Distancia.

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Pedaleó con fuerza, se equilibró sobre los pedales y se puso de pie sobre la bicicleta. La brisa le dio de lleno en la carretera vacía de verano. Cerró los ojos y disfruto de la luz de la tarde sobre su cara. Había un tierno aroma a verde y la calidez del sol auguraba buenos tiempos. Hacía demasiado tiempo que no se sentía así de vivo.

A su lado, de la misma forma en que le acompaño de niño, Castiel. Se adentraban en caminos rodeados de paredes de árboles altos, bosques profundos pero que conocían desde muy pequeños. Le había costado mucho volver a reencontrarse con todos esos paisajes y rememorar tanto los buenos momentos como también las pesadillas de un hermano muerto.

Castiel le animo a perseguir ese reto, antes de que el verano acabará y cada uno tomará su camino lejos del otro.

Bajaron de las bicicletas e hicieron a pie el resto del camino hacía el lago. Luego de aquel incidente con Dean, pusieron marcas que trazaban un sendero seguro por el bosque y advertencia en los lugares más peligrosos. Y aún así, sabiendo que este lugar ya no era un riesgo, Sam y Castiel iban de la mano. Era un gesto infantil, que había dejado atrás cuando crecieron, pero retomaron ahora que la vida les había quitado a la sonrisa que corría frente a ellos siempre.

- Allí, ¿No? –señalo el mayor hacía el muelle.

Extendieron el mantel sobre las tablas de madera y vaciaron las mochilas. Había provisiones para una buena tarde y también, suficientes libros para llegar a la noche sin problemas. Era un extraño silencio que compartían de lectura, de vez en vez preguntándose alguna duda sobre el libro o comentándolo. Sam apreciaba esta tranquilidad y agradecía la manera sutil en que Castiel lograba acallar todos los demonios que veía en ese bosque.

Cerró el libro que estaba leyendo de un momento a otro, notando que su mente no paraba de distraerse en otra línea de pensamientos. Tomó una galleta y se recostó sobre el regazó del mayor. Sin que tan siquiera dijese nada, Cas hundió sus dedos en el cabello chocolate, enredando pequeños mechones alrededor de su índice.

- ¿No te gusto el libro?

- El viejo habla mucho, hay un capítulo entero de su estúpido discurso. –mintió sobre su razón para dejar la lectura, pero eso realmente le molestaba.

- Elige otro.

Había más en la mochila de Cas y también en la suya, pero lo obvio. La tarde caía en un precioso naranja y pronto tendrían que regresar a casa. Mañana quizás volverían, pero no lo tenían claro. Samuel tampoco tenía claro si este verano se repetiría.

- ¿Castiel?

- Dime. –dijo, sin quitar la mirada de su lectura.

- ¿Qué decidiste?

La verdad es que el moreno parecía querer evitar el tema, aunque Sam había oído a su padre hablarle sobre preparativos, exámenes de admisión y universidades. Una parte de sí estaba feliz en la ignorancia en que Castiel lo mantenía. Pero, quizás solo estaba alargando su sufrimiento de algo que tarde o temprano tenía que saber.

El libro fue apartado y finalmente vio el rostro de su ángel, mirada que no le gustó nada.

- Sí, tome una decisión.

El tono de aquella voz tampoco augurio fortuna para Sammy, lenta y angustiada más que nunca.

- Decidí irme a una universidad muy lejos de aquí –confesó Castiel,

- ¿Qué tan lejos? –interrogó, incorporándose para ver mejor al ojiazul.

- Inglaterra.

Sus hombros cayeron en desilusión, sintió la angustia presionar su garganta y ahogarle. Intentó no llorar, tenía que madurar y entender que esto se trataba del bien de Cas, porque él se merecía el mejor futuro posible y si eso era en otro país, debía aceptarlo. El mundo ahora era mucho más enorme de lo que en realidad, el universo entero pareció expandirse el doble en segundo, las distancia se multiplicaron por millones. Esto era un final, y jamás pensó que sería tan pronto.

Y, a pesar del nudo en su garganta y el dolor en su pecho, sonrió y aseguro a Castiel que todo estaba bien si esa era su decisión. No quería que le recordará como un niño, como un caprichoso y un incomprensivo. Debía madurar y aceptar.

Volvió a recostarse en el regazó del mayor, tomando un nuevo libro. Sintió la mano sobre su cabello y procuro aferrarse a esa sensación, tatuarla con fuego sobre su piel.

- Prometo traerte un regalo –juró Castiel.

- Eso sería genial –fingió estar animado.

- Incluso podrías ir allá de vacaciones –sugirió.

- ¿En serio? De verdad quisiera conocer Europa.

Comenzaron un ficticio plan de vacaciones, donde su verano ya no sería compartiendo algunos aperitivos frente a un lago. Podía imaginarlo, pero algo dentro de Sammy sabía que solo sería eso, imaginario.

El sol cayó, rosando las nubes. Recogieron sus cosas y se pusieron en marcha. Sam vio a Castiel adelantarse solo unos cuantos pasos, corrió la distancia que los separaba y sujeto su mano. Quizás sería una de las últimas veces que sostendría su mano, y desearía nunca más sentir la calidez de nadie más.

- Nuestra promesa sigue en pie –sonrió Castiel.

Sam sopesó en todos los juramentos que Cas le había hecho desde que se conocieron, fallando tan solo en uno.

- ¿Cuál promesa? –interrogó el menor.

- La de casarnos. 

Anillos dulces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora