El Escudo y La Espada

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—Ese es el lugar más seguro en el que puedes estar, lejos de la ciudad —La luz de un relámpago iluminó el cielo nocturno, haciendo evidentes las gotas de lluvia que caían y se estrellaban en el cristal de la ventana—, un pueblo en medio del bosque...

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—Ese es el lugar más seguro en el que puedes estar, lejos de la ciudad —La luz de un relámpago iluminó el cielo nocturno, haciendo evidentes las gotas de lluvia que caían y se estrellaban en el cristal de la ventana—, un pueblo en medio del bosque es mejor que la ciudad en este momento— El hombre hizo una pausa mientras el interlocutor del otro lado de la línea hablaba. Mientras escuchaba, pudo ver cómo su expresión de indiferencia se transformaba en una mueca de preocupación, acompañada por el vacío en el estómago característico—. ¿Un infectado? ¿Estás segura? —De nuevo esperó paciente la respuesta, imaginando la dimensión de lo que sucedía si alguien, en un lugar como ese, podía contagiarse—. Fue buena idea implementar la Ley Marcial, el ejército y la Guardia Nacional conocen el protocolo a seguir— Una pausa interrumpió la comunicación. Él sólo asentía desganado, como si tuviera que afirmar todo lo que escuchaba de la otra persona—. Está bien, madre. Cuídate.

Miguel Cunha dejó el celular sobre el escritorio frente a él, dio un giro de 180 grados aún sentado en la silla, y se miró en el reflejo, que se generaba en el panel de cristal que lo separaba del oscuro exterior, debido a la tenue iluminación de la oficina donde se encontraba. El hombre aflojó su corbata y desabotonó el cuello de su camisa, buscando la comodidad en esa tormentosa noche.

—¿Era la gobernadora? —preguntó la voz de Fossati a sus espaldas.

—Sí —respondió mientras era sacado de sus pensamientos por los cuestionamientos del hombre—. Acaba de declarar Ley Marcial en un pueblo al este de aquí.

—¿Ley Marcial? ¿Por qué? —Fossati se levantó de un de los sillones de su oficina y caminó hasta un elegante carro de servicio al otro lado de la habitación. Tomó un par de vasos y sirvió una generosa cantidad de escocés en ellos.

—Se cree que un hombre está contagiado —dijo en suspiro mientras giraba de nuevo para encarar al hombre—, y hay dos chicos que lo acompañaban, así que sospecha de ellos.

—¿Es un caso autóctono? Creí que el gobierno quería mantener toda esta situación dentro de un perfil bajo— Fossati caminó hasta su escritorio y dejó una de las bebidas frente a Cunha. El hombre tomó el vaso y lo levantó frente a su rostro en forma de saludo, después. bebió un sorbo del licor dejando que se deslizara por su garganta, provocándole un inconfundible ardor.

—Eso fue antes —Cunha carraspeó, intentando que no se notara el cambio en su voz—, la situación escaló demasiado rápido y se ha hecho tan pública que no podemos costearnos el bajo perfil.

—¿Y ahora? ¿Qué va a pasar?

Cunha miró al hombre por un segundo y después el monitor frente a él. Llevó el cursor hasta el ícono de la impresora y lo presionó, haciendo que un discreto aparato a su derecha comenzara a quejarse con gruñidos metálicos. El secretario se puso de pie, con el vaso de escocés aún en su mano, y caminó hasta el dispositivo, tomó el papel que había salido de él y se lo entregó a Fossati.

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