El Radio de Baterías

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—Felicidades, Roger, acabas de mandarnos por completo a la edad de piedra —dijo Asad, mientras el aparato que sostenía a la altura de su cara seguía escurriendo agua

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—Felicidades, Roger, acabas de mandarnos por completo a la edad de piedra —dijo Asad, mientras el aparato que sostenía a la altura de su cara seguía escurriendo agua.

—¡Fue un accidente! —respondió el acusado.

—Calma, yo puedo arreglarla —Emir le arrebató el objeto, se tumbó sobre las maderas del muelle y comenzó a inspeccionarlo detenidamente.

—Le haces algo a mi bocina y juro que yo mismo te amarro a uno de esos árboles para que te coman los lobos —Charlie caminó hasta donde se encontraba su amigo y tomó el electrónico, haciendo que un chorro de agua brotara de él—, no quiero que le pase lo mismo que a mi camioneta.

—Ya te dije que no fue mi intención —repeló Emir.

—¿No pensaron en dejarla al sol para que se seque por dentro? —Giselle tenía cierta forma de sarcasmo cuando mencionaba algo que era obvio pero que los demás parecían ignorarlo. Desde el primer momento en el que Charlie lo escuchó, lo había odiado.

—No creo que funcione después de esto —respondió su novio con cierto hartazgo—, aunque tal vez tenga alguna otra cosa para no involucionar.

Charlie entró a la cabaña, siendo recibido por la mezcla de aromas que el bosque filtraba por las maderas. Caminó hasta la sala de estar, y tomó el pequeño radio que estaba como adorno sobre un esquinero. Salió de nuevo con el aparato entre las manos y una sonrisa orgullosa entre las manos.

—Acabamos de llegar a la era victoriana —dijo Asad mientras veía a su amigo regresando al muelle.

—Al menos tendremos algo para escuchar música y entretenernos.

—Claro, como nuestros celulares no sirven para lo mismo —rezongó Roger mientras secaba la mata de cabello que llevaba.

—Ustedes querían una experiencia campirana real, así que esto es lo que hay —Charlie giró el radio y deslizó una pequeña tapa que se encontraba en su parte inferior revelando un espacio vacío—, sólo necesitamos baterías.

—Apuesto que hay un árbol de baterías en el bosque —comentó Roger con una sonrisa sarcástica—, ya sabes, la experiencia campirana.

Charlie le dedicó una mirada molesta en respuesta a su comentario, después miró al resto del grupo listo para preguntar.

—¿Quién quiere ir al pueblo? —preguntó el chico mientras comenzaba a caminar en reversa rumbo a la camioneta estacionada frente a la cabaña—. Necesitamos baterías, víveres y, sobre todo, necesitamos jugo de manzana.

—¿Te acabaste toda la caja en una semana? —preguntó Giselle con una combinación de sorpresa y enojo.

—De hecho, me la acabé hace dos días.

—Yo digo que sería bueno ir al pueblo —Emir habló mientras caminaba todavía con agua escurriendo de su traje de baño escurriendo sobre la hinchada madera del muelle—, un poco de interacción humana no nos haría mal.

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