La Pálida Luz de la Luna

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Un accidente con cloro había dejado una enorme mancha blancuzca en el short naranja

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Un accidente con cloro había dejado una enorme mancha blancuzca en el short naranja. Eso lo había degradado de "prenda dominical" a "pijama de verano" dentro del clóset de Mercy. Una playera que había robado a alguno de sus exnovios completaba su outfit nocturno.

A comparación del día, la noche había enfriado el clima con una suave brisa. Mercy ahora se arrepentía de no haber llevado aquella desgastada sudadera que también había robado a uno de sus antiguos amantes.

La joven mujer caminó de puntillas intentando que ninguna tabla del suelo hiciera ruido hasta que llegó a la puerta entreabierta del cuarto. Al entrar, se encontró con una silueta acostada de manera desordenada sobre la cama. Mercy se acercó lo más lentamente que pudo y comenzó a acariciar los mechones rubios en la cabeza de su sobrino.

—Hey —susurró mientras continuaba con las caricias—, despierta bello durmiente.

—¿Eh? —Alex levantó levemente la cabeza. Dormir profundamente era un placer que sólo podía darse cuando Mercy se quedaba a pasar la noche, y ese día no era la excepción.

—Acompáñame —Mercy tomó a Alex por la muñeca derecha y tiró de él hasta tumbarlo casi de su cama. El chico reaccionó apenas para detener su imprevisto viaje hacia el suelo con su mano izquierda. Como pudo se acomodó hasta sentarse en el suelo con la espalda recargada contra su cama.

—¿Qué hora es? —Alex tentó el suelo en busca celular. Cuando su tacto al fin encontró el aparato, presionó el botón que hizo a la pantalla emitir una luz que cegó al joven por un momento. Después de unos segundos de acostumbrarse al brillo, pudo notar el reloj en la parte superior del teléfono—. ¡Son las 3:00 de la mañana!

—Las 3:45 —Mercy miró por la ventana. Las luces de la ciudad frente a ella titilaban en una danza que sólo unos pocos sabían disfrutar, y ella quería hacerlo esa noche—. Anda, flojo, levántate.

La chica extendió la mano hacia su sobrino quien la tomó, y pesadamente se puso de pie. El par salió de la habitación hacia el pasillo que cruzaron tan sigilosamente como ella lo había hecho unos momentos antes.

—Espera —Alex interrumpió a Mercy en el momento que ella tomó la perilla de la puerta de entrada—, no podemos dejar a mi mamá sola.

—Serán sólo unos minutos —La joven miró de reojo la puerta de la habitación al final del pasillo para cerciorarse de que aún estaba cerrada.

—Estoy en ropa interior —musitó el chico mientras daba un paso hacia atrás. Mercy lo miró de pies a cabeza, notando que lo único que llevaba puesto era una delgada camiseta de tirantes y unos bóxers de cuadros verdes y amarillos.

Mercy hizo caso omiso a las quejas de su sobrino tomándolo de nuevo por la muñeca, abrió la puerta del departamento, y lo arrastró hasta el pasillo exterior. El edificio los recibió con silencio prácticamente total. Las luces de emergencia iluminaban tenuemente el pasillo, así que fue fácil encontrar las escaleras.

Unos minutos después, los jóvenes habían recorrido el tramo de escaleras que los separaban del techo del edificio. Una corriente gélida los golpeó al cruzar la puerta metálica que conducía al exterior, mucho más fría de lo que Mercy pudo haber esperado. Como reflejo, ambos cruzaron sus brazos en sobre el pecho, intentando mantener el calor corporal.

—¿Qué quieres hacer aquí? —titubeó Alex, sintiendo como cada vello en su cuerpo se erizaba como respuesta a la temperatura.

—Shhhh —interrumpió la chica—, sólo escucha.

El joven se quedó quieto por un momento. Pasando el castañeo de sus dientes que retumbaba en sus oídos, Alex alcanzó a notar los sonidos de la ciudad envolviéndolo. Autos conduciendo por la avenida cercana, música de alguna fiesta cercana, aviones pasando por encima de ellos.

—¿Lo escuchas? ¿Ves todas esas luces? —Mercy señaló a la distancia donde las luces de edificios más altos iluminaban el cielo nocturno—. Todo lo que sucede allá afuera es una oportunidad, Alex, oportunidades que tú puedes tomar.

—¿A qué te refieres? —El chico alcanzó a su tía en la barda que servía de protección para evitar caer del techo. Al echar un vistazo hacia la calle, desde donde se encontraba, podía ver las luces de los autos circulando.

—Me mudaré aquí —La chica dejó salir la noticia con un poco de temor por la reacción de su sobrino. Pasaron unos segundos sin respuesta, sólo con el sonido de la brisa corriendo entre los mechones rubios que le cubrían los oídos. En un intento por llenar el silencio, Mercy continuó hablando—. Estás dejando pasar tu vida mientras te quedas aquí. Quiero que vayas a la universidad.

—Mercy... mi mamá... —Alex intentó buscar alguna excusa para responderle a la chica.

—Has cuidado a tu mamá durante tu vida, y has aplazado ir a la universidad por eso. Déjame ayudarte —La joven puso la mano sobre el hombro del chico de manera comprensiva mientras él se perdía en las sombras y luces que danzaban en la ciudad.

—Tengo que cuidarla, debo estar con ella. Es mi responsabilidad.

—Es nuestra responsabilidad —Mercy lo interrumpió antes de que siguiera con la excusa—. Tú has tomado las riendas de la situación durante mucho tiempo, es hora que me dejes hacerlo.

De nuevo, silencio. Los sonidos nocturnos comenzaban a inundar de nuevo el ambiente mientras el cielo se oscurecía un poco más, dejando que la luz de la luna fuera más notoria.

—¿Qué pasa si no lo logro? —Mercy fue sorprendida por la voz de su sobrino—, soy demasiado viejo para iniciar la universidad. Hace años que debí entrar.

—¡Nunca es tarde para empezar algo! —La chica tomó el rostro de Alex entre sus manos obligándolo a mirarla—. Eres listo, eres dedicado. Lograrás lo que quieras en ese lugar.

—Ni siquiera sé qué quiero estudiar —suspiró—, ni siquiera tenemos dinero suficiente.

—Puedes conseguir una beca. Y descubrirás lo que quieres cuando estés ahí —Mercy miraba fijamente al horizonte. Ella misma entendía los miedos de Alex, miedos que creía haber superado pero que, muy dentro de ella, aún la llenaban de inseguridad—. Tienes todo el tiempo del mundo, Alex, y yo estaré aquí para ayudarte.

—Gracias, Mercy —El chico rodeó a su tía con los brazos. Ella le regresó el gesto, acercándolo lo más posible a ella.

—Deberíamos entrar, no tarda en amanecer —La joven miró por una última vez el horizonte. En la avenida pudo notar un desfile de luces azules y rojas, acompañadas tardíamente por el sonido de las sirenas. Mercy cerró los ojos, inhaló profundamente, e intentó llenarse de la energía que aquella noche emanaba.

Los jóvenes iniciaron el camino hacia la puerta de entrada. Alex se apresuró a tomar el picaporte y abrirle la puerta a la chica.

El interior los recibió con una calidez contrastante con la brisa fría del exterior mientras bajaban por las escaleras. Les tomó menos tiempo y la mitad del esfuerzo llegar al departamento que haber subido hasta la azotea.

La puerta se veía completamente diferente en la oscuridad. Alex sintió un ligero alivio cuando notó que el vandalismo del que fue víctima era apenas perceptible en esos momentos. Mercy rebuscó en los bolsillos de su short hasta dar con las llaves, abrió la puerta y ambos entraron al apartamento.

—Buenas noches, Mercy —Alex se despidió mientras emprendía el camino de regreso a su alcoba.

—Buenas noches, Alex —La chica se recostó en el sofá, dejando que el calor del mobiliario le sacara la sensación de hielo dentro de su cuerpo. No tardó mucho para que el sueño comenzara a vencerla, haciendo que la vibración de su celular quedara totalmente ignorada.

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