Irlanda

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—Necesito que abras la boca lo más grande que puedas y digas "ah" —El doctor introdujo un abatelenguas en la boca de la chica y empujó su lengua hacia abajo

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—Necesito que abras la boca lo más grande que puedas y digas "ah" —El doctor introdujo un abatelenguas en la boca de la chica y empujó su lengua hacia abajo. Después de tres horas en la sala de espera del hospital, lo único que ella quería era irse—. Tu garganta está enrojecida, parece que tienes una infección.

—Sólo recéteme las drogas que necesito y me iré. No quiero desperdiciar más mi tiempo —Megan normalmente era tranquila, pero su paciencia se había agotado en ese punto.

—No es tan simple —dijo el doctor Harrison Emmerett, un hombre alto y demasiado delgado con una barba de tres días.

—¿El dolor de garganta no es tan simple? —La chica bajó de un salto de la mesa de examinación y se dirigió a la puerta—. Mire, estoy en medio de mi tesis, tengo toneladas de tarea y un trabajo de medio tiempo. No tengo tiempo para esta mierda.

Megan caminó decidida hacia la puerta del consultorio. Harrison la tomó del brazo, sintiendo un tacto extrañamente frío en su piel, y la acercó a él para detenerla.

—No te puedo dejar ir— El hombre notó algo al momento de tomarle el brazo para detenerla, entonces levantó lentamente la manga de la camisa a cuadros roja que servía como un abrigo liviano en esa época calurosa del año. Más allá de las notorias cicatrices a lo largo del antebrazo que Megan se esforzaba por ocultar, el médico pudo ver la coloración entre verde y morada de la que le habían hablado—. Muéstrame el abdomen.

—No tengo que mostrarte nada, idiota —Megan intentó sacarse el agarre del hombre de encima, pero a Harrison no le tomó mucho esfuerzo retener a la delgada y pequeña chica, y poder levantar la delgada blusa negra de tirantes que llevaba debajo de la camisa. Una mancha roja se extendía por todo su vientre.

—¿Desde cuándo lo tienes?

—Unas semanas —Megan no pudo evitar sonreír en su interior al recordar al chico de intercambio con el que había compartido algunas noches, justo antes que el sarpullido apareciera.

—Eso no es una simple irritación —Harrison tomó el radio que escondía su bata y presionó el botón—. Tengo otro posible caso. Consultorio dos.

No pasó mucho para que cuatro enfermeros entraran al consultorio. Dos de ellos la tomaron por los brazos y comenzaron a arrastrarla fuera de la sala.

—¡No pueden hacer esto! —Megan batallaba por librarse de los enfermeros, moviendo piernas y brazos con fuerza—. ¡Déjenme en paz!

Harrison tomó una de las jeringas que había preparado, tomó la cabeza de Megan con su mano izquierda y la inclinó para dejar despejado su cuello. Ensartó la aguja en la arteria y lentamente presionó el émbolo dejando que el líquido verdoso entrara en el sistema de la chica que poco a poco dejaba de luchar hasta perder el conocimiento.

—Llévenla a una habitación —Harrison veía como los hombres se llevaban a Megan mientras tomaba un sorbo de la licorera que llevaba consigo desde su divorcio.

—Todas están llenas, señor —dijo uno de ellos.

—Pónganla con alguien más —El hombre se masajeó el puente de la nariz en un intento de liberar su estrés—, eso nos ahorrará un poco de tiempo. Y ordenen un análisis de sangre.

En el transcurso de las últimas semanas, Harrison había atendido horas extras los consultorios que estaban abiertos al público en el hospital. Para ese punto, su sangre se componía prácticamente de escocés barato y su alimentación se basaba en al menos cinco americanos al día.

—¿Estás bien? —La voz de la doctora Erin O'Hara sacó a Harrison de sus pensamientos.

—No, no lo estoy —contestó.

—Aún quedan muchos pacientes esperando, Harry —Emmerett había pasado de ser el profesor de aquella mujer joven a su colega en muy poco tiempo hasta el punto de ser la única persona a quien le toleraba ese apodo, claro que sus ojos aceituna y la sonrisa que siempre le dedicaba ayudaban a que le permitiera llamarle así.

—Necesito que te hagas cargo de mi consultorio, necesito monitorear a los pacientes retenidos —Harrison tomó su maletín y se dirigió a la puerta—. Creo que sería prudente que visites a tus padres después de terminar tu turno.

—Mis padres están en Irlanda.

—Irlanda está lo suficientemente lejos de este lugar —contestó con tono lúgubre.

El BroteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora