veintiseis.

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Habían vuelto a Aurum.

Era lúgubre, con un ambiente pesado, y el fétido olor a destrucción.

No era la Aurum que conocía.

—¿Qué carajos ocurrió aquí?

—Desde que Jared fue acusado de traición, Plumbum tomó eso como un motivo para iniciar una redada contra nosotros— voltearon hacia dirección donde aquella voz los sorprendió. Era Raymond, abriéndo la puerta del establo, lugar donde habían aparecido—. Desde entonces se enfocan en saquear nuestras aldeas.  Ha habido avistamiento de caminantes ya en tres de ellas, dejando muchos muertos a su paso. Cruzaron nuestra barrera.

—Maldición, ¿no has colocado un refuerzo?

—Lo intenté, pero como sabrás nuestra fuente de poder proviene de su majestad. Al no estar presente me agoto rápido.

—Si, esa parte la he comprendido, el más poderoso—arrugó la nariz con sarcasmo, continuando—, pero, me explican ¿como, si se supone que estamos en un bucle en el tiempo, pueden haber avanzado tanto en ello?, ¿no el día debe reiniciarse o algo así?

—Es una buena paradoja. En efecto, en un principio, revivimos el mismo día una y otra vez hasta que usamos nuestra inteligencia mágica para entenderlo y evitarlo. Usamos uno que otro hechizo lo que mantiene que podamos controlar el bucle, los días seguirían pasando, no reiniciariamos el día nunca más. Engañamos al tiempo. Pero entonces, el tiempo pasó, y conforme más pasaba nos dimos cuenta que se burló de nosotros. El tiempo ya no pasaba nunca más para nosotros. Viviríamos por siempre, no envejeceríamos jamás. Irónicamente, si no sabes que estás viviendo el mismo día una y otra vez, entonces no eres infeliz pensando en que jamás podrás crecer, envejecer y morir. En contra, nosotros lo sabíamos y vivíamos con ello amargamente.

Frank miró a Michael como nunca antes lo hizo. Un deje de respeto, tristeza y cariño en la luz de sus ojos. Pudo sentir su dolor. El dolor de todos. Aquello solo lo hizo más poderoso, solo que aún no lo sabía.

—¿Qué necesitan que haga?

—Ser el príncipe que salvó a todos. Es hora de que uses tus conjuros.

Aurum era un reino muy grande. El más grande de todos, por algo era el más poderoso. Así mismo, el reino se dividía en varias aldeas a lo largo de sus cuatro puntos. El castillo estaba en el centro. Por lo que la idea de Raymond fue crear barreras en varios perímetros, creando una protección de tres capas. Sin embargo, tendrían que desalojar las aldeas más periféricas, y eliminar a todo caminante que ya estaban en sus tierras. Con la barrera y el control sobre los caminantes, lidiarian con Plumbum y restablecerá con ello el poder y respeto de Aurum.

—¿Estás asustado?—Gerard le miró con esos intensos ojos esmeraldas fijos en su persona.

—No.

—Voy a protegerte de todo y todos.

—Por eso no tengo miedo. Se que estarás ahí—sonrió caminando hacia él, atrayendo su rostro al suyo y besandole suavemente.

—Ya basta tórtolos. Es hora de prepararse—miró con una mueca hacia Michael, el rubio le miró de arriba a abajo negando—. Esa dimensión tuya y sus vestuarios. Son muy simples—. Alzó una ceja hacia su armadura de cuero negro.

—Supongo que mi armadura será de oro.

—Supones mal, los caminantes irían tras tuyo como un enjambre.

—De acuerdo, me pondré lo que quieras—no titubeó.

Se alistó, y se pusieron en marcha. Raymond dijo que el rey ya estaba adelantado hacia la perfieria, con los caballeros de Aurum respaldando su espalda, empezando a desalojar a la gente que ahí habitaba. Ellos irían hacia la última barrera, estableciendo así una base para fortalecer la misma. Al llegar, muchos caballeros se encontraban turnándose para conjuntar el fortalecimiento de cimientos. Un conjuro muy poderoso que se aseguraba de proteger de todo lo visible e invisible a quien estuviera bajo su techo.

—Tienes que conjurarlo hasta que la barrera se ilumine y desaparezca por completo.

La tarea sonaba más fácil de lo que era. Estaba muy oxidado por lo que era complicado conjurar más de 5 horas seguidas y logrando solo un poco más de lo que todos sus caballeros hicieron en meses.

Michael le dio un té de herbales para reponerlo y mientras, se hacían carpas para pasar la noche. La suya fue gélida, más al momento de terminar de ducharse. Se colocó una bata saliendo de a poco hasta la habitación improvisada para él quedándose quieto.

Tan quieto que dejó de respirar. Todo se enmudó y los oídos le palpitaron modestamente. La respiración exagerada y gorgosa de ese monstruo que arratrasaba sus pies y con sus garras, largas y afiladas, urgaba sus pertenencias.

*
Holiboli crayoli.
Voy a terminar esta historia cueste lo que cueste jeje, es muy hermosa para mi como para dejarla tirada.

Ya lo decidí.

Si estás aquí, gracias por leer.
—Pao.

Reino de antaño. Frerard.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora