con minuciosidad el volante.

—Ha sido error nuestro. Tenías razón.

—¡No me jodas, Gerard!—le apuntó con severidad gruñendo de la impotencia. Salió del auto impaciente, oyendo los pasos de caballero seguirle.

Ahí, en medio de la nada de camino a casa, mirándose como dos extraños por fracción de segundos.

—Lo siento.

—¿Por qué? ¿Por venir a buscarme con toda esa jodida idea de que era yo tu bella prometida reencarnada, haciéndome creer en ellos, asimilando, asumiendo el papel, para después venir a decirme que esta no es mi guerra?

Reino de antaño. Frerard.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora