Momento inoportuno.

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El profesor daba sus últimas indicaciones y respondía a las dudas, mientras Sam dejaba su vista perdida en la pizarra. Había un pensamiento que no podía sacar de su cabeza, y crecía más y más con cada minuto que le prestaba. Todo había parecido tan simple al principio.

Sam regresó a su vida universitaria, como debía ser, pero eso no impediría que dejará de ver a su ángel. Castiel y él habían estado saliendo como lo prometieron, de vez en vez y sin forzar las cosas. El mayor pasaba por el los fines de semana, e iban a algún lugar. Otras veces, cuando no era posible verse, charlaban por video-llamada hasta que alguno se dormía. Era divertido, era romántico, era bonito.

Sin embargo, ya no eran niños y las idealizaciones acaban cayendo como muros antiguos. Más allá de las posibles diferencias que cualquier tipo de relación podía llegar a encontrarse en su camino, Sam había descubierto que no todo en Cas era perfecto. Había actitudes en él, que quizás, no había visto antes y ahora no le gustaban. Su ángel siempre cargaba con esa preocupación paternal que llegaba a ser agotadora.

Al igual que su padre, Castiel se había convertido en un escritor, y no era fácil tratar con la mayoría de ellos. A veces pasaba días ensimismado en sus ideas, Sammy estaba allí, pero era como si no existiera para Cas en su mundo de letras; tanto era, que Sam sentía que le molestaba.

Tampoco Sam era perfecto, sabía que podía haber actitudes que molestarán a su ángel, pero eso también era un problema para él. Castiel nunca hablaba de lo que le molestaba, no se enfadaba con él y solo se la pasaba tratando de comprenderlo.

Quizás estaban en diferentes sintonías, o diferentes etapas de sus vidas. Samuel era intrépido y Castiel, estoico. Era estúpido, pero habían discutido, y sin culpa alguna, Cas pidió perdón. Sammy dejó de leer sus mensajes desde ese momento, como harto de su irracionalidad.

Antes, probablemente Cas era la misma persona, pero nada de su personalidad resultaba estresante para el pequeño Sammy de ocho años, ni el adolescente de doce. En ojos tan jóvenes, solo era un ángel demasiado hermoso para dejarlo de mirar. La adultez traía problemas, y quizás poseían más diferencias que similitudes.

Solo en su habitación, cubierto de apuntes pero sin poder concentrarse en ninguno, observaba el anillo en su dedo. Tan brillante, caro y significativo. ¿Estaba cometiendo un error de nuevo?

Ese fin de semana no permitió que Castiel viajará donde estaba él, fue Sam quien se dirigió de vuelta a casa. En cuanto pudo, camino hasta la mansión Shurley. Uno de los empleados de limpieza le atendió, permitiéndole pasar por la casa hacia el patio trasero, donde Cas aún desayunaba. Tenía entendido que su padre viajaría por una semana y media, y estaría solo en casa, sin más que empleados que hacían su trabajo y luego se marchaban también. Tal vez el moreno no fuese de hablar de lo que sentía, pero eso no quitaba que Sam no pudiese deducir que se sentiría algo solo, dado la pelea que habían tenido y la imposibilidad de resolverla.

En cuanto le vio, una sonrisa de dibujo en Castiel. Tenía a su lado la libreta donde anotaba ideas y el bolígrafo que danzaba en sus manos. Enseguida le invito a sentarse a su lado y envió al empleado que le había acompañado para que pidiera algo de fruta para comer.

- Pensé que te tomarías estos días para estar solo –dijo el ojiazul, con algo de angustia implícita.

- Necesitaba tu ayuda en un trabajo para la universidad –se excusó-, si no tienes mucho que hacer.

- ¿Hay algún problema? Tus calificaciones están bien, ¿Cierto?

La repentina preocupación en él, resonó molesta en Sam. Cas pareció darse cuenta de ello, y dejo de preguntar.

- Sam, ¿Estás seguro de esto?

- Sí, es un trabajo simple, pero sabes mucho de...

- No me refiero a eso –interrumpió su ángel-. A veces creo que tratas de verme con los mismos ojos con lo que veías de niño, y no soy un superhéroe o alguien excepcional ni perfecto, Sammy. Y voy a seguir preocupándome por ti como cuando eras pequeño, porque prometí a tu hermano que lo haría, y porque así soy. Quizás solo no es el momento, y estamos forzando las cosas.

Los ojos de Sam se llenaron de lágrimas repentinamente, como si un dolor demasiado intenso le invadiera el pecho. Apartó su mirada de Castiel y presionó sus dientes. Se sentía como un niño caprichoso, que rompe juguetes pero no quiere prestarlos; y, a pesar de ellos, no quería cambiar de parecer. Por primera vez, tenía la oportunidad de amar sin medidas al ser del que se enamoró siendo tan joven. Tenía una vida planeada, un futuro, un sueño; y todo eso parecía tan fantasioso y estúpido ahora, cuando ayer era tan real.

Lloró, porque con Castiel sus lágrimas eran libres. Este era su momento, su corazón lo decía, porque había esperado toda la vida para obtenerlo. Se sentía como aquel día en el aeropuerto, viendo marchar algo que imaginaba eterno. No comprendía sus propios sentimientos y deseo que todo fuese como antes, cuando sabía con certeza que amaba el azul de los ojos de Cas más que su propia vida y las promesas eran endulzadas con anillos dulces.

Su ángel aparto el cabello de su rostro y beso su frente y mejilla. Las lágrimas fueron apartadas con delicadeza y su atención se centró en el par de azules que tan irreales le resultaban.

- Eso no quiere decir que no te amé –dijo, juntando su frente con la ajena-. El amor no es tan simple, Sammy, como nada en la vida lo es a partir de cierta edad.

Se hundió en brazos de Castiel como si eso le salvará de ahogarse en el más profundo de los mares. Aunque Cas no fuese mucho mayor que él, había tenido más aventuras y explorado más sentimientos, tal vez como se esperaba de un escritor. Y Sam creció en un pequeño pueblo, apartado del mundo porque ya no tenía un hermano que le empujará a jugar en el parque; incluso en su vida actual, no era un buscador nato del drama y las emociones. Aún le faltaba crecer.

- De lo único que estoy seguro –comentó con el aroma ajeno invadiendo sus sentidos-, es que no quiero volver a dejar que te vayas. 

Anillos dulces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora