Reunión familiar.

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En cuanto cruzaron la puerta, Mary envolvió a Castiel entre sus brazos como lo haría con un hijo. John también le recibió eufórico, admitiendo que le había extrañado en demasía. Con el pasar de los años, durante su infancia, Cas se volvió en uno más de la familia; tal como Sam y Dean lo eran para los Shurley.

Chuck y Sam quedaron apartados en este reencuentro, hasta que los Winchester notaron al otro invitado en la sala. Tenían tanto que contarse y anécdotas que compartir. Los Shurley trajeron regalos para todos, tal como siempre lo hacían. La familia de Samuel, acostumbrada al triste silencio que Dean solía llenar, cambio de un momento a otro; la casa era un ruido constante, cálido y encantador.

El padre de Castiel resultaba muy bueno para la cocina, y se negaba a aceptar un no como respuesta a su ofrecimiento de cocinar esa noche algo de lo que había aprendido en sus viajes por el mundo. Mary ni siquiera tenía que prestar su heladera, porque Chuck había pasado por el supermercado antes de llegar y tenía todo lo necesario. Mientras los adultos se entretenían en sus charlas y la cena; Castiel y Sam subieron las escaleras.

Era apenas un adolescente cuando se quedaron a dormir allí, haciendo promesas que Sammy no olvidaría. Podía ver la fascinación en los ojos azules, recorriendo los estantes de libros, fotos e historias. Pero esta mirada angelical, recayó solo en una cosa.

- Aún la conservas –sonrió su ángel, sosteniendo la cruz que un día dejo en manos de Sam.

- No hubiese podido seguir sin ti y sin ella.

Su frase guardaba mucha verdad. Castiel se había marchado más pronto de lo que imaginó, dejando un vacío muy grande en su corazón. Y, siendo tan joven y solitario, se aferró a aquel recuerdo, como un amuleto en sus noches de pesadillas. Era como si Cas siguiera allí, abrazándole y permitiéndole llorar todas las lágrimas que guardaba del mundo para él.

El lado de la habitación que perteneció a Dean seguía impoluto. Su póster de Scooby doo, la indumentaria de beisbol, y una fotografía de Sammy y él de pequeños; entre muchas otras cosas que se habían negado a tocar. Cas optó por tomar asiento en esa cama, y seguir observando a su alrededor.

- Es sorprendente cuanto tiempo ha pasado –sopesó, jugando con el collar en sus manos.

El metal del mismo, rozaba con el anillo en su anular, provocando un tintineo en cada encuentro. Samuel se sentó a un lado de su ángel y tomó la mano con ambas alhajas entra las suyas.

- Pero ya estás aquí. No me importa más que eso, para serte sincero.

La risa suave que provocó en Cas, le dio paz.

- No creas que me olvido que debes terminar tus estudios, decirle a tus padres sobre lo que está pasando entre nosotros, y no permitir que mi llegada intervenga en tu vida, Sammy.

- Cas, relájate –bromeó con el otro, atrayendo un nuevo humor al ambiente.

- Me gusta hacer las cosas correctamente, Sam; o no hacerlas.

Y sí, esa cena no era solo para reencontrar a los Shurley con los Winchester. Samuel aún no les había explicado a sus padres del todo porqué había terminado su relación con Jess; y que significaba el anillo en su mano.

Todo había pasado con rapidez, y su ángel era alguien que prefería tomarse las cosas con calma. Habían acordado que este sería un periodo para volver a encontrarse; porque aunque seguían unidos de alguna forma magia, la vida los había llevado por lugares tan distintos que podían llegar a desencajar.

Aun así, juntos o separados, el anillo seguiría en su mano por el resto de su vida.

Básicamente, estaban donde habían comenzado. Los anillos de caramelo habían sido reemplazados por el realismo, y un sí fue dicho con un regreso. Siendo niños no habían podido construir nada desde allí, dejando aquella promesa como un destino demasiado lejano. La promesa fue renovada y era momento de construir sobre verdaderos cimientos.

Durante la cena de esa noche y mientras disfrutaban del postre, fue Sam quien abrió el tema. Fue claro en que esto no era un seguro, más bien, se trataba de un intento de ambos por darle forma a un sueño de niños. Por suerte, no eran el tipo de personas que tendrían que ocultar una relación particular, tenían padres tan comprensivos como ellos mismos.

- ¿Alguien quiere más helado? –interrogó John cuando Sam acabó su discurso.

Castiel y él, desde niños, eran muy disciplinados; sin mentir a sus padres, sacar malas calificaciones o escaparse para jugar donde no debían. Comunicarles a sus padres lo que estaba pasando en sus vidas, aun ya siendo adultos, sonaba apropiado. Más, no eran necesarias las explicaciones; sus padres confiaban en las decisiones que tomaran a ciegas.

Mary extendió su palma frente a Sam, exigiendo ver su mano.

- Pero muéstrame ese anillo, es precioso.

Quizás había algo que debían ocultarles a sus padres, y era el precio que tenían esos anillos. Castiel ni siquiera había cedido a confesárselo a Sam, alegando que no permitiría que se lo regresará. A lo que, el menor podía suponer que valía más que su propia vida. Si Mary o John se enteraban de ello, probablemente obligarían a Samuel a devolverlo.

Mientras tanto, Chuck debía morderse la lengua, porque él si sabía del valor. Por lo que se concentró en su helado y dejó que Mary supusiera precios que no llegarían a comprar ni el primero de los diamantes que rodeaban los anillos.

Sam sonrió ante la admiración de su madre por el detalle en su mano. Probablemente sus padres no aceptarían algo tan caro, pero seguro Dean hubiese intentado convencerlo de vender al menos una parte de la joya. Rio al imaginarlo. 

Anillos dulces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora