Besar a un ángel.

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Había aprobado un examen oral durante la mañana y asistido a sus últimas clases de la semana. Tenía que acabar con los detalles de su sorpresa y marcharse de inmediato, camino a casa. Había estado planeándolo semanas atrás, guardándose toda la ansía que sentía por la llegada de esa particular fecha.

Por las tardes, tenía un pequeño trabajo en un bar, cercano a la universidad. Si bien, conseguía dinero para sus necesidades, lo que estaba planeando requería mucho más que eso.

No había un buen presupuesto, pero su ángel tampoco era alguien exigente. Castiel había crecido en medio de lujos; todo lo que quería solo tenía que costearlo con la cuenta bancaría de su padre. Desde que lo conoció, nunca fue un niño presuntuoso, ni demostraba extrañeza ante costumbres más simples de gente no tan adinerada. Iba a un colegio normal, como Dean y Sam. Cuando salían, su vestimenta, aunque un poco cara, buscaba no demostrar su valor. Su auto cumplía sus necesidades, pero no resultaba ostentoso en lo más mínimo. Prefería las comidas caseras antes que los restaurantes caros, y no denegaría una caminata por el bosque, por viajar al país que quisiera.

Cas era simple, y sabía que si le regalaba algo demasiado caro o le llevaba a cenar a un lugar de mucha clase, solo lograría mantenerle preocupado por los gastos que un universitario no debería tener. Entonces, Sam debió pensar en la simpleza absoluta.

En el asiento del acompañante, esperaba un ramo de flores de papel, hechas una por una con sus manos. Le había tomado más tiempo del que imagino, en especial cuando se le cayó la brillantina, haciendo que su departamento brillará hasta hoy, por mucho que intento aspirar los destellos. Aun encontraba brillos en su ropa de vez en vez. SÍ había comprado la caja de gomitas dulces, pero el mismo preparó la caja de regalo que las contenía. Se sentía como aquel entonces en que escribía cartas muy decoradas para Castiel, esperando una respuesta cuando ni siquiera habían sido enviadas.

Estacionó su auto, frente a su casa. Su madre había hecho las compras para ayudarle con la comida. Tenían que preparar cosas bonitas para comer, y la decoración de pastelería no era algo en lo que Sam resaltará. Se supone que se verían al día siguiente; se había excusado con Cas diciendo que tenía exámenes muy importantes y no podría volver a la ciudad hasta la tarde del sábado.

No sufrió problemas; en especial porque Castiel estaba metido en una de sus "burbujas de escritor", concentrando fuerzas en un nuevo proyecto. Alejado del mundo, solo podía pensar en escribir hasta morir. Dudaba que supiese que día era, o tan siquiera, si había comido. Pero esa particular "manía" en Cas, era justo lo que Sam necesitaba para prepararlo todo.

Descanso todo lo que pudo en la noche, y se levantó temprano para asegurarse de que todo estaba en orden. La tentación de hablar con Cas la sentía, pero prometió no sucumbir hasta la hora que habían planeado. Fue entonces que envió un mensaje casual, esperando que el otro no dijese algo como: "Estoy ocupado". No había pasado antes, pero Sam sabía que Cas no se relajaba cuando se trataba de su trabajo.

Sin embargo, dijo que sí. Paso por él. En su mente, pensó en vestir un traje, pero decidió por la simpleza que tanto apreciaba Castiel. Chuck le saludo, tan amable como siempre y se despidió de ambos. Antes de que se aproximaran demasiado al auto, Sam sacó el ramo de flores y los dulces por la ventanilla abierta.

- No tenía que hacerlo –dijo el mayor, sonriendo a los detalles.

- Feliz día de San Valentín –compartió el gesto Sam, enamorado de la forma perfecta en que las rosas azules de papel y brillantina combinaban con los ojos de su ángel.

El camino en auto era mucho más largo, teniendo que dejar el mismo en un estacionamiento, pero llegaron hasta el lago de su infancia. Encontraron un buen lugar cerca del agua para armar su campamento. Sam se negó a recibir ayuda y Cas se sentó sobre un tronco a leer, mientras veía a ratos como el menor peleaba contra la carpa.

Colocaron su pequeño picnic sobre el muelle. Cas realmente alagó mucho el trabajo de Sam haciendo cupcakes decorados con corazones y cosas así; y el menor jamás mencionaría el aporte de su madre.

El pequeño Sam de 6 años, que ni siquiera tenía autorización de acercarse solo al lago, jamás hubiese imaginado esta situación. Sin embargo, allí estaban, disfrutando de la tarde, mientras leían un poco y comían cupcakes.

- ¿Recuerdas la última vez que vinimos? –interrogó Sam, rememorando la angustia de aquellos días.

- Aún eras más bajo que yo en ese momento –bromeó Cas.

Sammy sonrió, acomodándose para recostar su cabeza en el regazo del mayor. Sonrojándose por la mirada que cayó sobre él.

- Pero tú sigues viéndote como un ángel.

Cas sonrió ante el halago y acarició el largo cabello chocolate. Se quedarían así por un largo rato, solo disfrutando de la cercanía. Luego de sentir que los años parecían siglos, en estos momentos se hundían en la sensación de que no había pasado ni un solo segundo. Se sentía como si fuesen los mismos adolescentes que soñaban con vivir juntos para siempre.

- ¿Castiel? –llamó Sam. El par de ojos azules, que miraban al cielo, bajaron hasta él.

- Dime.

- ¿Aceptarías ser mi novio?

Castiel miró al cielo, sonrió y luego observó a los ojos avellana.

- Sí.

Él siempre decía que sí. Sammy se enderezó de felicidad y se atrevió a acercarse un poco más. Hubo una pregunta más, hecha con miradas y suspiros, y Castiel también dijo que sí a ella. Sus labios se unieron en el beso más puro que este mundo a conocido, casi como el primero de todos ellos.

Sammy entonces supo que así se sentía besar a un ángel.




Pasaron dos días fuera, solos en el bosque. Para cuando regresaron, Sam notó un auto desconocido estacionado frente a su casa. Pararon detrás de él y, al bajar, el menor se percató del moño enorme en su costado. Era... ¿Un regalo?

- No sabía que regalarte, ya que no te di nada relevante para tu cumpleaños, pensé en esto. Además que dijiste que tu auto tenía fallas, y no podía dejar de pensar que podrías accidentarte de camino a casa de tus padres. No es seguro un auto averiado –explicó Castiel, tratando de no ofenderlo en lo más minimo. Mientras Sam no quitaba su mirada del automóvil nuevo-. No creas que trato de presumir o algo. Sé que podrás comprarte tus propias cosas cuando consigas trabajo. Si no lo quieres, al menos me tranquilizaría que lo usaras para viajar.

Para cuando terminó con su discurso, Sammy logró moverse de su posición y enfrentar al mayor.

- Es el mejor regalo del mundo –dijo, acunando el rostro del otro entre sus manos, para besarle nuevamente. 

Anillos dulces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora