Mentiras.

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Apartó las lágrimas del rostro ajeno, pero la misma mano con que lo hizo, fue alejada. Por supuesto que no iba a tomarse a bien su decisión, pero deseaba aminorar el golpe lo más posible. Ella lloró, y él no estuvo seguro de que decir por mucho que lo pensó con antelación.

Jess dijo adiós y con ello, estaba claro de que no quería volver a verlo, al menos mientras la herida sangrara. La empatía le llenó de culpa, y un dolor creciente le invadió el cuerpo de arrepentimiento; Sam no podía volver atrás y debía aceptar el peso de lo correcto. No solo había acabado con su relación, sino que, también la perdió a ella como parte de su vida.

La vio desaparecer en un tren de vuelta a su casa. No paso como otras veces, en que sacudía su mano con una gran alegría antes de que las puertas se cerraran. Jessica solo se perdió en el interior, y Sam supo que no voltearía a verle.

Acomodó la capucha del abrigo por sobre su cabeza, y marchó a paso lento hacia su destino. Necesitaba usar la caminata como una forma de desestrés, dejando que la música en sus auriculares silenciara los latidos dolosos que retumbaban en sus oídos. Sentía el nudo en su garganta y sus ojos húmedos, negados a llorar.

La iglesia católica del pueblo, estaba tan bella como la recordaba, con unos cuantos retoques de modernidad necesarios. La misa había terminado hace un rato, y solo había una persona arrodilladas en los primeros bancos, tal como lo pensó Sam. Castiel solía ayudar durante la ceremonia, y cuando todo acababa, se tomaba su propio tiempo a solas con Dios.

No quiso interrumpir, por lo que se mantuvo al margen. Sumergió solo la punta de sus dedos en el agua bendita y dibujo una cruz imaginaria desde su frente, hasta su pecho. Iba a apoyarse en el muro a esperar que acabará con su oración, pero Castiel volteó hacia él, avisado por el rechinar de la puerta de su presencia. Le animó a acercarse, y Sam aceptó.

- Pensé que vendrías a misa –dijo Cas, extrañado.

- Tenía que arreglar algo.

Había sopesado la idea desde muchos años atrás. Cuando comenzó a salir con Jess, tan solo como amigos, y sabiendo lo que estaba surgiendo entre ellos; pensó en decirle a Castiel, como hacía con todo en su vida. Pero temió, no sabía exactamente qué, pero temió. Fue excusándose y postergando la noticia, hasta que llego este día. Allí, frente a Dios, debía decirle a su ángel el secreto que oculto de sus ojos.

- Ese algo, Cas –suspiró-, es algo que no te dije antes.

- Sabes que puedes confiar en mí, Sam –sonrió el mayor, siempre tan amable.

- Casi no tiene sentido decirte ahora, lo evite porque tenía miedo de que pensarás –explicó con cautela, evitando la mirada del otro-. Pero necesitaba ser sincero contigo.

- Entiendo. Lamento que hayas tenido que cargar con ese temor.

Se sentía tonto de pensar que habría algún rencor por parte de Cas, aún si se enterara de su secreto por otros medios. Su ángel siempre había entendido tan bien sus sentimientos, mucho más que el mismo.

- Yo soy quien lamenta –cerró sus ojos con pena- haberte ocultado que tenía pareja. Apenas hoy terminó con esa relación, porqueentendí que no podía usarla para ocultar mis sentimientos.

El silencio que se prolongó entre ellos hizo temblar a Sam, pero el roce que apartó las hebras de cabello que caían en su rostro, le hicieron darse cuenta de que todo estaba bien. Abrió sus ojos, y Cas seguía allí, sin juzgarle en lo más mínimo.

- Es tu vida, Sam, y no me debes explicaciones a mí.

- Tenía miedo de perderte –se sinceró, mientras sus mejillas se teñían de carmesí.

Su ángel le quitó la mirada de encima y encaminó sus celestes ojos hacia la cruz en lo alto.

- En Europa, surgió la oportunidad de entregarme por completo a Dios, ¿Sabes? –relató Cas, con un semblante más serio-. Por un momento, pensé que ese era mi destino y era lo que Dios quería de mí. Sin embargo, no estaba muy seguro de ello, por lo que rogué a Dios por una señal.

Casi por instinto, Samuel volteó a ver a la misma cruz que veía Cas, aterrado de que hubiese un secreto que él no sabía. Pero entonces, Cas tomó su mano y entrelazó sus dedos.

- Esa noche, soñé con Dean y tú, corriendo hacia el lago como cuando éramos niños. Tú no soltabas mi mano –reforzó solo un poco el agarre-. Pero había algo que yo no note hasta ese sueño; no solo tú se aferrabas a mí, sino que yo tampoco deseaba que me soltarás.

Sus ojos conectaron por primera vez de verdad, tal y como lo hicieron en aquella visita a Dean que acabó en reencuentro. Tan mágico y especial como la mirada de dos niños.

- Recordé que solo había una promesa para la que yo debía vivir –Castiel sonrió, y el corazón de Sam-. Casarme contigo.

Samuel sonrió también, sin saber que decir o como actuar.

- Pero –interrumpió Cas de nuevo-, hay algo particular por lo que quería que vinieras hoy a misa.

- ¿Qué es?

Los Shurley acostumbraban ir a la iglesia en un pulcro traje, tal como el que vestía hoy su ángel. El mayor hurgó en el bolsillo interior del mismo y sacó algo que Sam jamás espero recibir.

- Prometí que te traería un regalo de Inglaterra, por lo que decidí cómprate esto.

Una pequeña cajita azul, se abrió en medio para mostrar un par de hermosos anillos. Oro puro en gruesas argollas, con suaves dibujos cincelados a cada lado; mientras que, por el centro, se extendía una fila interminable de diamantes pequeños y costosos.

- Castiel, esto es... hermoso.

- No son de caramelo, pero valen, ¿No? –bromeó el moreno. 

Anillos dulces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora