Una enfermedad. Una ciudad. Una serie de historias que se entrelazarán inevitablemente cuando las personas intenten sobrevivir ante el brote de una infección que no sólo acaba con la humanidad, también tiene la capacidad de transformar a los contagi...
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Dolor. Ese fue el pensamiento que siguió al estruendo que aún retumbaba entre los árboles a su alrededor. Charlie movió en círculos su hombro intentando desaparecer la molestia y, una vez que creyó estar listo, acomodó de nuevo la culata del rifle contra el espacio que se creaba debajo de su clavícula.
La patada del rifle hizo que diera un pequeño paso hacia atrás mientras unas cuantas aves escapaban de sus escondites en la copa de los árboles. Una de las latas que esperaban en fila frente al joven salió disparada hacia atrás, perdiéndose entre algunos arbustos y helechos que cubrían el suelo del bosque.
—Charlie, el terror de las latas —La voz de Giselle se escuchó detrás del chico, llamando su atención.
—Disparé dos, le di a uno. Las estadísticas no están de mi lado —respondió sarcástico.
—Sólo es cuestión de práctica. Y hablando de eso, mira lo que encontré —Charlie giró para encontrarse a la chica sosteniendo un arco de madera oscura entre sus manos y un carcaj colgado en el hombro.
—El estúpido arco —dijo mientras sonreía discretamente—, creí que esa cosa dejaría de perseguirme si lo dejaba lejos de ti y de mí.
—No tendrías esa mala concepción de una herramienta tan noble si hubieras practicado más con ella —contestó la chica en tono de burla.
—La única razón por la que intenté practicar arquería fue para pasar más tiempo contigo.
—Y vaya que te funcionó —Giselle dejó escapar la risa que había intentado reprimir.
—¡Oh, por favor! Apuesto que no podrías darle a una lata con una flecha desde donde estás.
La risa de Giselle paró en seco. Levantó una ceja y suspiró lentamente. Ellos se encontraban en una pendiente, elevados de la zona donde las latas descansaban sobre el tronco cubierto de musgo de un árbol caído. La chica sacó una flecha del carcaj y la acomodó elegantemente en el arco, tensó la cuerda y poco a poco empezó a ajustar la mira del arma en su objetivo. Inhaló profundamente y, lentamente, dejó escapar el aire de entre sus labios.
La flecha voló, haciendo un agudo silbido mientras recorría la distancia hasta la lata, y cuando la alcanzó, esta salió volando con el proyectil atravesando el aluminio.
—Presumida —resopló Charlie mientras Giselle explotaba en un nuevo ataque de risa.
—Vamos, Lambert y Emir tienen que hablar con nosotros. Después puedes seguir aterrorizando a la indefensa chatarra.
—Claro, sólo un segundo —Charlie acomodó de nuevo su arma contra el hombro, apuntó a una lata y jalo del gatillo, haciendo que cayera con el resto que habían sido derribadas.
La pareja entró a la cabaña después de recorrer el estrecho camino que los llevaba al bosque desde la parte posterior de la construcción, dejando afuera el calor que sólo era posible al sol de verano que caía a plomo sobre el valle y el lago.