Cuando nos casemos...

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En casa nadie era muy religioso, aunque a Sam le gustaba curiosear de vez en vez. Recordaba que su abuela lo había llevado a una iglesia católica cuando era muy pequeño, pero nunca más piso ningún tipo de templo de ninguna creencia. A mamá le gustaba hablar de los ángeles, porque su madre le había criado de aquella manera, pero no había seguido con esa fuerza de culto.

Pero nunca había notado algo particular en creyentes, el rezar antes de comer. La primera vez, le pareció absolutamente extraño que Castiel, quien era habitual invitado a comer, tardará un momento en unírseles. El morocho antes de comer, agachaba la cabeza, unía sus manos y cerraba los ojos por unos segundos.

Esa misma primera noche, sin que Cas les escuchará, Sam fue a preguntarle a mamá.

- Da las gracias a Dios por la comida. – Explicó ella. – Algunas familias lo hacen, cariño.

- ¿Por qué?

- Bueno, para ellos es una bendición que haya un plato de comida en su mesa, y es algo que debe agradecerse, ya que hay muchos que no tienen ese honor.

Puede que Sammy fuese un niño muy bueno, pero era demasiado curioso. Esto se trataba de Castiel, lo que agregaba un deje de importancia al tema. A la mañana siguiente, continuo con el interrogatorio a su madre. Más tarde, en su visita a los abuelos, saldaría todas las incógnitas que Mary no podía saciar con su abuela.

- Castiel va los domingos a la iglesia. – Dijo Dean, como dato curioso, mientras su hermanito estaba leyendo la biblia para niños que le regalaron sus abuelos.

- ¿Por qué no me dijiste? – Reclamó.

- ¿Tengo que darte información de Castiel? – Refuto, pasando de página el comic en que estaba tan entretenido.

- Si, hazlo desde ahora.

Era sábado, y Sammy no podía dejar de pensar en que Cas iría a la iglesia el siguiente día. Solo entonces notó la pequeña cruz que colgaba del cuello de su ángel, de plata y con la inscripción de su nombre.

- Que bonita. – Dijo, con su mirada fija en el accesorio.

- ¿Te gusta? – Sonrió Cas. – Me la dieron cuando nací, la tengo desde entonces. Esta bendecida.

¡Oh! Sabía que significaba eso para su religión, porque su abuela se lo había explicado muy bien.

- ¿Fuiste bautizado? – Preguntó, con su curiosidad a flote.

- Sí.

- Sam, ahogas a la gente con tus preguntas. – Interrumpió Dean.

- ¡Claro que no! – Chilló Sammy.

De vuelta a casa, Sam era todo un mundo de felicidad y se lo hizo saber a sus padres, correteando por todo el salón.

- ¿Por qué tan feliz? – Rio Mary.

- ¡Castiel dijo que puedo ir con él a la iglesia mañana! – Y entonces, recalló en algo. – Puedo ir, ¿Verdad?

Su padre y madre compartieron miradas serias, haciéndole creer que iban a darle un rotundo no. Pero aceptaron gustosos, pues creían que a Sam le interesaba la iglesia como a cualquier niño le atraía un deporte momentáneamente. Pero no, a Sammy lo que pasará con su alma no le interesaba, solo quería entrelazar su vida con la de Castiel lo más posible.

Se levantó muy temprano, cuando el sol aún no salía. Se vistió con traje, porque eso dijo la abuela que solían usar y peino sus rulos chocolate lo mejor posible. Después de un buen desayuno, se pegó a la ventana, esperando el auto del papá de Castiel.

John había dejado dormir a su esposa y se encargó de preparar al pequeño de sus hijos. Ahora lo miraba divertido, pensando en que no había estado tan emocionado ni siquiera en navidad. Era adorable verle de esa manera.

- ¿Estas feliz?

- ¡Si! – Espetó Sammy. – Cas dijo que incluso podíamos recorrer la iglesia después de misa.

- ¡Wow!

- Nos vamos a casar en esa iglesia. – Sonrió convencido el castaño.

John trato de procesarlo con sus pocas horas de sueño y el cansancio de días de trabajo seguidos. Si, lo había entendido bien, pero tenía que confirmar.

- ¿Qué?

Sammy volteó a verlo como si hubiese hecho una pregunta muy estúpida.

- Si, Castiel y yo nos casaremos en esa iglesia. Ya lo decidí.

La risa divertida de su padre, hizo a Sammy sonrojar, aunque no estaba muy seguro de por qué.

- ¿Y no crees que primero deberías preguntárselo? – Entonces Sam cayó en cuenta de eso.

Todo era fascinante. Desde el coro, pasando por las imágenes religiosas, y acabando con la iluminación divina que parecía tenerlo todo. Sam quería volver a ese lugar cada día, y lo mejor, no necesitas estar realmente bautizado para hacerlo. El papá de Cas le comentó su situación al cura, ambos le felicitaron y dieron la bienvenida aunque solo fuese por única vez. Pero estaba seguro de que volvería, cuantas veces fuese necesario para poder aprenderse de memoria cada matiz en los ojos de Castiel cada vez que miraba hacia la cruz colocada metros más arriba del altar.

Su plan de casarse seguía allí, pero no podía continuar sin una afirmación del otro integrante, papá tenía razón. Jugaba con su postre, pensando en cómo lo haría.

- ¿No te gusto tu aventura de esta mañana? – Preguntó mamá, dejando a su lado la bolsa de golosinas que siempre preparaba para que comieran los fines de semana.

- Fue genial. – Dijo, recordando su entusiasmo. – Pero ahora es más difícil todo.

- ¿Por qué?

- ¿Dónde voy a comprar un anillo para Castiel? – Refunfuño, absolutamente angustiado.

- ¿Para que quieres un anillo, cariño? – Sonrió divertida mamá.

- Para casarnos.

Papá siempre tenía un análisis profundo de las situaciones, y mamá siempre tenía una solución. Ambos parecían complotados para lograr esto, o así lo quería ver Sam, que soñaba con que ellos también le acompañaran en su boda.

Volvió a vestir de traje aquel jueves, después de mucho planearlo. Acomodó sus rulos chocolates e hizo que mamá ajustará su moño. Dean y Castiel estaban en el patio de la casa, mientras el rubio se jactaba de su nuevo comic.

- Mucha suerte, cariño. – Dijo mamá, depositando un beso en su cabello.

Sam respiró profundo y salió al patio. Enseguida ambos chicos se voltearon al verlo tan presentable. Tenía la mirada de Castiel sobre él y eso solo aceleraba más y más su corazón. Tratando de mantenerse en pie en sus pequeños pies, con aquel aire de nerviosismo y sus manos temblando. Respiró una vez más y lo dijo.

- ¿Quieres casarte conmigo? – Propusó, entregando a Castiel un anillo de gomita dulce.

Castiel lo tomó, como inspeccionándolo. Luego lo deslizó en su dedo y dijo...

- Sí.  

Anillos dulces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora